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Oro, sudor y lágrimas: Los testimonios de los héroes del COVID-19 de Ciempozuelos

Esther A. Muñoz Lunes, 27 de Julio de 2020 Tiempo de lectura:

Recogemos algunos de los conmovedores testimonios de los trabajadores de las residencias, centros asistenciales y centro de salud de Ciempozuelos, sobre su trabajado durante la pandemia del coronavirus.

[Img #26759]Por primera vez en su historia, Ciempozuelos ha hecho entrega de una Medalla de Oro del municipio, símbolo de la máxima distinción que puede dar un pueblo. Con esta medalla, aprobada unánimemente por todos los grupos políticos con representación en el Pleno municipal, la Corporación ha querido reconocer la abnegada y esencial labor de los trabajadores de centros asistenciales y del centro de salud durante la pandemia. Labor que sigue siendo vital para superar el mayor reto sanitario que ha conocido este país en lo que va de siglo.
El coronavirus ha sido especialmente cruel con Ciempozuelos en su mayor particularidad, sus cinco residencias de ancianos y dos centros asistenciales donde la incidencia del virus ha sido dramática y los muertos se cuentan por decenas. Los profesionales de estos centros han tenido que enfrentarse a la pandemia sin apoyo hospitalario, sin medios suficientes de protección personal ni asistenciales para los pacientes durante gran parte del periodo de crisis, enfermando muchos de ellos en el ejercicio de su trabajo y cumpliendo con los vecinos de Ciempozuelos incluso más allá de su deber deontológico.

 

“Con su trabajo, profesionalidad, esfuerzo y compromiso han dado lo mejor de sí mismos honrando de esta manera el carácter hospitalario de nuestro pueblo”, reconoció la corporación municipal en el pleno. 
El Consistorio convino hacer extensible la Medalla de Oro al pueblo de Ciempozuelos, en reconocimiento “a la responsabilidad y solidaridad” mostrada en los momentos más críticos y desesperanzadores de la pandemia. 

 

Las históricas primeras Medallas de Oro fueron entregadas en el homenaje organizado por el Ayuntamiento de Ciempozuelos el 16 de julio. Un acto al que asistieron más de 200 vecinos.

 

[Img #26763]Testimonios

 

El informe motivado para otorgar la Medalla de Oro de Ciempozuelos a los trabajadores del centro de salud y centros asistenciales hace acopio de varios relatos de los empleados afectados. 

 

“Es muy difícil ponerse en la piel de relatos tan horribles. Lo que sé es que desde el minuto uno se actuó de forma profesional y responsable, a pesar de que ninguno de ellos había vivido una situación sanitaria como la que hemos vivido. A pesar de que el colapso de las UCIS convirtieron los centros asistenciales en hospitales, incluso en morgues improvisadas, con turnos de 24 horas y sin medios de protección para ellos”, declaró el concejal Luis Pueyo, responsable del informe.

 

Dolor, incertidumbre y miedo son palabras que repiten los relatos de los sanitarios y trabajadores en los que queda plasmado el sacrificio psicológico que han sufrido en silencio, viendo cómo se apagaba la luz de aquellas personas con las que habían vivido tantos momentos.

 

Estos son algunos de ellos.

 

[Img #26757]El principio del caos

 

“Cuando se hablaba de que en Wuhan estaban enfermando muchas personas, de una enfermedad desconocida que la producía un virus nuevo de la familia coronavirus, no podía ni imaginar que pudiera llegar hasta nosotros, que pudiera llegar a enfermarnos. Ya encontrarían en China un remedio antes de que se extendiera. 
La primera semana de febrero se decía que había enfermos en Madrid. Se nos estaba acercando peligrosamente el virus. Parecía que ya no nos libraba nada de la pandemia. Comenzamos a estar alerta, por si nos llegaba algún enfermo, a aplicar medidas de aislamiento, protección de los sanitarios con trajes especiales. 
La segunda semana de febrero comprobé que la enfermedad ya estaba aquí”.

Felisa Labrador, directora del centro de salud de Ciempozuelos.

 

“Amaneció el día 17 de marzo con un residente con síntomas compatibles con COVID-19. A partir de ahí comenzó esta locura.

 

No tenemos material de protección. El stock del que disponíamos se ha agotado y los proveedores a los que habíamos hecho pedidos nos avisan que se anulan por falta de stock. No hay material de protección y hay que hacer frente a lo desconocido, a esta amenaza mortal y a cara descubierta. Bolsas de basura grandes a modo de blusón, bata quirúrgica, reutilizada, mascarillas donadas y guantes… ese es todo nuestro arsenal. 

 

Ante la desesperación enviamos email a todos los organismos oficiales que conocíamos para pedir ayuda tanto de personal como de equipos de protección. 

 

Siguen apareciendo casos compatibles y para su diagnóstico solo contamos con un fonendoscopio y la experiencia del médico. En el hospital no se atienden derivaciones de residentes con edad superior a 80 años. ¡¿80 años?! En una residencia hay edades muy superiores. Nos sentimos solos, sin medios para luchar ni para diagnosticar. No podemos flaquear, hay 300 ancianos que dependen de nosotros y no los vamos a abandonar. 
Siguen sin enviar ayuda de ningún tipo a pesar de solicitarlo a diario y comunicar nuestra situación a todos los organismos que conocíamos, sin respuesta. 

 

Una residencia no es un hospital, no tenemos medios para afrontar esta situación y cada vez son más los residentes con síntomas compatibles. Las habitaciones de enfermería para casos agudos se quedan escasas, necesitamos más camas. Se retiran todos los bancos de la capilla y se llena de camas. Se prepara una estancia y comenzamos a trasladar aquí a los residentes con contactos de riesgo con pacientes con síntomas compatibles”. 

Residencia Casaquinta Ciempozuelos

 

[Img #26758]Comienza el horror

 

“Se trabaja sin descanso. Las bajas de compañeros por encontrarse con síntomas compatibles no tardan en aparecer. Un grupo de trabajadores decide encerrarse en el centro desde el día 20 de marzo para de esa manera poder aprovechar al máximo el tiempo y mantener el control en el centro – “Esta gente luchó por lo que tenemos y esto es lo mínimo que podemos hacer para devolvérselo”, dicen–. Los fallecidos siguen aumentando por horas”. 
Adrián Sagra, responsable de enfermería de la residencia Casaquinta

 

“A falta de equipos de protección homologados, tenemos que protegernos de alguna manera y para ello utilizamos gafas de esquiar, gafas de buceo, chubasqueros, capas de lluvia…

 

Cada uno aporta lo que tiene, consigue o conoce… unas mascarillas que cose la madre y hermana de un trabajador, unas máscaras de protección hechas con una impresora 3D, un bote de lejía, una botella desinfectante… todo es bienvenido y bien agradecido. Utilizábamos nuestros contactos para que amigos, conocidos y familiares que podían conseguir EPIS ante la ausencia de respuesta de la Comunidad de Madrid, que se supone custodia todo. Nosotros tenemos que seguir trabajando, protegiéndonos y siguen apareciendo nuevos casos”. 

Trabajador de una residencia.

 

[Img #26760]“Suena el despertador y tengo la sensación de haber dormido poco y mal. Desayuno fuerte porque pasarán muchas horas hasta que pueda volver a comer. Después cojo mi coche y me dirijo al trabajo. Las calles están vacías, lo único que hace que me distraiga de este caos y de saber qué es lo que me espera al llegar es escuchar la música del coche. 

 

En aquel momento para llegar al trabajo pasábamos por un circuito de sucio para cambiarnos la ropa, ponernos el uniforme y pasar al circuito de limpio para posteriormente podernos poner las protecciones, pocas y escasas. Mascarillas quirúrgicas para cuatro o cinco días, delantales de plástico que nos facilitaban los de la cocina. Bolsas de basura que utilizábamos como trajes impermeables para cubrirnos la mayor parte del cuerpo. Lo primero, desinfección de todas las habitaciones mochila en mano. Los ancianos no sabían qué pasaba. Yo tenía que pararme y explicarles qué hacía. 

 

Me he sentado con ellos, he hablacon con ellos, les he puesto en contacto con sus familias. En definitiva les he dado el cariño y consuelo que necesitaban intentando aparentar estar lo mejor posible y que no notaran la situación: que cada vez eran menos y nosotros también porque muchos compañeros terminaban infectados. Y los pocos que quedábamos realizábamos tareas que aunque no nos correspondían, había que hacer. Estábamos, en definitiva, luchando contra la pandemia, pero por desgracia muchos no han podido vivir para ver que todo esto pasará. 

 

Cuando parábamos a comer algo era otro de los peores momentos del día. Ver como tus compañeros desanimados, lloraban sin consuelo por todo y por todos.
Yo también he llorado, y mucho. Porque todos ellos eran mis abuelos. Con los que he compartido muchos años y muchas cosas. 

 

Cómo he aguantado, no lo sé. Será por vocación o por no querer abandonar a esas personas que tantas alegrías y risas me han dado. Soy una persona a la que el trabajo no le asusta pero solo espero que esto no me pase factura”. 

Trabajador residencia de Ciempozuelos.

 

[Img #26762]Reinventarse 

 

“Tocó a la vez realizar el confinamiento de los abuelos: nuestro centro pasaba de ser un hogar enorme con salones amplios para comer y hacer actividades todos juntos a un funcionamiento parecido al de un hospital. El cambio fue demoledor. Una residencia es algo parecido a un pueblo pequeño donde convivimos y nos paramos a hablar con los vecinos. Pues esa convivencia se esfumó. Nos aterraba la soledad que podían sentir los mayores. 

 

El hospital de referencia sigue sin admitir derivaciones. Nos proporcionan medicamentos y material para su administración. No siempre, ni incluso en la cantidad necesaria. Una vez más los mayores están a la cola en la tragedia. No entienden que esto no es un hospital.

Residencia de Ciempozuelos

 

“No podíamos seguir siendo exclusivamente un centro socio sanitario y de cuidados prolongados, debíamos convertir parte del complejo en un centro hospitalario con un número aún sin estimar de enfermos agudos. 
Y partiendo de esta idea, todos empezamos a trabajar, cada uno realizando lo que mejor sabía hacer, sacando al mejor profesional y su parte más humana. 

 

Todas tuvimos que reinventarnos porque las necesidades de los mayores cambiaron. Ya no eran solo asistenciales. No tenían a su familia ni tampoco a sus “vecinos”, solo nos tenían a nosotras. Aquí el ingenio empezó a funcionar. ¿Qué podemos hacer para animar a nuestros mayores? Gimnasia en la puerta de la habitación, música y relatos por megafonía, compañeros tocando la guitarra en los pasillos, cartas y llamadas entre residentes… 

 

Las familias sin duda han sufrido esta situación. Tratamos de hablar por teléfono con ellos todo lo posible y hemos ayudado a los mayores a hacer video llamadas, toda una revolución en esta pandemia. Los hemos acompañado en reuniones familiares virtuales donde no podíamos evitar que las lágrimas se nos escaparan junto a las de nuestros residentes. 

 

Perdimos el contacto físico pero conseguimos otro tipo de contacto. Nos cuidamos pues sabíamos que, sin el cuidado del profesional, no se llegaría al cuidado del residente. 

 

Hermanas Hospitalarias de Ciempozuelos


[Img #26761]La pesadilla

 

“Las familias reclaman poder despedirse del residente en estado terminal. Llaman amenazantes, enojados, confundidos, temerosos de algo desconocido. Otros nos dan apoyo y nos animan a seguir”. 

 

“Tragedia tras tragedia ves cómo tan frágiles, se te van… Tranquilo, no estás solo, no te voy a soltar”. 

 

“Una vez que llegaba el desenlace fatal, había que acompañar de nuevo a un solo familiar a despedirse del paciente fallecido. Todo esto se vivía casi todos los días, con varios pacientes fallecidos en el turno. Parecía que aquello no era real, que era una pesadilla”. 

 

“Cada fallecimiento nos ha producido muchísimo dolor. En las residencias de mayores es normal que la gente fallezca pero a esto es imposible acostumbrarse. Los fallecimientos eran demoledores, pero nos levantábamos y seguíamos, por todos los demás”. 

Trabajadores de centros asistenciales y residencias de Ciempozuelos. 

 

“Nos hemos encontrado con la desesperanza de las familias que no podían acudir a visitar a los suyos. Les hemos reconfortado con llamadas continuas de todos los profesionales para que sintieran el calor del acompañamiento, para que aquellas noticias e imágenes de desamparo y sufrimiento que recibían desde los medios de comunicación quedaran relegadas por imágenes reales, de continuos cuidados. Para que la imagen que imperara fuera esa mano amiga sobre la mano del que sufre, para que la calma frente a la ansiedad fuera otra de las líneas de batalla. 

Trabajador del Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos


Profesionalidad

 

“Y lejos de huir de las propias responsabilidades, del sentido de visión y misión de nuestra forma de trabajar, esa misma incertidumbre creó la unión de todos nosotros con la definición de un objetivo común: la seguridad de trabajar por el bienestar de los residentes y, por ende, de los profesionales”.

Trabajador de centro residencial de Ciempozuelos.

 

“Casi desde el principio, en la puerta de la Unidad 2 se podía leer “no hay imposibles” y nunca pensé que un lema pudiera ser tal real. En los peores momentos siempre había una mano que te ayudaba a levantarte, que compartía tu tristeza y preocupación, que simplemente estaba ahí contigo o incluso que era capaz de hacerte sonreír. Esa mano a veces era alguien del equipo, a veces era alguno de nuestros chicos o incluso alguien que desde casa sabía hacerse más presente que nunca. Había días que por si todas esas manos flaqueaban, teníamos los aplausos de nuestras unidades vecinas, de nuestros compañeros y hasta el de todos los balcones de España, animándonos a continuar con nuestra resistencia. Porque sí, juntos podremos. 
Trabajador del Centro San Juan de Dios. 

 

“El mundo se paraba, la gente se escondía en sus casas pero nosotras no. Nosotras seguimos día tras día. En la televisión las noticias cada vez eran peores. Lo único que podíamos hacer era protegernos más y seguir. Tocó entonces ponerse batas, mascarillas más incómodas pero que protegían más, ya no nos molestaban. Y el gorro, y las calzas. Y finalmente los buzos. En pocas semanas de trabajar en manga corta pasamos a parecer salidas de una película de ciencia ficción”.

Empleada de una residencia de mayores. 

 

“Siempre la vocación de enfermera se ha caracterizado por sus matices vocacionales, pero en esta ocasión más que nunca hay que tener presente que a cada uno nos acompañaban nuestras circunstancias personales, con sus temores, sus problemas. Y aun así, en todo momento ha tenido más peso la vocación que la adversidad. Mis compañeras enfermeras y enfermeros han estado a la altura en todo momento, haciendo llegar a la población que no iban a estar solos en esta pandemia, que seguirían aplicando cuidados de calidad día a día y solucionando todas las necesidades que les surgieran”. 

Enfermera del centro de salud de Ciempozuelos.

 

El miedo 

 

“No podemos obviar que el miedo, sentimiento que nos acompañó y que hemos intentado gestionar de múltiples formas, ha estado presente en todo momento. No solo el miedo de acercarnos a nuestros residentes, a los que podríamos contagiar, sino el que se producía al llegar a casa, al relacionarnos con los nuestros. Es curioso pero muchos de nosotros hemos sentido menos miedo y más protección dentro del complejo que fuera, como si aquí todo tuviese un sentido distinto, como si la protección del grupo todo lo venciese”. 

Trabajador centro asistencial de Ciempozuelos.

 

“Después de salir del trabajo regresabas a casa con miedo, evitabas acercarte a la familia para prevenir contagiar a nadie. Aislarte en la habitación sin apenas salir salvo para ir al baño. Con ansiedad e insomnio por no poder quitarme de la cabeza las situaciones tan dramáticas vividas, lo difícil que se hace retomar poco a poco la vida normal tras lo vivido y el miedo a que haya un rebrote de la enfermedad y volvamos otra vez”. 

Trabajador centro asistencial de Ciempozuelos.

 

Héroes sin capa

 

“Hoy nos encontramos orgullosos de nuestro esfuerzo aunque no tanto del resultado. Lo sentimos por los que dejamos en el camino, siempre les recordaremos. No nos consideramos héroes, como dicen por ahí. Somos personas entregadas a una profesión y un colectivo que en su momento hizo lo mismo por sus iguales. Ellos jamás nos hubiesen abandonado. ¿Lo volveríamos a hacer? Seguro que sí. 

Trabajadora residencia de mayores de Ciempozuelos

 

“Para ser sincera, en ocasiones he llegado a sentirme como una heroína. Sin embargo, ahora que reflexiono, creo que simplemente hemos sido humanos. Todos hemos tenido miedos, flaquezas, cansancio, preocupación…”

Trabajadora de residencia de Ciempozuelos


 

Esperanza

 

“Hoy, al mirar al jardín, las salas principales y zonas comunes, vemos residentes que hablan, ríen y conversan. No podemos evitar una sonrisa por lo que hemos salvado, y un cariñoso recuerdo para los que se han ido. Hemos ganado la batalla y ganaremos la guerra”. 

Residencia Casaquinta 

 

“Hemos errado y nos hemos sentido vencidos ¡tantas veces! Y creo que es ahí donde reside nuestra peculiar magia. Por cada caída tenías manos que te levantaban, por cada piedra en el camino descubrías una maravillosa flor al lado. Por cada momento de tristeza veías algo por lo que sonreír. Hemos formado hoy más que nunca una familia unida por la hospitalidad y construida por todos desde sus cimientos. Y eso, no hay caída ni crisis que pueda romperlo. 

Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos

 

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