Samjhana y Arjun
El pasado jueves, el día grande del Dashain, pasamos la mañana con los niños en Siphal. Allí nos puso el tika un señor muy amable que, según nos dijeron, es el nuevo Secretario General de la NCO.
Hemos conocido ya tantos cargos políticos que inician su andadura en esa organización que controla todos los orfanatos estatales de Nepal con apremiantes deseos de transformarlo todo, pero finalmente abandonan su responsabilidad al poco tiempo, frente a la imposibilidad de modificar esa realidad o ante las propias presiones que supongo inherentes a ese puesto, que ni siquiera me esforcé en memorizar su nombre. Recuerdo que el año pasado el recién nombrado Coordinador de la NCO, imagino que forzado por el escándalo de las violaciones de niñas en Bal Mandir, aunque el agresor era un trabajador de las oficinas de su propia institución, centró todos sus esfuerzos en limitar el acceso de visitantes al orfanato, y nos mostró como uno de sus primeros logros un sistema de vigilancia con cámaras de video colocadas en puntos estratégicos del orfanato que le permitía ver en todo momento lo que ocurría en Bal Mandir.
–Mirad, este monitor, por ejemplo, muestra lo que está ocurriendo en el comedor. De este modo, puedo ver lo que comen los niños –afirmó ese nuevo responsable de Bal Mandir orgulloso de su impulso modernizador.
–Para eso sólo necesitas bajar las escaleras y recorrer los menos de cien metros que separan tu oficina del comedor de los niños. De ese modo no sólo puedes ver lo que comen, sino incluso probarlo –le dijo impulsivamente uno de los nuestros voluntarios, con poca diplomacia pero cargado de razón. Tampoco las cámaras servían para prevenir los abusos sexuales, pues los canallas que agredían de ese modo a los más indefensos, conocían perfectamente Bal Mandir y podían eludir ese tipo de vigilancia fácilmente. El Coordinador prefirió no responder. Cambio de tema rápidamente.
El nuevo Secretario General, al contrario de aquel Coordinador que puso tantas trabas a nuestro trabajo con los niños, empezó diciendo que la NCO confiaba plenamente en nosotros y, por consiguiente, nos daba absoluta libertad para desarrollar nuestras actividades. Intenté darle algunas quejas sobre la actual situación de los niños tanto en Siphal como en las proximidades del antiguo orfanato, pero no me dio tiempo a verbalizar todo lo que yo quería expresar porque de inmediato me dijo que en lugar de dar quejas prefería que le ofreciésemos soluciones.
Después de comer en el propio hospicio decidimos ir a visitar a los más pequeños. Ese día, comparable en muchos sentidos a nuestro día de Navidad, nuestro equipo estaba reducido porque los hermanos Ram y Laxman habían ido de visita a su aldea natal, y Kalpana, Jodish y Netra estaban celebrando esa festividad con algunos amigos de Katmandú. Entonces Samjhana y Arjun, dos internos de unos dieciséis años de edad, me ofrecieron su ayuda para empujar mi silla de ruedas hasta las proximidades de Bal Mandir, a unos treinta minutos andando.
Les agradecí su intención, pero les dije que para eso tendría que pedir permiso al encargado de Siphal.
–El responsable de este hogar hace días que se marchó a su pueblo de vacaciones, pero si quieres, puedes pedir permiso a alguna de las cuidadoras –me dijeron los dos deseosos de acompañarnos.
A pesar de que sabía que las pocas cuidadoras que trabajan allí eran indiferentes a ese tipo de cuestiones, solicité su consentimiento y, tal y como yo sospechaba, me dijeron que hiciese lo que creyese conveniente.
Arjun empujó mi silla de ruedas con muy buena voluntad pero con poca pericia debido a su inexperiencia y a la dificultad del terreno. Aurora, Carlos y María le dieron relevo. Samjhana ni siquiera lo intentó. En el garaje habilitado para alojar a los pequeños nos ofrecieron con insistencia comer lo que habían preparado para celebrar ese día importante. No pudimos negarnos, de modo que comimos por segunda vez. Observé a nuestros jóvenes acompañantes como ingerían en pocos minutos, utilizando su mano derecha, un plato lleno de arroz, lentejas, verduras y carne de cabra. Una comida de lujo para un día importante.
Después de pasar un rato con los niños, decidimos regresar a nuestro apartamento. Arjun y Samjhana recorrieron parte del trayecto de regreso a Siphal con nosotros, pero cuando los caminos que conducían a nuestro apartamento y a su hospicio se dividieron, me dijeron que no era necesario que les acompañásemos, porque aún era de día y no quedaba ya mucha distancia hasta Siphal. A todos nos pareció razonable, sobre todo pensando que ya no eran niños.
Por la noche, cuando Jodish regresó al apartamento nos comentó que había visto desde cierta distancia a Samjhana y Arjun caminando lentamente hacía Siphal. Afirmó que le pareció que en un momento dado se agarraban de la mano, lo que confirmaba el rumor que el propio Jodish había oído en el albergue de que ambos se habían enamorado recientemente. Eso explicaba el desmedido interés que habían mostrado en acompañarnos, pues seguramente lo que buscaban era una oportunidad de salir fuera de Siphal, sobre todo para poder pasar un rato juntos sin la permanente compañía de sus compañeros del hospicio.
Katmandú, a 25 de octubre de 2015.
José Luis Gutiérrez
José Luis Gutiérrez Muñoz es Profesor Titular del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Residente en Pinto, es el promotor de una labor humanitaria, desde 2004, en orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Ha publicado dos libros sobre sus experiencias, "De sol y de luna", en el que relata la adopción de sus dos hijas, y "La balsa de Quingue", relatos sobre la vida de los niños y niñas de estos orfanatos. El año pasado publicó su primera novela "Por amor al arte" y este año ha publicado "Lugares del abandono".
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