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José Luis Gutierrez

Panche

Martes, 23 de Octubre de 2012 Tiempo de lectura:

Estremecedor relato de José Luis Gutiérrez sobre la muerte de Panche, un niño de Bal Mandir de cinco años. Una prueba de que la nueva dirección del hospicio nepalí no es mejor que la anterior. El relato de Gutiérrez es un grito desgarrado, y a la vez sereno, que denuncia la tremenda injusticia cotidiana que sufren en el mundo millones de niños abandonados a su suerte.

[Img #4800]El domingo 14 junio de este año, día del padre en Nepal, fallecía en un hospital de Katmandú nuestro querido Panche, un niño de Bal Mandir de siete años de edad que no aparentaba más de tres. Casualmente su fotografía aparecía en el calendario que habíamos distribuido para recaudar fondos con objeto de ayudar a los niños de su hospicio, justamente en el mes de junio, sentado a la puerta de la Dancing Room, donde desarrollábamos nuestras actividades, acompañado de sus buenos amigos Luky y Dristi.


Me gustaba observar a Panche y escuchar sus conversaciones, aunque nunca pude entender ni una sola palabra de lo que decía, pero el modo en que gesticulaba, la agilidad de su conversación y su facilidad para despertar la risa en todos los que le rodeaban, ejercía sobre mí una enorme fascinación. Antes de saber su fecha de nacimiento, pensé que no pasaría de los tres años, porque además siempre estaba rodeado de niños y niñas de esa edad, como Luky y Dristi, y precisamente esa apariencia hacía más sorprendente su conversación ágil y su capacidad para convertirse en el centro de atracción de cuantos le rodeaban.


Cuando supe su edad real, empecé a considerar que Panche era como Óscar, ese personaje de la formidable novela de Günter Grass titulada El tambor de hojalata, un niño que había conseguido detener su crecimiento fisiológico porque prefería permanecer indefinidamente en esa edad en la que los niños aún están exentos de obligaciones y preocupaciones. Además Panche, por su simpatía e inteligencia era el líder de los niños y niñas de Bal Mandir de esa edad. Dirigía sus juegos, les explicaba miles de cosas, y debía de contarles historias fascinantes que hubiese deseado entender.


[Img #4801]El documental de 2011, que pronto editaremos, utilizó a Panche como introductor al fascinante universo de Bal Mandir. Una voz en español de un niño de edad similar a la de Panche describe esa realidad como si fuera un cuento fabulado. Bajo la personal visión de ese niño tan especial, aquello no era un orfanato, sino un espléndido palacio en donde convivían alegremente cientos de menores. Unos españoles (nosotros) acudían allí todos los años por el Dashain para participar del ambiente festivo tan extraordinario que reinaba en Bal Mandir. Los niños del palacio, verdaderos soberanos, permitían que ese grupo de españoles compartieran con ellos su festividad favorita a cambio de que les enseñaran bailes de otros países y prepararan para ellos juegos y todo tipo de actividades creativas.


En el mundo real, en el que Bal Mandir, lejos de ser un palacio era un orfanato donde multitud de niños vivían en pésimas condiciones, una mujer irlandesa que llevaba varios años viviendo en Katmandú, acudía allí con mucha frecuencia, y pasaba mucho tiempo jugando con los niños y niñas. Pronto se enamoró de Panche, porque descubrió en él un ser absolutamente excepcional, y porque ella, al hablar y entender el idioma nepalí, podía admirar mejor que nosotros su gracia e inteligencia. Como no sospechaba la verdadera razón de su no crecimiento y pensaba que podría deberse a una deficiente alimentación, en alguna ocasión solicitó permiso del director del orfanato y se fue a almorzar con el niño a un restaurante cercano. A Panche le encantaba comer pollo, pero además disfrutaba de la compañía de aquella mujer que le trataba con el cariño propio de una madre.


Con el cambio en la dirección de Bal Mandir, aquellas fugaces salidas tan nutritivas para ambos se vieron interrumpidas. La nueva directora denegó las reiteradas solicitudes de la mujer irlandesa para salir del hospicio con el niño, aunque sólo fuera durante una o dos horas, aduciendo que sobre ella recaía la responsabilidad legal de todos los menores que habitaban en Bal Mandir. La amiga de Panche no tuvo más remedio que resignarse, incluso podía sentirse contenta, porque al menos a ella no le habían negado el acceso al orfanato como al resto de los voluntarios. No obstante, contemplaba con rabia cómo la propia gobernanta frecuentemente salía a comer fuera del orfanato acompañada de una interna adolescente guapísima que se había convertido en su favorita.


La semana pasada la irlandesa nos contó en Bal Mandir que un día del mes de junio recibió una llamada de la directora, quien le dijo que podía sacar a Panche de Bal Mandir, y que en su opinión, tal vez debía llevarle al hospital, porque le parecía que el niño no se encontraba bien. Inmediatamente se presentó en el orfanato y llevó a Panche al centro médico que la directora había indicado. El sanatorio estaba repleto de pacientes, por lo que tardaron mucho en atender al niño, y cuando lo hicieron se limitaron a pedir que regresara al día siguiente para hacerle radiografías y algunas otras pruebas. Con el permiso de la gobernanta, Panche pasó esa noche en la casa de su buena amiga, pero no pudo dormir porque estuvo todo el tiempo tosiendo. En cuanto amaneció, la mujer telefoneó a la directora, le explicó que Panche había pasado muy mala noche y le pidió permiso para llevarle al mejor hospital de Katmandú, porque aquello empezaba a preocuparle. De paso le comentó que le sorprendía que el niño no estuviese tomando ninguna medicación. Poco después, la jefa le devolvió la llamada para decirle que el niño estaba tomando desde hacía unos días tres medicamentos distintos, pero por alguna razón, habían olvidado dárselos al salir del hospicio.


En el hospital más caro y prestigioso de Katmandú atendieron a Panche con diligencia, derrochando todo tipo de atenciones, como si estuvieran tratando al hijo predilecto de cualquier familia rica del país. Pronto descubrieron que los pulmones de Panche estaban seriamente infectados, tenía una neumonía que dificultaba su respiración. La voluntaria irlandesa permaneció junto a él todo el tiempo que pudo. La segunda noche, pensando que el niño estaba un poco mejor se fue a dormir a su casa, pero pronto recibió una llamada del hospital que le avisaba de que el niño había empeorado. Regresó de inmediato, y antes del amanecer del domingo 14 de junio, los pulmones de Panche se colapsaron y dejó de respirar.


Al llegar a este punto del relato los ojos de la irlandesa estaban ya llenos de lágrimas, y los nuestros también, pero todavía añadió que le consolaba saber que Panche había muerto con dignidad, atendido por los mejores especialistas del país y colmado de amor y atenciones.

 

Katmandú, a 21 de octubre de 2012.


* José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular y Director del departamente de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Univarsidad Complutense de Madrid. Reside en Pinto y es promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India y Nepal.

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