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José Luis Gutierrez

Discapacidad

Martes, 14 de Octubre de 2014 Tiempo de lectura:

Hace ya más de cinco años que me reconocieron un 86% de discapacidad. Desde entonces mi grado de dependencia ha ido aumentando progresivamente. En este momento necesito ayuda prácticamente para todo. Como soy plenamente consciente de mi situación, a menudo me pregunto si tiene sentido mi presencia en este proyecto de Bal Mandir y en el de Matruchhaya, que comenzará dentro de unos días.

Aunque procuro ahuyentar de mi mente los pensamientos negativos, muy a menudo me veo a mí mismo como una carga para el resto del equipo. Entonces, intento encontrar justificación a mi participación directa en estas acciones, más allá del beneficio personal que a mí me reporta, repasando mentalmente las tareas que sólo a mí me competen en cada una de esas iniciativas. Me convenzo a mí mismo, no sé si engañándome, de que también mi aportación es importante.

Este año el hecho de tener que alojarnos en un apartamento situado en la quinta planta de un edificio sin ascensor, obliga a quienes me acompañan a transportarme cada día sentado en mi silla de ruedas, escaleras arriba y escaleras abajo. Carlos y Alberto están siempre dispuestos. También Ram, Laxman, Jodish y Netra. Aunque no he escuchado la más mínima queja, simplemente al oír su respiración jadeante, me hago plenamente consciente del enorme esfuerzo que tienen que hacer quienes me acarrean.

Nuestros voluntarios nepaleses quieren apoyar a Aurora en todo lo que implica mi cuidado y atención. Por eso, Ram y Laxman se están turnando para quedarse con nosotros todo el tiempo que estamos en la habitación. Cada noche uno de ellos duerme a los pies de nuestra cama. En alguna ocasión Jodish o Netra les han dado relevo. A veces han permanecido dos de ellos con nosotros. Me ayudan en cada uno de mis movimientos, con la comida, para vestirme o desnudarme, para meterme en la cama, pero también para ducharme. Como cualquiera puede comprender, para mí no ha sido nada fácil vencer el rubor que implica semejante pérdida de intimidad, pero la necesidad obliga.

En ese sentido, a mis 51 años de edad, estos chicos sin remilgos, de poco más de 20 años, me están dando lecciones diarias de pujanza, generosidad y entrega. Y no son los únicos. Gajendra y Sunita me han expresado, creo que sinceramente, su deseo de colaborar en este tipo de ayuda pero, como ninguno de ellos forma parte de nuestro equipo de voluntarios de este año, debido a que tienen que atender obligaciones laborales, he preferido rehusar amablemente su ofrecimiento.

Este año, Ram y Laxman también formarán parte del equipo de trabajo de Matruchhaya. Allí se encargará de asistirme en mi habitación mi hija Chandrika, pero ahora ya sé que los mellizos nepaleses no la van a dejar sola con esa responsabilidad. Aurora aprovechará el mes que durará el proyecto de Matruchhaya para descansar de la tarea que supone asistir a una persona tan dependiente como yo, 24 horas al día, todos los días del año.

Resultan obvios los aspectos negativos de una dolencia invalidante como la mía, casi no hace falta ni mencionarlos, aunque en ocasiones se me antoja necesario hablar de ellos abiertamente, sin tapujos, porque hacerlo me ayuda a aceptar la realidad. Lo que puede parecer más incomprensible es que uno sea capaz de encontrar aspectos positivos derivados de una enfermedad de estas características. Y sin duda los hay. O al menos, a mí me lo parece.
 
Katmandú, a 12 de octubre de 2014.
José Luis Gutiérrez


José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos. Este año publicó su primera novela "Por amor al arte".

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