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José Luis Gutierrez

Helados

Lunes, 26 de Octubre de 2015 Tiempo de lectura:

El pasado sábado 17 de octubre, después de comer, a pesar de que ese era nuestro único día de descanso semanal, decidimos ir caminando hasta el lugar en el que se encuentran precariamente realojados los más pequeños de Bal Mandir, en las proximidades del edificio clausurado tras el terremoto.

Como el problema de abastecimiento de petróleo y gas todavía no se ha resuelto, los taxis siguen siendo escasos y muy caros. Sentíamos cierto pesar al considerar que no estábamos cumpliendo la promesa que habíamos hecho a los pequeños de Bal Mandir de intentar dedicarles también a ellos todos los días un rato, por las mañanas o por las tardes, tratando de compatibilizarlo con nuestro trabajo diario en Siphal, donde tenemos mayor número de niños con una edad más apropiada para el trabajo que pretendemos realizar, y espacio para desarrollar nuestras actividades.

Según caminábamos hacia el garaje en el que permanecen los pequeños, pasamos por delante de un puesto de helados, y se nos ocurrió que podríamos obsequiar a cada uno de ellos con un apetecible cono con su correspondiente bola de helado. Calculamos que habría unos setenta y cinco menores, pero restando los bebés, que aún no pueden tomar ese tipo de exquisiteces, quedaban unos sesenta. Comparamos diez litros de helado, cinco de fresa y cinco de vainilla, en dos recipientes metálicos, de los que se usan en las heladerías para colocar la mercancía en el mostrador, con la promesa de devolver los envases en cuanto distribuyésemos su contenido. Llevamos setenta y cinco cucuruchos pensando en que lo correcto sería ofrecer también un helado a cada una de las cuidadoras.

[Img #12610]

Como siempre, los niños se alegraron mucho al vernos llegar pero, cuando se dieron cuenta del obsequio que les llevábamos, su alegría se convirtió en entusiasta algarabía. Varios voluntarios se afanaron en rellenar de helado los conos utilizando cucharas soperas, gracias a lo cual, viendo que teníamos suficiente cantidad, hicimos que las raciones del dulce manjar fueran considerablemente mayores que las que habitualmente sirven en las heladerías.

Después de deleitarse con la fría sorpresa, relamerse y rebañar los envases hasta dejarlos completamente limpios, la mayoría de los niños, incluso los más pequeños, vinieron a darme las gracias como si yo fuera el único artífice de ese obsequio, cuando en realidad había sido idea de todos, pero como esos matices resultan difíciles de explicar para niños tan pequeños, acepté su agradecimiento en nombre de todos.

[Img #12609][Img #12608]

En ese grupo de menores de Bal Mandir hay varias niñas mayores como Puja, Dilmaya, Satya, Canchi o Prajita, que están allí para tratar de echar una mano a las cuidadoras en su trabajo con los más pequeños. También hay algunos niños, como Sagar o Dipendra, de unos doce años de edad, que están conviviendo con los más pequeños durante sus vacaciones escolares del Dashain, ya que durante el curso viven en el internado de su escuela, para no concentrar demasiados niños en Siphal.

Precisamente este último, Dipendra, un niño que desde hace años me llama papá, especialmente cariñoso a pesar de estar en esa edad en la que la mayoría de los niños sienten vergüenza de mostrarse afectuosos, después de comerse el helado y darme las gracias, me preguntó si las próximas vacaciones de Dashain volvería a Nepal.

–Por supuesto Dipendra –contesté yo rápida e irreflexivamente, a pesar de que cada vez tengo más dudas de cuánto tiempo podré continuar con esta iniciativa y con la de Matruchhaya, ya que cada año, debido al avance de mi enfermedad, encuentro más dificultades–. Llevo diez años consecutivos viniendo aquí para pasar con vosotros las vacaciones del Dashain. Los niños de Bal Mandir ya sois parte de mi familia. No puedo dejar de venir.

Entonces Dipendra me dio un beso y se fue a jugar con sus amigos. Yo me quedé dudando de si realmente estaba haciendo bien al trasmitir esa seguridad, o si realmente debería explicar a los niños que en mis circunstancias resulta más difícil de lo normal hacer una previsión de futuro por más que interiormente yo sienta esa necesidad.

 

Katmandú, a 20 de octubre de 2015.

José Luis Gutiérrez

José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos. Este año publicó su primera novela "Por amor al arte".

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