Peter Valdemoro
Cuentan que una noche Wendy se despertó al escuchar el llanto de un niño; cuando le preguntó qué le ocurría contestó que había perdido su sombra; la muchacha se apiadó de él, le ayudó a atrapar a la sombra revoltosa y se la cosió a la punta del pie para que ya no pudiera escaparse. Así empieza Peter Pan.
Hay quienes no quieren tener una sombra que les persiga y en la oscuridad encuentran su refugio; entonces sacan sus linternas y señalan las sombras de los demás. Es una marrullería recurrente que hemos de oír en los plenos municipales de un tiempo a esta parte.
Da igual de lo que se hable porque en cualquier momento aparece el “comodín de la Púnica” como elemento central del argumentario de parte de la oposición. Hasta aquí. Hasta que alguien ha recordado que la trama corrupta empezó siendo alcalde un socialista que fue apartado por su propio partido al detectarse un “incremento súbito” de su patrimonio…
Dicho exalcalde sigue contando con una calle en Valdemoro, como insidioso homenaje a la corrupción, sin que nadie se haya molestado en buscar un nombre más merecedor de figurar en el callejero de nuestra villa. Incluso hay quien afirma que en lugar de “Operación Púnica” debería haberse llamado “Operación CacaHuete”. Tonto el que no entienda, cantaba Mecano. ¡Qué cosas se ven cuando las linternas se quedan sin pilas y las sombras vuelven a su sitio sin necesidad de una Wendy que las remiende!
Lo que sí ha sido un fogonazo de luz esperanzadora ha sido la aprobación de unos presupuestos municipales que -¡Por fin!- liquidarán la deuda que ha lastrado a Valdemoro durante los últimos 20 años. Y, por primera vez, como un hito histórico, se aprueban unos presupuestos sin un voto en contra.
Medallas y mohines de efecto retardado aparte, por una vez el pleno se ha puesto de acuerdo en algo que puede ser bueno para los vecinos —ya hablaremos de la descomunal subida de impuestos cuando llegue.
Aunque palmotadas y plácemes se han oído por este suceso, se sigue echando en falta esa gran asignatura pendiente que nos tiene castigados a los valdemoreños a una especie de ostracismo en nuestra propia casa. Me refiero, claro está, a la participación vecinal.
No es utopía afirmar que unos presupuestos participativos son un claro índice de democracia avanzada que no se queda anclada en los cánones decimonónicos que reducen la capacidad de decisión ciudadana a votar cada cuatro años.
Unos presupuestos en los que los ciudadanos puedan decidir el destino de sus aportaciones al erario público encuentran su más cálida expresión en el ámbito municipal. Participar en los presupuestos desencadena una redistribución de la inversión hacia propuestas de interés para la gente, fortalece las redes vecinales y ayuda a reducir las distancias entre los políticos y la sociedad civil.
Pongamos que estos sean los últimos presupuestos que nos sacan del farolillo rojo de la deuda y que en adelante nos podremos empoderar —perdón por el palabro— decidiendo en qué queremos que se gaste nuestro dinero. Más vale encender una luz que maldecir en las tinieblas.
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