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Fernando Ferro

¿Puede ser Daniel Aragonés el Galdós de las nuevas generaciones?

Domingo, 25 de Octubre de 2015 Tiempo de lectura:

[Img #12606]Con la reciente publicación de 'Sórdido' (Editorial Alfasur) Daniel Aragonés cierra la trilogía de las Crónicas del pantano, antes aparecieron 'Óxido' y 'Creosota'. Tres novelas cortas, ya que no superan las doscientas páginas ninguna de ellas, y que podríamos etiquetarlas, tras una lectura rápida, como de literatura apocalíptica. Relatos estructurados en capítulos muy breves, con vocación de guión de películas de carretera, movie road, y que señalan un camino iniciativo hacia elevados valores morales: la solidaridad para con el desvalido que la necesita y el amor para quien lo merece.

A pesar de que todo suceda en un clima de violencia extrema, donde no rehuye la veraz descripción de acciones ciertamente sádicas, ni de la muerte cruel del que se la ha buscado por su inequívoca maldad, Aragonés tampoco prescinde de las imágenes de batallas sexuales, que serán calificadas de procaces por los improbables lectores mojigatos y de muy instructivas por los menos experimentados.

Los espacios sociales y físicos son descritos con agilidad y precisión, llenos de  desconfianza, odio y brutalidad unos y de fango, herrumbre y ratas los otros.

En el caso de sus personajes, que siempre quedan perfectamente definidos y reconocibles en su evolución, busca el apoyo de los clásicos, los protagonistas de su serie son tan idealistas y tenaces como el mismísimo Alonso Quijano. De la mejor novela escrita en cualquier tiempo y lugar, por quien conoció todas las derrotas y humillaciones en su propia experiencia, de la más sentida narración en la que los infortunios de los desposeídos son tratados con benevolencia y respeto, Daniel Aragonés recoge trama y sentido. Aunque sus Rocinantes sean mecánicos y ruidosos, sus Dulcineas desvalidas, ariscas y sensibles y sus Sanchos, a veces Sanchas, llenos de desesperanza y sentido común.

Y ¿por qué Galdós? Pues porque a mediados del siglo XIX se definió a través de la novela burguesa el imaginario de aquella sociedad, en la que todo estaba correctamente ordenado: los burgueses atareados y avaros tenían su compensación ocupando el escalafón superior, antes destinado a curas y nobles; mientras que los proletarios perezosos y perversos penaban sin redención sus pecados. El que se apartaba del inamovible orden, era severamente castigado y a veces devuelto a su puesto. Así, por los siglos de los siglos.

Algo ha cambiado desde entonces y ahora sería difícil hacer de los desacreditados, por sus malas acciones, banqueros y ejecutivos de multinacionales personajes ejemplares. El nuevo sujeto histórico de la novela contemporánea es el empleado a tiempo parcial que sobrevive con más penas que gloria, la madre soltera que lucha incansablemente para sacar adelante a sus hijos, el mestizo que vive con entereza su desarraigo, la muñeca rabiosa que para ganarse las verduras diarias nos mete tinta bajo la piel, con tatuajes o literatura, y el inmigrante sin papeles que encuentra constantemente en la policía un obstáculo insalvable para vivir sin delinquir.

Daniel está escribiendo los nuevos episodios transnacionales, en los que lejos de afirmar los caducos principios de la clase burguesa, narra las nuevas formas de vida de una colectividad humana compleja y llena de tensiones, pero que va asumiendo como innegociable el respeto por el otro, bien sea la naturaleza o el que no encaja en los parámetros de la inexistente normalidad. Literatura intensa, que desde la infatigable esperanza de los apocalípticos, nos anuncia tiempos nuevos. Por lo tanto, buenos tiempos.

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