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José Luis Gutierrez

Adiós Bal Mandir

Domingo, 21 de Junio de 2015 Tiempo de lectura:

"Tras el terremoto y sus consecuencias, ahora sé que la reconstrucción de Bal Mandir puede ser inviable. Por ello siento añoranza por su probable pérdida, porque allí, en ese lugar tan sucio y caótico, con esos niños y niñas tan especiales, he pasado algunos de los momentos más felices de mi vida", dice el autor.

Ya hace más de un mes que, primero Aurora, y unos días después Ram y Laxman, llegaron a España. Desde entonces no ha dejado de haber réplicas del gran terremoto que el 25 de abril asoló Nepal, algunas de gran intensidad. Ahora la llegada del monzón, con tantas personas viviendo en la calle, con el terreno removido y las casas derruidas o seriamente dañadas, complicará aún más las cosas. El estado del edificio de Bal Mandir, con esos constantes temblores, ha empeorado. La policía ha prohibido el acceso al inmueble, y para mayor seguridad ha acordonado todo su perímetro con una cinta roja y carteles que expresan la prohibición. Antes de eso, Ram, Laxman, Jodish y Netra, entraron en el antiguo palacio para rescatar todo lo posible del aula de Dididai. Ahora las grietas son tan grandes que nadie cree que sea viable la rehabilitación de ese vetusto edificio.

Yo, que en numerosas ocasiones había dicho, medio en broma o medio en serio, que la mejor solución para Bal Mandir sería despedir a buena parte de sus trabajadores, destituir a todos sus dirigentes y demoler ese gigantesco y, ya antes del terremoto, deteriorado edificio, para construir varios pequeños albergues que pudieran acoger a los huérfanos tratando de imitar un modelo de unidad familiar más natural; estoy viviendo con tristeza la que puede ser la desaparición definitiva de Bal Mandir. Jamás pensé que fuera a sentir nostalgia por la pérdida de esa realidad que a mí me parecía tan inapropiada para los niños, pero ahora que veo cercana esa posibilidad, empiezo a valorar con inevitable melancolía todo lo que pudo haber de positivo en aquel singular lugar en el que se han criado cientos de niños huérfanos, o abandonados por sus padres ante la escasez de recursos.

Hablando con Ram y Laxman, he comprendido que, por muy críticos que seamos con la gestión de esa inclusa, es evidente que aquella ha sido su casa durante muchos años. Allí han sufrido privaciones de todo tipo, pero también se han divertido y, a su manera, han sido felices. De lo que no cabe ninguna duda es de que pocos niños habrán disfrutado de tanta libertad como la que han tenido los internos de ese orfanato. Ello no ha sido producto de un entendimiento educativo basado en la tolerancia o la permisividad, sino que ha derivado directamente de la negligencia de los gobernantes de esa casa, quienes, por lo general, han sido absolutamente indiferentes a la suerte de los menores que esa institución acogía. Tampoco las cuidadoras, mal pagadas, desbordadas de trabajo y con gran cantidad de niños a su cargo, han mostrado especial preocupación por esos desdichados que supuestamente estaban bajo su protección. A pesar de ello, o quizás precisamente por esa indolencia de los adultos responsables de los internos, allí han aflorado amistades cuya intensidad, cercana al puro sentimiento de hermandad, habitualmente supera lo que los no huérfanos entendemos por normal.

La mayoría de los jóvenes criados en Bal Mandir que hemos conocido son ahora personas nobles, amigables, generosas y comprometidas con los problemas de su país, especialmente con la situación de los niños y niñas que vivían en su orfanato. Posiblemente, ante el desafecto de las cuidadoras, o la corrupción y, en ocasiones, pura maldad de los responsables del orfelinato, los niños han desarrollado una extraordinaria capacidad para protegerse entre sí y darse afecto, como si realmente todos ellos fuesen hermanos. Esto es algo que yo antes no había visto en ningún otro lugar, al menos no de este modo.

En octubre de este año, coincidiendo nuevamente con las vacaciones escolares del Dashain, como siempre, diez años después de iniciar nuestra actividad en ese hospicio, regresaré a Katmandú con mi mujer, para, con la ayuda de Ram y Laxman, y de algunos otros voluntarios, tratar de llevar a cabo alguna actividad con los niños de Bal Mandir, aunque será más difícil porque ahora están dispersos en varios edificios en donde han sido realojados temporalmente. Nuestro objetivo principal este año será pasar todo el tiempo posible con los niños allá donde se encuentren, jugar con ellos, organizar actividades que les resulten estimulantes, divertirles, darles mucho afecto y tratar de ayudarles en todo lo que podamos.

Deseamos a toda costa seguir en contacto con nuestros niños de Bal Mandir, y haremos todo lo posible para dar continuidad a nuestro proyecto, pese a lo cual, no logro liberarme de la sensación de que éste puede ser el final de la iniciativa que hace años denominamos "Color en Bal Mandir". Puede que encontremos un modo de seguir trabajando con esos huérfanos, o con otros, algunos de ellos recién llegados, nuevos en su orfandad, víctimas del terremoto, en emplazamientos distintos; pero ya nada volverá a ser igual, porque en este caso (ahora me doy cuenta) el edificio era una parte importantísima de nuestro proyecto. Sobre las ahora agrietadas paredes de ese antiguo palacio, pintamos con los niños numerosos murales. En el patio central pasamos ratos formidables jugando con los menores. En el salón de actos de la zona noble del edificio estrenamos las obras de teatro que ensayamos con ellos. En la Dancing Room invertimos numerosas horas practicando todo tipo de bailes.

En definitiva, es probable que esta añoranza que ahora siento por la irremediable pérdida de esa realidad esté también motivada por un pensamiento que está rondando por mi mente cada vez con más claridad, especialmente desde que sé que la reconstrucción de Bal Mandir puede ser inviable: allí, en ese lugar tan sucio y caótico, con esos niños y niñas tan especiales, he pasado algunos de los momentos más felices de mi vida.

José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos. El año pasado publicó su primera novela "Por amor al arte".

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