Hermanos
Como ya le ocurriera al ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha con las aventuras caballerescas, puede que mi afición por leer novelas a menudo me lleve a imaginar romances donde no los hay.
La semana pasada, al percibir cierta tristeza en la actitud de Susmita, en varias ocasiones busqué temas de conversación con ella para tratar de mejorar su estado de ánimo. Me interesé especialmente por lo relacionado con su actividad académica, pues pensé que, al ser buena estudiante, sería fácil motivar su participación en ese diálogo. Al preguntarle por las tareas que le habían puesto en la escuela para hacer durante las vacaciones, me dijo que necesitaba cinco folios y una cartulina grande. Netra, que escuchaba atentamente nuestra conversación, de inmediato se ofreció para salir del orfanato y comprar ese material con su propio dinero, porque según dijo costaría muy poco.
–Susmita, por favor, averigua si hay más niñas o niños que necesiten eso mismo –dije yo tratando de evitar que el bueno de Netra tuviera que darse más de un viaje.
Efectivamente, unos minutos más tarde Susmita nos dijo que en total eran seis los estudiantes que necesitaban lo mismo que ella. Pedí a Aurora que diera unas rupias a Netra, y cuando ya se disponía a salir de Bal Mandir para buscar ese material en las inmediaciones, se me ocurrió que probablemente a Susmita le apetecería acompañar a nuestro joven voluntario.
A Susmita se le iluminó la cara con una sonrisa cuando le pregunté si le apetecía salir con Netra, e inclinó la cabeza hacia la derecha en un gesto muy indio que significa "sí". Entonces se agarraron de la mano y salieron juntos en busca de una papelería. La escena me pareció tan tierna que no pude evitar sonreír y contemplarles con admiración. No tardaron mucho en regresar con los folios y las cartulinas, todavía agarrados de la mano. Me pareció ver en Susmita cierta expresión de felicidad que supuse motivada por esa breve expedición.
–Yo creo que la primera vez que me enamoré tenía sólo 11 años de edad –insinúe yo tratando de averiguar si ese acontecimiento anecdótico tenía una importancia especial para ella.
–Netra es mi hermano –dijo ella inmediatamente, cortando en seco cualquier especulación al respecto.
No insistí, pero me quedé calculando que Susmita tenía 12 años, Netra 21 y, aunque ambos se habían criado en Bal Mandir, no sólo no eran hermanos biológicos sino que en realidad ni siquiera se conocían pues Netra, como todos los chicos de su generación, se vio obligado a abandonar el orfanato cuando tenía 11 años de edad, en una época en que Susmita todavía no había ingresado en él.
Ayer volví a percibir en Susmita cierta expresión melancólica. Al preguntarle si le ocurría algo, me dijo que creía tener fiebre. Puse mi mano en su frente y, como si fuera experto, afirmé con completa seguridad que tenía una temperatura normal. Le pregunté si sentía alguna molestia y me dijo que le dolía un poco la garganta. Se me ocurrió que podría darle uno de los dos caramelos de menta que guardaba en el bolsillo de mi camisa, pero rápidamente abandoné la idea porque supuse que el resto de los niños también desearían tomar uno. Recordando lo bien que le había sentado a Susmita la excursión de la semana anterior, les encargué a ella y a Netra que fueran a comprar caramelos para todos los niños. Nuevamente a Susmita se le iluminó la cara, se agarraron de la mano y salieron del orfanato caminando tranquilamente, no como una pareja de enamorados, sino como dos hermanos a quienes complace andar juntos mientras conversan, sin separar sus manos, él asumiendo la responsabilidad del cuidado de su hermana pequeña, y ella sintiéndose protegida por la compañía de su hermano mayor, a quien admira, quiere y respeta de una manera muy especial.
Katmandú, a 17 de octubre de 2013.
José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos.
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