Hacia el abismo
Hasta el que asó la manteca sabe que sin educación y sin investigación un país, una sociedad del siglo XXI no tiene futuro.
Probablemente ni siquiera tenga presente. “Pero es que tenemos que cumplir con
el recorte drástico del déficit”, dicen los burócratas del poder. “Pues elimina
diputaciones, reorganiza las comunidades autónomas, suprime el senado, reduce
el número de diputados y concejales, fusiona municipios… Todo eso y mucho más
no es para nada necesario, pero no nos cercenéis la yugular del futuro, la
educación y la investigación, porque decís que estáis arreglando el presente,
cenutrios”, debemos responder a esos burócratas.
Vivimos una época de cambios
e inestabilidad donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de
nacer. Pero yo, y me consta que muchas personas con las que comparto mis
afanes, hemos visto el rostro de la vieja política -la mayoritaria, la aún
actual- y la aborrecemos. Hace relativamente poco tiempo aún creíamos que la
política era la herramienta indispensable para el bien común, que a su amparo
se pensaba y decidía con perspectiva de futuro, sobre lo mejor para nosotros y
nuestros hijos. Entre otras cosas, porque la gestión de la cosa pública se
ponía en manos de quienes nosotros elegíamos de entre los mejores de los
nuestros. Es evidente que ya no es así… y que quizá nunca lo haya sido.
Ahora sabemos que quien gestiona y decide desde las cúpulas de los distintos estamentos de poder no sólo no es el o la mejor, sino que ni siquiera es uno de los nuestros. No puede serlo quien sigue creyendo que por encima de la investigación , la educación y la sanidad puede colocarse cualquier otro criterio.
















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