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Fernando Ferro

Tras las huellas de Platón

Domingo, 10 de Enero de 2016 Tiempo de lectura:

[Img #13376]Después de las doce entregas anteriores, llega el ensayo novelado “Confieso que tuve que matar” del maestro jubilado Francisco Villena, convertido en memorialista de su propia existencia. Libro que se podría clasificar, sin lugar a dudas, en el grupo de lo que Chesterton  denominaba “libros malos buenos” y que George Orwell tan positivamente valoraba. Son libros que, con toda probabilidad, no pasarán a la historia de la literatura, pero que, sin embargo, nos pueden hacer pasar un buen rato y de paso hacernos reflexionar sobre cuestiones de la vida cotidiana, que por tan próximas nos acaban resultando desconocidas.

El libro arranca con un formato de diálogo platónico, en el que el autor pone en boca de su interlocutor todas las objeciones imaginables a las tesis que defiende, y que, como era previsible, acaban derrotadas por la fuerza de los argumentos del primero. Se habla de la poesía, de la belleza, de los caprichos de las mujeres y de las delicias secretas de las mal llamadas perversiones sexuales, entre otras cosas. Para después pasar a describir, sin mucho detalle eso sí, los muy justificados asesinatos simbólicos. El autor de la confesión  “asesina” a los prepotentes, a los maleducados, a los chulos de barrio, a las señoras que sacuden las alfombras por los balcones y a los mendigos obscenos, que hacen insultante exhibición de sus míseras anatomías. En fin, un higiénico proceso de limpieza social que acabaría de un tirón con todos los socios de Torrente, él incluido.

En esta parte central del libro, la proximidad con la literatura apocalíptica de Daniel Aragonés es innegable, hay que permanecer muy atento para no acabar golpeado fatalmente con un ladrillo, morir estrangulado o certeramente desnucado con unos buenos golpes de estaca. La esperada redención sólo le llegará a la especie humana cuando salgan de la escena social la ingente cantidad de desaprensivos que la pueblan. Así sea. Entre un asesinato y otro, se permite alguna digresión sobre la conveniencia de andar por la vía pública con el pene desnudo y enhiesto, cuestión ésta que aunque parezca resuelta desde el punto de vista filosófico, necesitará de un contexto más liberal, para que sea socialmente aceptada. Supongo.

En la tercera parte del libro se nos explica que el criminal, aunque asesine con buen fin, siempre paga y da con sus huesos en la cárcel. Allí inicia un proceso de reflexión compartida con sus colegas internos en las Cátedras de Sexología, Matices Sexuales y Matices Heterosexuales que llena las páginas de animadas disquisiciones sobre la búsqueda del placer y esas cosas. En realidad el doble proceso de asesinatos y reflexión  se inicia antes, con las visitas al psiquiatra de turno, que también debe morir y muere. Así es la vida. Todas las divagaciones están teñidas de un tono machista, en las que se pretende que el coito y la penetración son el instrumento definitivo para lograr el placer de hombres y mujeres. Este sesgado tratamiento de tan importante asunto es radicalmente contestado por el activismo feminista y para arrojar más luz sobre el tema, me permito recomendar la lectura del libro “Mujeres, hombres, poder. Subjetividades en conflicto”, coordinado por Almudena Hernando y editado por Traficantes de Sueños.

En resumen, como nos recuerda el gran poeta anglo-norteamericano W.H. Auden en su magnífico libro de ensayos  “El arte de leer” en el que afirma “los intereses de un escritor y los de sus lectores no coinciden jamás, y si lo hacen, solo puede tratarse de un afortunado accidente”. Espero que sea así en este caso.

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