Wallace Hartley en Valdemoro
Mientras el Titanic se hundía en medio del caos y el pánico producido por los pasajeros que intentaban salvarse del desastre, los miembros de la banda de música del transatlántico, con su director Wallace Hartley al frente, se propusieron contribuir a mantener la calma interpretando hasta el último momento sus piezas.
Los vecinos y vecinas de Valdemoro no necesitamos navegar por el Atlántico norte para saber que en cualquier momento podemos chocar contra un gigantesco bloque de hielo o que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. El derrumbe del muro de la Casa de la Marquesa o la caída de árboles en El Caracol son hechos que estaban anunciados hace tiempo debido a su lamentable estado de conservación.
Solo el azar ha querido que no tengamos que lamentar ninguna desgracia… por los pelos. Pero que empiecen a caer árboles sobre un parque infantil o adoquines sobre una acera no son accidentes casuales. Cuando se especula con bienes de interés cultural dejando que un inmueble se arruine o se incumplen las obligaciones de un contrato público y se abandona un parque que debe ser mantenido por los responsables de un club deportivo, pasan estas cosas.
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Sin embargo, esto no acaba así; ante unos incumplimientos de estas características en los que se pone en riesgo la integridad de los vecinos, la administración pública tiene la obligación de actuar de oficio para subsanar este tipo de hechos y luego pasar la factura correspondiente a los responsables negligentes. La Ley del Suelo de la Comunidad de Madrid establece muy claramente las obligaciones de los dueños o tenedores de fincas y solares e incluso la normativa también recoge la posibilidad de imponer sanciones a quien, con temeridad o abandono de sus obligaciones de cuidado y mantenimiento, ponga en riesgo la seguridad de los ciudadanos.
No podemos creer que, a la negligencia de unos, se una la indolencia de otros. La famosa responsabilidad “in vigilando” corresponde a nuestras autoridades municipales, aunque todo parece indicar que se ha mirado para otro lado durante demasiado tiempo.
A nadie se le escapa tampoco que el incendio de un solar convertido en un vertedero de neumáticos se podría haber evitado exigiendo al propietario que limpiase su finca. Es de suponer que, al menos, se le cobren las tasas del servicio de extinción de incendios.
¿Dónde estaba el vigía del Titanic la noche que se estrelló contra un iceberg? ¿Se había quedado dormido? ¿Por qué no se hizo nada ante el más que evidente deterioro de la Casa de la Marquesa, la enfermedad de los árboles en el barrio de El Caracol o la acumulación de vertidos ilegales junto a una fábrica de productos químicos?
Es posible que dentro de unos años veamos levantarse un bonito edificio de apartamentos en alguno de estos sitios; ojalá no tengamos que poner una placa en recuerdo a la banda del Titanic porque alguien se haya dedicado a tocar el violín mientras este bonito barco naufragaba.





















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