Nadie en su sano juicio entiende la salud mental
Pandemia y aislamiento, o como la vida consiste en quitarse legañas contemplando Instagram. Mi mujer y yo nos movemos como leones enjaulados, rugimos, nos subimos por las paredes, chocamos entre nosotros y tropezamos con nuestros respectivos egos, encerrados por un pastor eléctrico llamado “teletrabajo”. Ya son muchos meses. Me enfado con el mundo, y el mundo se compadece con mi cabreo.
De los pocos amigos que me quedaban en Pinto, dos se me dan de bajan por culpa de “ombliguismo”, el mismo mal que padezco. Quizá nos hayamos contagiado mutuamente. Podría cartografiar cada poro de mi abdomen. Tengo un gran “Yo” tatuado en el silencio.
Hay amistades que nunca estarán si las necesitas, pero siempre se mostrarán dispuestas a salir de cañas; hay otras que sólo aparecen para enjugar lágrimas (suyas o no). Las dos se enfadan si las sacas de su rol. La primera vivirá en la adolescencia hasta el fin de sus días, la segunda sufrirá complejo de Prozac. Si buscas gente que englobe todo, mejor mira una comedia en Netflix. Por cierto, existe una tercera vía, la de los tipos que sólo comparecemos los 29 de febrero, o cuando Putin es buena persona. Nosotros somos los peores: nos escaqueamos a la mínima.
Me siento fatal, así que decido parapetarme tras el trabajo.
Me documento sobre la importancia de conservar el contacto humano, mientras me aíslo. Explico en un aula virtual cómo llevar a cabo una buena negociación tras firmar dos finiquitos emocionales. Estoy cansado. Busco información sobre lobotomías. Tengo las neuronas al límite. Quiero acabar de escribir mi nuevo libro intentando cerrar el capítulo sobre depresión, pero me avergüenza compartir mis problemas. A ver qué le digo a mi editor. He sobrepasado la fecha de entrega y debe estar afilando un bisturí.
Suena el teléfono. Efectivamente: es el bisturí, pero sin editor ni metáfora. La seguridad social se ofrece a quitarme un trozo de oreja y ponérmela en la nariz, “Pero tiene que ser ya mismo, hay un hueco disponible”. Como siempre me ha caído bien Mr Potato, acepto. Ahora mi perfil “griego” parece algo más romano. Me han reubicado un poco de carne para diferenciar mi respiración de la de un bulldog francés.
Vaya, y por fin finalizo mi libro, que me ha llevado de cabeza y habla sobre salud mental. ¿Escribo un artículo para ZigZag? Lo echo de menos. Empezaré con esta frase: “Pandemia y aislamiento, o como la vida consiste en quitarse legañas contemplando Instagram”. Estoy a punto de rematar 462 palabras. Solamente me falta pedir cita con Cristina, mi psicóloga, algo casi imposible en pandemia. Curioso, no quedan huecos, pero nadie parece ir a consulta.
Después de todo, ¿quién, en su sano juicio, reconocería sus problemas?
El escritor pinteño Valentín Coronel es autor de la colección juvenil "Tu opinión divergente". Su libro "Geografía bajo el ombligo" ha sido incluído en la lista de mejores obras infantiles y juveniles de 2020 de la Comunidad de Madrid.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.179