Birdlife
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José Luis Gutierrez

Reme

Martes, 06 de Septiembre de 2016 Tiempo de lectura:

Hace varios meses una mujer llamada Reme, a quien había incluido en el grupo de amigos a los que envío información de nuestras actividades en Bal Mandir y Matruchhaya, me escribió diciendo que estaba muy interesada por Veronika, una niña de Matruchhaya.

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También mi madre se llamaba Reme, o al menos eso creía ella, hasta que el día de su boda el sacerdote pronunció su nombre completo: María de los Remedios de la Santísima Trinidad. Tal fue su extrañeza que, en un primer instante pensó que el cura se refería a otra persona.

Me pregunté de qué conocía yo a esa mujer cuyo nombre coincidía con el de mi madre. Finalmente llegué a la conclusión de que la había agregado a mi lista de contactos después de que me hiciese alguna pregunta por correo electrónico relacionada con la adopción en India. Reme estaba tramitando una adopción de dos hermanas de unos diez años de edad que vivían en un orfanato de no recuerdo qué región del norte del país. No creo que nuestra experiencia al adoptar en India a dos hermanas de edades similares a las de las niñas que le habían asignado a Reme, hace ya diecisiete años, fuese de gran ayuda, pese a lo cual, ella se mostró agradecida.

–Me gustaría que hablásemos de tu interés por Veronika en persona, no por teléfono ni por correo electrónico –le dije con un poco de extrañeza, y es posible que hasta desconfianza, pero absurdamente convencido de que esa coincidencia con el nombre de mi madre podría ser una garantía de honestidad. No me equivocaba.

Reme acudió a casa con sus dos hijas, a quienes había adoptado hacía algo menos de un año. Tuvimos una comida agradable, durante la cual supimos que Reme había tramitado la adopción de esas dos niñas en solitario, y afirmaba que también deseaba adoptar a Veronika. ¡Qué valentía!

–Actualmente en India no se puede adoptar a ningún menor que supere los once años de edad –afirmé yo lamentando no haber recibido un ofrecimiento como ese unos años antes–. Según lo que la propia Veronika me ha dicho, muy pronto cumplirá dieciséis años de edad. Eso hace inviable tu pretensión.

–Entonces intentaré tramitar un acogimiento familiar –respondió ella evidenciando que no estaba dispuesta a rendirse fácilmente.

–Aunque no entiendo mucho de legalismos, creo que tampoco eso es posible.

No obstante, le hablamos de nuestra experiencia con Ram y Laxman, que también estaban presentes en la comida, dos jóvenes nepalís, de Bal Mandir, a quienes habíamos logrado traer a España con visados de estudiante.

–Formalmente no son nuestros hijos –afirmó Aurora–, pero para nosotros es como si lo fueran. No hay diferencia con nuestras hijas Roshní y Chandrika, aunque el hecho de no poder adoptarles tiene repercusiones legales que complican un poco más el poder tenerles con nosotros. Su permiso de estancia en nuestro país como estudiantes se debe renovar cada año, aunque pasado un tiempo, no sé cuánto, podrían solicitar la nacionalidad española.

–Yo lo que quiero es, de un modo u otro, traer a Veronika a España e incorporarla a mi familia –explicó Reme con mucha seguridad–, luego, pienso que esa opción también me valdría.

Mi admiración por esa valiente mujer crecía a cada paso. Recordé entonces que hace varios años pedí permiso a la directora de Matruchhaya para fotografiar el expediente médico de dos de sus niñas, Bhavna y Veronika, pensando que tal vez se las podría ayudar médicamente en nuestro país. La idea fue de un buen amigo que entonces trabajaba como visitador médico. Mostró los papeles de Bhavna al responsable de cardiología infantil de un hospital público madrileño. Ese doctor tuvo la amabilidad de expresar por escrito que el problema cardiaco de la niña era grave, pero era posible su intervención quirúrgica y estaban dispuestos a operarla en su hospital, siempre que el Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid lo autorizase. Tramitamos la petición, pero fue desestimada, pienso que en buena medida por la crisis económica en la que estábamos inmersos, pero también porque esa intervención quirúrgica no sería suficiente para solucionar definitivamente su deficiencia cardíaca. La decepción por esa negativa hizo que ni siquiera lo intentásemos con Veronika, cuyo problema médico era una pérdida de visión tan rápida que en pocos años se había quedado prácticamente ciega. Nuestro amigo, el visitador médico, estuvo de acuerdo con nosotros en que si en el caso de Bhavna no habíamos logrado nada, no merecía la pena intentarlo con Veronika, pues la posibilidad de ayuda médica para ella resultaba más improbable y finalmente volveríamos a toparnos con la negativa del Consejero de turno.

Tras esa reunión familiar, mandé copia a Reme de las fotografías que había tomado del expediente médico de Veronika. Ella mostró esos documentos a una tía suya doctora, quien, después de consultar con colegas oftalmólogos preguntó si teníamos algún retrato de la niña en el que pudieran apreciarse con nitidez sus ojos. Encontré uno reciente que permitía ampliar considerablemente la imagen sin perder definición. Gracias a ello, los especialistas opinaron que la enfermedad degenerativa que había llevado a Veronika a la casi total ceguera, habitualmente detenía la progresiva pérdida de visión hacia los ocho años de edad. Analizando meticulosamente los informes médicos y el retrato, llegaron a la conclusión de que la niña tenía totalmente perdido uno de sus ojos, pero consideraban que el otro tenía el problema añadido de un desprendimiento de retina y unas cataratas. Según los expertos, solucionando esos dos problemas la niña podría recuperar algo de visión. En el hospital de la tía de Reme se ofrecieron para operarla gratuitamente de esos dos problemas.

Actualmente Veronika ve muy poco. De hecho, está escolarizada en régimen interno en una escuela especial para invidentes en Ahmedabad. Estudia en braille. El año pasado algún voluntario de nuestro grupo le preguntó si conocía los colores y si era capaz de diferenciarlos. Veronika arrimó un globo hinchable al único ojo en el que conserva algo de vista y dirigiéndolo hacia el sol pudo afirmar que el globo era de color azul. Por lo demás, Veronika recorre las dependencias de Matruchhaya o de su escuela para invidentes en Ahmedabad sin necesidad de utilizar bastón, pienso que porque se conoce todos sus rincones de memoria. Pero si, por ejemplo, me detuviese con mi silla de ruedas en alguno de sus recorridos habituales, tropezaría conmigo porque no es capaz de verme.

El informe médico de Veronika tenía algunos renglones escritos en gujarati. En una de esas líneas nuestra hija Chandrika descubrió que, según la fecha de nacimiento que habían anotado, la niña estaba a punto de cumplir dieciocho años de edad, justamente dos años más de lo que ella pensaba. Las monjas responsables de Matruchhaya, después de consultar su expediente, me confirmaron que efectivamente la niña estaba a punto de cumplir la mayoría de edad.

Aurora y yo asesoramos a Reme en todo lo que pudimos basándonos en nuestra experiencia con los visados de Ram y Laxman, al tiempo que solicitamos la colaboración de las misioneras de Matruchhaya para que ayudasen a Veronika a hacerse un pasaporte y conseguir un certificado médico y un certificado de antecedentes penales, necesarios para solicitar el visado de estudiante. Al mismo tiempo Reme preparó el resto de los documentos requeridos. El pasado sábado 27 de agosto Reme partió hacia India acompañada de su tía doctora. Llegaron a Matruchhaya a primera hora del domingo. En ese momento Reme se encontró con Veronika por primera vez, pero la niña se mostró fría y distante. Más tarde supieron que Veronika todavía no había sido informada de las intenciones de Reme, lo cual hacía perfectamente comprensible su falta de entusiasmo. Veronika ha sido testigo durante los años que ha vivido en Matruchhaya de numerosas adopciones. En todas las ocasiones, llegado el momento de la despedida, la mayoría de los huérfanos no pueden evitar preguntarse por qué nunca les llega a ellos el momento de salir de la inclusa con una familia. Yo mismo he sido testigo de varias escenas de ese tipo en las que resulta doloroso el contraste entre la cara de alegría e ilusión de quien se dispone a salir del orfanato para emprender una nueva vida, y la expresión de tristeza de aquellos que nunca tienen la fortuna de verse en esa situación. En concreto, Veronika y Bhavna me han parecido siempre las más afectadas por esa circunstancia, aunque normalmente esa tristeza les dura sólo unas horas.

Desde que conocí a Veronika en 2005 he sentido debilidad por ella. Me ha parecido siempre una niña tan frágil y vulnerable, pero al mismo tiempo tan amable, participativa y obediente que resultaba imposible no quererla. Las once veces que he coincidido con ella en Matruchhaya durante las vacaciones del Diwali, me he preguntado cómo es posible que criaturas tan adorables como Veronika no encuentren acomodo en ninguna familia. La respuesta aunque dolorosa e injusta es obvia: Veronika es ciega. Como en el caso de Bhavna, y de tantos otros huérfanos que hemos conocido en Matruchhaya o en Bal Mandir, su discapacidad ha sido un estigma suficientemente importante como para disuadir a cualquier pareja que pudiera interesarse por ella.

Generalmente una vez al año, sólo una para no resultar pesada, Veronika me ha preguntado si yo creía que también ella algún día podría viajar a España con una familia adoptiva. Nunca he sabido qué responderle. Su limitado conocimiento del inglés y mi ignorancia del gujarati han dificultado nuestra comunicación a un nivel más profundo que una simple conversación coloquial. En todas las ocasiones lo único que he podido hacer ha sido poner cara de tonto, evidenciando que eso no estaba en mi mano y que no sabía cómo propiciar que alguien se interesarse por ella.

Pero los milagros existen. De pronto una mujer que no conocía a Veronika, y a quien yo no conocía, después de leer alguno de mis humildes escritos en los que torpemente intento describir las realidades que voy descubriendo en Bal Mandir o Matruchhaya, decidió que haría todo lo posible para que Veronika formase parte de su familia.

Veronika, Reme y su tía volaron desde Ahmedabad hasta Bombay con la intención de entrevistarse con el Cónsul responsable de los visados y entregar toda la documentación requerida. En el aeropuerto la policía se extrañó mucho al ver a dos mujeres extranjeras con una niña india ciega que se mostraba muy nerviosa. Fue necesario que las monjas de Matruchhaya explicasen a la policía las intenciones de Reme y tranquilizasen a la niña.

En Bombay, el taxista que las conducía hacia el hotel conversó con Veronika en gujarati.

–¿Que has hablado con el conductor? –quiso saber Reme cuando llegaron a su destino.

–Me ha preguntado qué veníamos a hacer a Bombay y le he explicado que venimos a entregar papeles porque quieres adoptarme y llevarme a vivir contigo a España –explicó Veronika con una sonrisa.

–No debes olvidar que, aunque voy a intentarlo con todas mis fuerzas, no es seguro que lo consiga –afirmó Reme temerosa de que las ilusiones que todo eso estaba generando en Veronika pudieran frustrarse.

Revisaron meticulosamente en el Consulado de España en Bombay toda la documentación, recomendaron rehacer un par de papeles que les parecieron erróneos y se mostraron amablemente dispuestos a ayudar a Reme y a Veronika en todo lo que estuviese en su mano. Esa buena disposición las llenó de cauto optimismo a la espera de la resolución definitiva, que suponemos que llegará en dos o tres semanas.

En la comida familiar que tuvimos en casa con Reme descubrí que la coincidencia con el nombre de mi madre no era la única. Reme había estudiado Bellas Artes en la misma Facultad que yo. Aunque su promoción fue un par de años posterior a la mía, seguramente coincidimos en alguna ocasión en la biblioteca o la cafetería de la Facultad.

Por alguna extraña razón siempre he pensado que si mi madre hubiese tenido conocimiento de Veronika, aunque fuese indirectamente a través de mi testimonio, al igual que esta otra Reme, se habría enamorado de ella inmediatamente y habría hecho todo lo que estuviese en su mano por acogerla en su familia sin amedrentarse por las dificultades. En definitiva, al igual que esta otra Reme, mi madre era una mujer luchadora, generosa y caritativa.

 

José Luis Gutiérrez

José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos. Este año publicó su primera novela "Por amor al arte".

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