Reencuentro
Después de un viaje especialmente largo, ayer por la tarde aterrizamos en Katmandú. Tuvimos una escala en Doha de más de nueve horas porque la opción más razonable, en la que el tiempo de espera en la capital de Qatar era de poco más de una hora incrementaba el precio de cada billete en cuatrocientos euros, algo que no nos podíamos permitir.
Llegamos
agotados, con el tiempo justo para tomar la cena con nuestro amigo Mahen, el
dueño del apartamento que hemos alquilado, e irnos a dormir temprano para
reponer fuerzas. Por la noche, cada vez que me levanté sentí el sonido de una
lluvia copiosa y persistente, los últimos coletazos del monzón.Desde España había concertado para la mañana
de hoy una visita al New Shrine, la escuela en la que tenemos escolarizados en
régimen interno a diecinueve niños y niñas de Bal Mandir que muy pronto
iniciarán sus vacaciones del Dashain, y por tanto regresarán a su orfanato. Nos
ha alegrado muchísimo reencontrarnos con ellos. Habían preparado unos bailes y
alguna canción para darnos la bienvenida. Posteriormente hemos tenido tiempo de
charlar con ellos. Se han mostrado menos tímidos que en anteriores ocasiones,
lo que tal vez se deba a que ésta es ya la octava edición de nuestro proyecto
en Bal Mandir y poco a poco hemos ido logrando una mayor familiaridad en el
trato. Como estábamos impacientes por ver al resto de los habitantes del
hospicio, en cuanto hemos tomado el almuerzo que nos han ofrecido en la
escuela, nos hemos dirigido sin dilación hacia el lugar en el que trabajaremos
los próximos veinticuatro días.
Al entrar en el edificio nos hemos visto
obligados a aceptar un té de bienvenida que hemos tomado con varios de los
responsables del orfanato. Kalpana, deseosa de regresar a la Dididai room y saludar a sus tigers (apelativo cariñoso con el que se
refiere a las niñas y niños con discapacidad severa con los que trabaja), ha
sabido eludir el compromiso. Ese encuentro ha servido para saber que
actualmente hay censados en Bal Mandir ciento cincuenta menores, muchos más de
los que esperábamos, ya que en los últimos meses se había llevado una política
de vaciamiento que ha consistido en no admitir a nuevos huérfanos y tratar de
reubicar con algún pariente a todos los que fuera posible. La última directora
del orfanato se había empleado con tanta energía en esa despoblación que nos
hizo pensar que detrás de ese éxodo había intereses inmobiliarios, pues el
edificio que ocupan los menores, aunque muy deteriorado y sucio es
arquitectónicamente formidable y se encuentra en una zona de la ciudad que se
está revalorizando. También nos han recordado que las adopciones
internacionales, la principal fuente de ingresos de un albergue de estas
características, siguen cerradas, lo que les deja en una situación de crisis
económica que ya parece crónica y consustancial a Bal Mandir. Uno de los
responsables nos ha dicho que empezaba a escasear la comida, pero esa
afirmación, saliendo de su boca, por lo que conocemos de ese personaje, aunque
es probable que sea cierta, puede ser una manera poco sutil de pedir nuestra
cooperación financiera, algo a lo que habitualmente no nos prestamos por falta
de confianza en quienes gobiernan esa casa.
Finalmente también nosotros hemos podido
pasar un rato con los tigers, tras lo
cual nos hemos adentrado de lleno en las otras dependencias del orfanato, e inmediatamente
hemos vuelto a ser conscientes de que la
Dididai room se ha convertido en un verdadero remanso de paz, y sin duda el
lugar más limpio del hospicio. He visto muchas caras nuevas de niñas y niños de
todas las edades, menores que han ingresado recientemente en Bal Mandir,
algunos de ellos provenientes de un hospicio denominado Siphol, un albergue que
habitualmente acoge a los hijos o hijas de los presidiarios. En cuanto he
encontrado ocasión, he preguntado a las niñas mayores que ya conocía de otros
años por sus condiciones de vida. Todas me han dicho que no ha habido cambios
sustanciales, y la mayoría han coincidido en que se encuentran más a gusto
ahora que la directora ha abandonado el cargo. Sobre la comida no ha habido
unanimidad, alguna ha afirmado que era escasa, otra ha dicho que no le gustaba
tanto como la de antes. Con el abandono de la directora se han dejado de pagar
los salarios a los trabajadores y los dos cocineros que conocíamos desde hacía
años han renunciado a su puesto de trabajo, y ahora hay uno que no sé si está
trabajando por puro altruismo o a cambio de un plato de comida. Me ha
tranquilizado comprobar que la mayoría de las niñas a las que he preguntado han
afirmado que no hay grandes diferencias en lo que se refiere a su alimentación,
no obstante, en los próximos días trataré de averiguar algo más.
Como siempre, hemos salido de Bal Mandir con
nuevas preocupaciones, pero con mucha ilusión por el trabajo que realizaremos
los próximos días y con una impresionante dosis de afecto, materializada en
infinidad de besos y abrazos que compensan todas las fatigas y desvelos.
Katmandú, a 3 de octubre de 2013
José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.58