La niña que desafió al cielo
La desatención, negligencia e indiferencia ante la dura realidad de los huérfanos de Bal Mandir que tienen muchos de los ciudadadores y directivos de este hospicio han provocado que una niña de cinco años haya fallecido por pulmonía.
Habitualmente por Dashain, aunque ya ha pasado el monzón, el
cielo de Nepal nos reserva varios días de lluvia intensa que generalmente
alteran de alguna manera nuestro trabajo con los niños de Bal Mandir. En la
última edición de nuestro proyecto en ese orfanato, una mañana en la que los
chaparrones se sucedían sin apenas tregua, mientras nosotros intentábamos continuar
con las actividades bajo techo en la dancing room y en la sala contigua, la
excesiva aglomeración de niños en el lugar en el que estábamos practicando
algunos bailes, nos obligó a interrumpir los ensayos.
Acerqué mi silla de ruedas a la puerta que comunicaba la dancing room con la calle para contemplar de cerca el espectáculo de una lluvia torrencial no muy habitual en nuestro país. Pensé que si seguía lloviendo de ese modo, tendríamos problemas para salir de allí. Al encontrarse la dancing room separada del edificio principal del hospicio, los niños, que no paraban de entrar y salir, necesariamente tenían que exponerse bajo la lluvia durante unos segundos, el tiempo que tardaban en atravesar corriendo los cinco o seis metros que distan entre esa habitación y las escaleras que conducen a la primera planta del albergue. Aunque ninguno parecía conferir demasiada importancia al agua que caía del cielo y les empapaba en pocos segundos, lo cierto es que todos ellos, hasta los más pequeños, trataban de hacer ese corto recorrido lo más rápidamente posible.
Pero Roshani, una niña de cinco años de edad, extremadamente alegre y juguetona, incluso un poco gamberra diría yo, en una de sus numerosas idas y venidas, se quedó plantada en mitad del recorrido, mirando hacia arriba con los brazos en cruz, desafiando con su preciosa sonrisa al cielo. A los que le indicábamos desde la puerta de la dancing room que continuara su camino y se pusiera rápidamente a resguardo, Roshani nos respondía con un alegre gesto provocador, poniendo de manifiesto que no estaba dispuesta a obedecernos y que esa nimia inclemencia meteorológica a ella no le amedrentaba.
Efectivamente ese día tuvimos problemas para abandonar el orfanato. La lluvia había inundado completamente el camino de salida. Ya en alguna otra ocasión, en años anteriores, habíamos tenido que salir con el agua cubriéndonos por encima de las rodillas, lo que para mí significa hasta el nivel del asiento de mi silla de ruedas, pero esta vez dos de nuestros voluntarios nepaleses se adelantaron y, todavía no comprendo cómo, consiguieron que dos taxis se aventuraran entrando al recinto del hospicio para recogernos y evitar así que tuviéramos que meter las piernas en ese inmenso charco. El taxi en el que yo me acomodé, aunque con dificultad, logró atravesar el punto más complicado, pero el otro se quedó atascado en lo más profundo. Fue necesario que todos los ocupantes de los dos taxis, excepto yo, se bajaran y aunaran sus fuerzas, metidos de lleno en el agua, para sacar de allí el vehículo. Afortunadamente los taxis de Nepal, aunque son capaces de llevar a más de cinco pasajeros, son pequeños y ligeros.
Hace poco más de una semana he leído en la prensa que el monzón de este año en Nepal ha producido devastadores efectos. Las lluvias torrenciales han provocado numerosas muertes por corrimientos de tierras y desbordamiento de ríos. Pero lo que realmente me ha hecho pensar muy a menudo en aquella lluviosa pero alegre jornada ha sido la noticia del fallecimiento de Roshani, la niña que tuvo la osadía de desafiar al cielo.
Hacia el mes de febrero, no recuerdo exactamente cuándo, Kalpana nos comunicó que Roshani había muerto en un hospital de Katmandú por un simple resfriado que había degenerado en pulmonía después de muchos días de fiebre y desatención en Bal Mandir. Imaginé que Roshani había vuelto a retar al cielo permaneciendo bajo la lluvia con su inquietante sonrisa. Supuse que a su cuidadora le había dejado absolutamente indiferente el hecho de que la niña se acostara con las ropas empapadas, o que a consecuencia de ello se resfriara y poco después empezara a tener fiebre. Las personas responsables de Roshani no reaccionaron hasta que la fiebre de la niña fue tan alta que les hizo temer por su vida. En definitiva, cuando la trasladaron al hospital era ya demasiado tarde. Critiqué a las negligentes cuidadoras de ese orfanato que sólo cuidan de sí mismas (no todas). También blasfemé a sus directivos que viven de espaldas a la realidad que ese edificio encierra, pero sobre todo maldije a la enfermera responsable de la atención sanitaria de esos niños, una joven que, al igual que su predecesora, era completamente insensible a los problemas de los menores que tenía bajo su custodia. Kalpana me matizó diciendo que en realidad Bal Mandir llevaba varios meses sin enfermera, porque hacía ya mucho tiempo que no se pagaban los salarios de los trabajadores, y la joven que ejercía esa responsabilidad había abandonado.
–Tener a esa mujer como enfermera es lo mismo que no tener
nada, porque en realidad nunca se ha ocupado de los niños –dije indignado.
¿Cómo pueden soportar las cuidadoras o la enfermera estar varios meses sin cobrar su salario?, me había preguntado yo en varias ocasiones. Sin duda, esa situación, que se da muy a menudo en Bal Mandir, es soportable gracias a que las cuidadoras y la enfermera trabajan (o permanecen) en el orfanato veinticuatro horas al día durante todos los días del año, lo que significa que no tienen gastos de alojamiento ni manutención.
Poco después de la muerte de Roshani, el equipo directivo de Bal Mandir se entrevistó con Basanti, una joven ex Bal Mandir que estaba a punto de finalizar sus estudios de enfermería, para ofrecerle el puesto de trabajo que había quedado vacante tras el abandono de la anterior. Basanti, que ha concluido sus estudios universitarios gracias a la ayuda de la asociación española "Ruta 6", y ha trabajado con nosotros como voluntaria en varias ediciones de nuestro proyecto, respondió que todavía necesitaba unos meses para entregar el trabajo de fin de grado y con ello dar por concluidos sus estudios. La dirección de Bal Mandir se mostró flexible en cuanto a su jornada laboral durante ese tiempo que necesitaba y Basanti pronto empezó a trabajar como enfermera en el mismo orfanato en el que ella misma se había criado.
Me enorgullece afirmar que, ahora que se han hecho públicos los resultados, sabemos que Basanti no sólo ha concluido satisfactoriamente sus estudios de enfermería, sino que además ha sido la número uno de su promoción.
Las condiciones de trabajo de Basanti, como las de todas las cuidadoras y sus predecesoras, son inhumanas. No sé cuánto tiempo podrá soportar esas circunstancias laborales, pero estoy absolutamente convencido de que si Basanti hubiera sido la enfermera de Bal Mandir desde principios de este año, Roshani no habría muerto porque, a diferencia de las otras, Basanti ama a esos niños a quienes considera sus hermanos.
Cabezón de la Sal, a 27 de agosto de 2014.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.171