Sudip
![[Img #23672]](https://zigzagdigital.com/upload/images/11_2019/8988_sudip.jpg)
Cuando iniciamos nuestro trabajo en Bal Mandir, uno de los internos que más confraternizó con nosotros fue Sudip, un chaval afable y dialogante que entonces tenía tan sólo once años de edad.
Un día nos condujo por su enorme casa, mostrándonosla como si fuese un guía turístico explicando las características de un edificio histórico. Esa visita introductoria tal vez debería haberla realizado el director, el mismo que ahora está en prisión, pero la que nos ofreció Sudip fue mucho más interesante, porque no eludió aquellos lugares que el director hubiese preferido no mostrarnos.
Nos condujo por las distintas estancias enseñándonos servicios tan sucios y malolientes que uno hubiese preferido hacer sus necesidades en la calle, y habitaciones llenas de literas, donde los menores dormían compartiendo de dos en dos los estrechos colchones. También nos mostró un cuarto al que, aunque permanecía cerrado con una cadena y un candado, pudimos asomarnos a través de una rendija que permitía vislumbrar el interior. Pese a que estaba oscuro, contemplamos una montaña de calzado que, según nos explicaron las niñas mayores, las más críticas con la dirección del orfanato, no estaba viejo ni gastado, aunque sí muy sucio por haber permanecido amontonado allí durante mucho tiempo. Según nos dijeron, eran zapatos nuevos que no se habían llegado a estrenar, algunos de los cuales tenían señales de haber sido roídos por las ratas.
Nos sentimos perplejos sabiendo que muchos de los internos tenían el calzado tan deteriorado que hacía tiempo que había dejado de cumplir su función protectora, y otros incluso caminaban descalzos por el edificio, pero también por el patio de recreo y los espacios exteriores comprendidos dentro de los límites del hospicio. Cada menor guardaba un par de zapatos negros para ir a la escuela, que formaban parte de su uniforme escolar y los utilizaban exclusivamente para ese fin. Nos preguntamos entonces por qué no usaban aquellos zapatos, pero a la vez no pudimos evitar pensar que tal vez habría alguna otra estancia secreta en la que se almacenaban prendas de ropa que igualmente se podrían estar comiendo las ratas o las polillas. La sospecha de que los gobernantes de ese orfanato, que por estar en un lugar céntrico de Katmandú recibía frecuentes visitas, prefiriesen brindar una imagen de niños menesterosos para así recaudar más donativos nos parecía repugnante y quizá por ello inverosímil.
Cuando el Instituto de Cabezón de la Sal denominado Valle del Saja nos comunicó que sus alumnos desearían becar a algún menor de Bal Mandir para que pudiese continuar sus estudios en una buena escuela en régimen interno, les sugerimos a Sudip. Gracias a la mediación de la asociación Ruta 6, que algunos amigos habían creado en Cantabria para tratar de ayudar a los niños de Bal Mandir, ese centro de educación secundaria continuó proporcionando los fondos necesarios para que Sudip siguiese adelante con sus estudios durante cerca de una década, hasta que dio por concluida su formación académica. Ello pese a que Sudip nunca obtuvo grandes resultados escolares a pesar de su esfuerzo, pero, como bien afirmaba el director de ese instituto de Cantabria, tampoco su centro educativo trabajaba sólo para los alumnos más brillantes, sino que tenía que esforzarse más precisamente con quienes tenían más dificultades.
Entonces, la asociación que crearon varios jóvenes ex Bal Mandir denominada Creative Nepal logró tener acceso a los archivos del orfanato, y gracias a ello localizaron a los padres de Sudip, quien siempre había pensado que era totalmente huérfano. Descubrir repentinamente que tenía padres, e incluso dos hermanas y un hermano, como averiguaría poco después, cuando Sudip ya había pasado de los veinte años de edad, debió de ser una noticia difícil de asimilar, por más que todo el mundo sabía que Bal Mandir había acogido a muchísimos menores que no eran rigurosamente huérfanos, sino que habían sido abandonados por las difíciles circunstancias de sus padres.
Sudip ha cumplido ya veinticuatro años de edad, vive en Katmandú con sus padres y sus dos hermanas, y se siente feliz con su nueva situación familiar. El hermano varón ya se ha emancipado, pero vive en la misma ciudad.
![[Img #23672]](https://zigzagdigital.com/upload/images/11_2019/3398_sudip-aurora-y-silvia.jpg)
Recientemente Sudip ha empezado a trabajar como cocinero en un restaurante que ha creado él mismo junto con dos amigos, un negocio que según afirma está yendo bien. Pero a pesar de esa nueva obligación laboral, Sudip se ha tomado unos días de vacaciones para poder participar como voluntario en nuestro proyecto de creación artística. Me encanta verle en las fotografías que me envían colaborando con nuestro equipo junto a los internos de Siphal. La magnífica pintura mural que acaban de finalizar en una de las paredes del hospicio, se basa en el diseño que realizaron nuestros amigos David y Silvia inspirándose en multitud de imágenes que recopilaron de cultivos en terrazas en Nepal, un país donde la orografía montañosa hace necesario este modo de explotación agraria del suelo, de enorme belleza, que además evita la erosión del terreno. Lo curioso es que cada parcela adquiere una tonalidad diferente en función de la cantidad de agua que retiene y del tipo de cultivo, principalmente arroz, pero también mijo, lentejas, maíz, garbanzos y todo tipo de cereales.


















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