Goa
No recuerdo haber hecho un viaje en autobús tan largo en toda mi vida. Recorrer los mil kilómetros que separan Nadiad de Goa nos llevó 31 horas para ir y 29 para volver, pese a que la previsión inicial era de menos de 24 horas para cada trayecto.
Un viaje extenuante que en otras circunstancias jamás hubiera emprendido. Por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender plenamente, cuando llego a India mi percepción del tiempo cambia, y lo que en España consideraría que excede el límite de lo razonable y de mi propia resistencia, aquí me parece aceptable, llevadero e incluso agradable en muchos momentos. Aquí me dejo llevar, y acepto con facilidad todos los imprevistos que modifican lo programado haciendo impredecible el resultado de cada excursión. Viajar por este país es siempre una aventura y un estímulo para los sentidos, pero además cuando estoy en Matruchhaya probablemente me dejó contagiar de la alegría y la ilusión de los niños, y es posible que eso me haga soslayar todas las incomodidades y contratiempos.
Cuando el jueves 7 de noviembre llegamos a la playa y contemplé el modo en que los niños disfrutaban jugando en el agua, algunas dudas que había tenido en el autocar acerca del sentido que podía tener una expedición así, se disiparon en el acto e inmediatamente pensé que había merecido la pena viajar hasta allí. Además, aunque el vehículo no era tan confortable como nos prometieron, también nos habíamos divertido durante el trayecto. Habíamos tenido tiempo de cantar, bailar, jugar, charlar, escuchar música, ver alguna película, comer y dormir (aunque incómodamente). Los dos días siguientes, además de hacer alguna visita turística, encontramos tiempo para volver a la playa, que para los niños era el principal atractivo de Goa.
Nuestro querido Jodish ha regresado agotado. Apenas ha dormido durante el trayecto de vuelta, pese a lo cual afirma sentirse feliz, ya que ha podido disfrutar ampliamente de su primer contacto con el mar, en compañía de un grupo de niños y niñas excepcionales que, como Roshí, le llaman hermano y no han tardado mucho en ofrecerle su cariño y amistad, tal vez porque perciben que es una persona sensible, y saben que también él es huérfano y se ha criado en un hospicio con unas condiciones de vida mucho peores que las de Matruchhaya. Cada vez que buscaba con la mirada a Jodish en el autocar, le encontraba acompañado de una o varias niñas que charlaban con él en hindi. La mayoría de los niños viajaban sentados al fondo del autocar y, aunque también tienen muy buena relación con Jodish, preferían los juegos antes que la conversación. A pesar de no oír ni entender ni una palabra de lo que se decían, me encantaba contemplar el modo en que Jodish escuchaba con suma atención a cada niña, y la delicada manera en la que explicaba su punto de vista, en un idioma que entiende perfectamente pero no había utilizado para hablar. Según me dice, la mayoría de ellas le han contado abiertamente su historia personal, las circunstancias que las han conducido al orfanato, incluso le han hecho confidencias que no puede desvelar.
Andrea, Clara, José y yo desearíamos poder conversar con los menores de Matruchhaya en gujarati, como Roshní, o al menos en hindi, como Jodish, pese a lo cual también nosotros establecemos una comunicación con ellos que día a día se enriquece utilizando todo tipo de herramientas. Y el afecto es capaz de llegar a donde no llega el lenguaje. En este sentido, pienso que los períodos de convivencia que implican estas expediciones, tan estrechos en el espacio y prolongados en el tiempo, nos unen más a los menores. Todos sentimos que después de este viaje, nuestra relación con ellos ha mejorado. Nos conocemos mejor, hay mayor complicidad y nos queremos más.
Matruchhaya, a 11 de noviembre de 2013.
José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos.
















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