Juegos Olímpicos
Ayer inauguramos los Juegos Olímpicos "Siphal 2015". Hubo un desfile por el patio central del hospicio, con más de sesenta participantes, inscritos en tres grupos diferentes. Cada uno de ellos llevaba atada al cuello una pañoleta del color identificativo de su equipo, con su nombre y algún tipo de decoración geométrica.
Hemos dado más responsabilidad a los voluntarios nepaleses, y han sido precisamente ellos quienes nos han sugerido que englobemos todas las actividades, artísticas, lúdicas o deportivas, en una especie de competición que estimule su participación, aunque finalmente no haya vencedores ni vencidos. Ram, Laxman, Jodish, Kalpana o Netra, nuestros voluntarios nepaleses, jóvenes ex Bal Mandir con quienes estamos compartiendo apartamento, conocen mejor que nadie a estos niños, saben tratarles con cariño y respeto, pero a la vez con la autoridad necesaria para mantener el orden. De ese modo, consiguen una implicación de los menores en cada una de las actividades que sin su ayuda jamás lograríamos. También Sudip, Sagar, Keshab, Subas, Durga y Samjhana, todavía internos de Bal Mandir, están dispuestos no sólo a participar, sino también a ayudarnos en la organización, conscientes de que dentro de unos años ellos serán los voluntarios nepaleses de este proyecto, e incluso podrían participar en el de Matruchhaya, como este año lo harán Ram, Laxman y Netra.
Cuando los sesenta y cinco participantes en estas peculiares olimpiadas ocuparon el patio central del hospicio, distribuidos ordenadamente por equipos y por edades, formando filas perfectamente trazadas, incoherentes con el desorden que aparentemente reina en un lugar como este, se hizo todavía más evidente la formidable diversidad de individuos que lo pueblan. Desde los cuatro años de edad de Nir Bahadur hasta los diecisiete de Sudip, desde la exultante energía física de Subas hasta la parálisis cerebral de Lata o Roji, pensé que el espectro de menores dispuestos a participar en los juegos era tan variopinto que resultaría imposible organizar cualquier tipo de actividad en la que pudiéramos implicar con entusiasmo a todos ellos, y sin embargo, allí estaban ellos, dispuestos a divertirse defendiendo los colores de su equipo.
Cuando Netra, que ejerció de maestro de ceremonia, finalizó su breve discurso de inauguración, todos aplaudimos, incluso quienes no comprendimos sus palabras en nepalí aunque pudimos imaginar su significado. Después, para concluir el acto de inauguración, pidió a todos los presentes que cantáramos el himno nacional de Nepal. Los niños irguieron su cuerpo, mirando al cielo, colocaron su mano derecha sobre el pecho, a la altura del corazón y empezaron a cantar en voz muy alta, casi gritando, la mayoría de ellos con los ojos cerrados, el himno nacional de este pueblo empobrecido y gravemente herido por el último desastre natural, pero orgulloso de su historia, su cultura y su afán de independencia. "Somos como una guirnalda formada por cientos de flores de diferentes colores pero unidas por un mismo sentimiento: somos nepalíes".
A mí, que nunca me han gustado demasiado los himnos ni las banderas, se me saltaron las lágrimas al ver el fervor de ese heterogéneo ejército de supervivientes. Me pareció que ese acto era una magnífica afirmación del deseo de sobreponerse al desastre y salir adelante de estos niños, de esta gente que, aunque está acostumbrada a sufrir, no se resigna.
José Luis Gutiérrez
Katmandú, a 17 de octubre de 2015
José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos. Este año publicó su primera novela "Por amor al arte".
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