Mirar para otro lado
El autor se indigna ante la apatía e indiferencia que producen las injusticias y, más concretamente, los desahucios pedidos por los bancos, ordenados por los tribunales y ejecutados por las llamadas fuerzas de seguridad. Desahucios de familias necesitadas ante los que una inmensa mayoría de ciudadanos "miramos para otro lado".
Aún no amaneció. Llego tarde. Nos esperan a las 7:00 AM y aún no salí de casa. Salgo y lo primero que me encuentro es a un vecino rodeado de cables y aparatos electrónicos haciendo footing, perdón, ahora se llama running aplicando la terminología anglosajona como si en castellano no existiese la palabra correr.
Me siento al volante de mi vehículo. Me tiemblan las manos, quizá al pensar lo que viví hace unas semanas en una situación similar a la que me enfrentaré dentro de unos minutos, pero el miedo lo dejé en la almohada tras invadirme toda la noche.
Me cruzo con varios ciclistas, de esos que aprovechan sus ratos de ocio para montar bicicletas de miles de euros, cual ciclista profesional, para quemar unas calorías y entrenar para luego volver a sus mal remunerados puestos de trabajo y quejarse de lo mal que está todo, o quizá lo hagan mientras echan la partida de pádel.
Llego. Solo a unos kilómetros de Pinto se está produciendo una vulneración de derechos humanos, se está violando la Constitución española y las recomendaciones del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Me viene a la mente el vecino que hacia running y los que montaban esas carísimas bicicletas. Sin duda no se han enterado de lo que ocurre a unos minutos de su municipio, de lo contrario a buen seguro estarían apoyando a una familia que está a punto de ser desahuciada, una familia sin trabajo, sin ingresos, sin ayuda de las instituciones, una familia con tres hijos de 9 y 3 años y el benjamín de tan solo 20 días. La última vez que vi a esa madre, hace 40 días, aún le llevaba dentro de sí pero la situación era similar, decenas de porras y pistolas en la calle esperando cumplir la orden de un juez a petición de un banco, KUTXABANK.
Me olvido de los ciclistas y el corredor y me centro en las armas de fuego que tengo frente a mí, algún día ocurrirá una desgracia. Vuelvo a sentir miedo y vuelvo a ignorarlo, grito, es el antídoto al miedo… Sigo gritando… Cada vez siento más miedo, cada vez grito más.
Todos gritan, algunos lloran, otros cumplen con su trabajo, llegan las ambulancias, gente tendida en el suelo, sangre, lamentos, golpes… Sonrisas por el trabajo bien hecho, y otra familia en la calle, tres niños en la calle, una criatura de 20 días en la calle.
El miedo se traduce en impotencia. Vuelvo a recordar al
corredor y a los ciclistas. A buen seguro que de haber conocido esto estarían
aquí. Pero no, conozco a todos y cada uno de los que estaban, llevo tres años
viendo las mismas caras pese a que a algunas aún no les pongo nombre, no
preguntamos el nombre, solo estamos, siempre estamos y siempre los mismos,
quizá porque no nos guste el deporte, somos más de ayudar a los que nos
necesitan que de quemar unas calorías.
Regreso a casa, grito en silencio, lloro para dentro.
Me cuesta aparcar porque hay decenas de vehículos que han acudido a la piscina municipal, vuelvo a recordar al corredor y a los ciclistas y a los que disfrutan de un merecido día de descanso en la piscina.
Y me pregunto, ¿por qué sufrir?, ¿por qué no salgo a correr o a montar en bicicleta, o a jugar al pádel, o al gimnasio?. ¿Y si mañana esos deportistas se ven en la necesidad de pedir ayuda a los que hemos optado por sufrir y luchar?
Prefiero no contestar a mis propias preguntas, prefiero no escucharme… Déjalo, mándalo todo a la mierda, no merece la pena seguir porque la gente solo se implica cuando les toca de cerca. Entre tanto siguen con su pádel, con su futbol y con su Smartphone lleno de aplicaciones absurdas, siguen con su ignorancia mirando hacia otro lado como si no les hubiese tocado ya.
Vuelvo a consultar mi twitter, los detenidos son trasladados a comisaria, piden apoyo pero ya no tengo fuerzas. Tampoco tengo miedo y ya no puedo gritar, que dirían mis respetables vecinos.
Consulto el calendario y observo que este lunes más de lo mismo, una familia con dos hijos menores será expulsada de su casa por orden de un juez a petición del Ayuntamiento de Madrid (EMVS) con la colaboración de la policía, perdón, la policía no, la UIP conocida también por los creadistubios, la policía es otra cosa.
Creo que me iré a hacer footing, running o simplemente a correr, pero gritare, llorare “pa dentro” e intentare recordar los nombres de las 50 personas que siempre están, yo me estoy volviendo cobarde.
Y reflexiono: quizá el día que aparquéis la bicicleta o aparquéis las raquetas no haya nadie que os escuche, quizá sea yo el que mire para otro lado… Quizá porque esa situación ya se dio y no fui capaz de decir no.
Este lunes estaré con Samia en Valdecarros, o con Ángel y Paqui en Getafe frente a KUTXABANK, o con Jenny frente a Ibercaja, o llamando a Cruz Roja para pedir ayuda para Mariano y María o paseando por Pinto durante la noche pendiente de si se acercan unas luces azules.
Quizá tan solo me siente frente al ordenador para arreglarlo todo sin implicarme en nada… O quizá salga a correr.
Esto es lo que siento, esto es lo que pienso.















Juan | Viernes, 11 de Julio de 2014 a las 15:06:30 horas
Ante una realidad poliédrica y compleja, son muchos los lados hacia los que se pude mirar. Todos son legítimos, aunque no sean coincidente, bien por posición o contenidos. Al ser todos legítimos y respetables, cualquier mirada responde a unos afectos y a unas opciones que han ido fraguando la forma de ser y mirar de cada persona a partir de las experiencias vividas. Sería patético que todo el mundo mirara hacia el mismo lado, porque posiblemente habría lados importantes que se quedarían sin miradas, también necesarias...
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