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Verlas venir | El desfile de los sinvergüenzas

Ver comentarios 1 Viernes, 08 de Diciembre de 2017 Tiempo de lectura:

Gentes como Granados, Ignacio González, Alberto López Viejo, Jesús Sepúlveda... han desacreditado hasta extremos nunca antes vistos el noble anhelo de dedicarse a la política para mejorar la vida de los ciudadanos. Todos los citados -y otros muchos que están en el imaginario colectivo- son del PP y de Madrid, y tienen en común que cometieron sus fechorías reales o aún presuntas en tiempos de Esperanza Aguirre. Sí, esa que decía que no se enteraba de nada, lo que en un máximo responsable político es lo mismo que aceptar que o bien era idiota o una irresponsable o sencillamente miente en defensa propia.

Hace unos meses ha dicho la ahora presidenta regional Cristina Cifuentes -rival política de Aguirre dentro del PP- que “el tiempo de los corruptos ha acabado en la Comunidad de Madrid”. Querríamos creer que esto es así y que seguirá siendo así. Mientras tanto, y ante los graves delitos cometidos por destacados miembros del Partido Popular de Madrid, está por ver si el propio partido no será inhabilitado judicialmente.

Pero desgraciadamente la corrupción política no es patrimonio del Partido Popular ni, desde luego, de la Comunidad de Madrid. Desde julio de 2015 a septiembre de 2016, por ejemplo, la comunidad líder en el número de casos judiciales abiertos por corrupción a políticos es Cataluña, que duplica a Madrid. También Andalucía tiene más casos abiertos que Madrid. En concreto, y según datos del Consejo General del Poder Judicial, los casos abiertos por cohecho, prevaricación o malversación de políticos en Cataluña eran 303, en Andalucía 153 y en Madrid 145. Tampoco van mal servidos, teniendo en cuenta su población comparada con las tres comunidades antes citadas, Canarias con 105 casos y Cantabria con 100.

Lo menos malo de esta situación es que -a pesar de lo que dice el ala supremacista del independentismo cateto catalán- lo podemos contar sin que nos persigan por ello. Y lo más importante: que al contarlo ponemos las bases para perseguirlo e impedirlo -o al menos hacerlo más difícil- en el futuro.

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