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Lorenzo Silva

Varas de medir

Domingo, 04 de Agosto de 2013 Tiempo de lectura:

Supongamos que te llamas Marcia, o Gladys, o Jocelyn, y provienes de alguno de esos países de Sudamérica a cuyos nacionales les exigen visado para entrar en España.

Alguien te ofrece un puñado de dólares por jugártela pasando unos cuantos cientos de gramos de cocaína en bolas alojadas en tus intestinos. Como ese día no estás precisamente iluminada por la Providencia, vas y aceptas. El primer escollo que hay que resolver es el del visado, pero de eso ya se ocupan los que te hacen el en-cargo y van a utilizar tu cuerpo como contenedor de droga. Con los papeles arreglados, pues, embarcas en el avión y te dispones a afrontar el vuelo más penoso y funesto de tu vida.

Tras disfrutar de las delicias de la clase turista durante las diez horas largas de rigor, toca descender del avión y enfrentarse a la gran prueba: el escrutinio de los guardias que observan con atención la salida del pasaje buscando justo tu cara, la de la persona que va pálida, sudorosa y a punto de desmayarse. Te ubican en seguida y te piden que salgas de la fila. En ese momento te derrumbas y te entra el pánico. Sabes que llevas en las entrañas una bomba de relojería, lo cantas todo y pasas aún unas horas de angustia hasta que te deshaces del cargamento mortal. Te llevan ante el juez y del juez a la cárcel, sin fianza. No tienes arraigo en el país, tu riesgo de fuga es alto, etcétera.


En espera de juicio pasas los meses siguientes, hasta que te cae tu condena: si eres una Marcia, una Gladys o una Jocelyn a la que juzgaron a comienzos del siglo XXI, puedes llegar a comerte siete u ocho años de prisión, día por día. Si tu viaje lo haces en este 2013, han suavizado la ley, pero los años de cárcel no te los quita nadie. Los cumplirás del primer día al último, y una vez pagada tu condena te devolverán a tu país.


Supongamos en cambio que eres un José, Manuel o Daniel que después de la jubilación decides pasar a Marruecos. Si vas a vivir de modo permanente necesitarás un permiso de residencia, pero si vas y vienes, entras y sales, con llevar tu pasaporte español en regla te vale: como ciudadano de país pudiente, nadie, salvo algún gobierno maniático, tiene el mal gusto de exigirte un visado. Cruzas la frontera sin más, buscas una casa donde instalarte y allí te dedicas a lo que constituye el objetivo de tu viaje, y que no es ni más ni menos que buscar niños desvalidos para abusar de ellos. Coincide que hay un montón de niños desvalidos disponibles y que te entregas a la tarea con entusiasmo, lo que pronto eleva a una decena la nómina de tus víctimas.


Pero he aquí que te pillan, te interrogan y desafortunadamente te imputan todos y cada uno de los delitos, con el respaldo de los vídeos que tú mismo grabaste mientras cometías los abusos. De lo que se desprende una abultada condena de 30 años que empiezas a cumplir en las nada benignas ni hospitalarias cárceles marroquíes. Parece que la suerte te ha abandonado y vas a pudrirte en el agujero al que has ido a parar, donde purgarás con largueza todas tus culpas. Sin embargo, tú dispones de bazas que la reclusa anterior no puede ni soñar.


Por arte de birlibirloque, debido a las buenas relaciones entre los dos monarcas, el que ocupa el trono de tu país y el que se sienta en el de Marruecos, te hacen objeto de una gracia real que te pone limpio de polvo y paja en la calle. Sin necesidad de depositar fianza alguna, sin tener que acreditar tu rehabilitación, nada. Tú eres uno de los afortunados para los que existen los reyes magos, que no son esos en que creen los niños, sino los que pueden convertir a un presidiario en un hombre libre.


Mientras tanto, Marcia, o Gladys, o Jocelyn, siguen apurando su condena. Sin que nadie, en el pudiente país que las tiene encerradas, piense ni por un momento en indultarlas.


*Este artículo fue escrito por Lorenzo Silva en la edición digital de
El Mundo del 4/08/2013

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