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Carlos Lapeña Morón

Libros de texto

Sábado, 31 de Agosto de 2013 Tiempo de lectura:

Comienza un nuevo curso y lo hace, cómo no, con el despliegue habitual de noticias, datos, estudios, reflexiones, anécdotas…, sobre alumnado, recortes, profesorado, calendario y, por supuesto, libros. Pues me sumo al despliegue.

Algo ha ocurrido últimamente que me ha extrañado. Hay centros educativos, tanto concertados como públicos, que han anunciado la venta de libros de texto directamente a sus alumnos; algunos, incluso, con un suculento descuento sobre el precio en librerías. Algunos padres, centrados en el ahorro del gasto familiar y en el carácter obligatorio de la educación, celebran la iniciativa; sin embargo, llevando la reflexión un poco más allá, me parece algo francamente alarmante, cuando no sospechoso o directamente ilegal. La cadena del libro tiene un eslabón debilísimo en las librerías, que tienen en la campaña escolar un balón de oxígeno importante, y uno gordísimo e infladísimo en las editoriales, con unos sobreprecios vergonzosos y unas prácticas de compensación-agradecimiento a los centros escolares más vergonzosas todavía (pon mis libros y te regalo una pizarra, o te hago el 35% de descuento, o...), por no hablar de ese hábito aceptado sin más de cambiar los libros anualmente.

Este tipo de prácticas significa y supone el desprecio de los diversos agentes del sector, la competencia desleal entre editoriales, la manipulación de colegios y familias con la golosina de descuentos arbitrarios, la apertura de la puerta a una posible guerra de favores y contraprestaciones y, lo más importante, una espesa cortina de humo que oculta el verdadero problema: nadie es capaz de anteponer los intereses educativos y sociales a los económicos.


La tradicional indolencia de nuestros gobiernos estatales y autonómicos para regular el libro de texto, en correspondencia con la importancia que le dan -de boca, siempre de boca-, a la educación, más la imparable ruptura de la cadena del libro “por culpa” de la tecnología, propician e incluso fomentan prácticas como las citadas, cuestionables e indeseables. Y es lógico. Si en condiciones normales, no somos capaces de priorizar y consensuar, de una vez por todas, el sistema educativo, con la que está cayendo no lo vamos a hacer y, mientras tanto, cada uno aprovecha esa negligencia para hacer su agosto… y su septiembre y su octubre...

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