Birdlife
Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

José Luis Gutierrez

Cartas desde Matruchhaya: Pradna

Domingo, 18 de Noviembre de 2012 Tiempo de lectura:

El primer escrito que he enviado este año desde Matruchhaya, el que titulé "Un pasajero", ha provocado la respuesta de numerosos amigos que percibieron un tono triste en mis palabras, y han tratado de animarme para continuar con esta labor que iniciamos en 2004 obviando mis limitaciones físicas.

 

Como no tengo tiempo para responder individualmente cada uno de esos mensajes, aprovecho esta carta para agradeceros a todos vuestro apoyo, incluso a los que no habéis escrito pero sé que de un modo u otro respaldáis mi participación en estas acciones.

 

Supongo que todo lo que se vive con intensidad produce estados de ánimo contrapuestos. Recuerdo que cuando hacía esculturas mi temperamento oscilaba entre la euforia y la depresión con excesiva facilidad. Cuanto más me apasionaba una obra, más inestables eran los sentimientos que me generaba. Había momentos en los que creía estar tocando el cielo y otros en los que me parecía que lo que estaba creando era miserable, y no lo destruía porque siempre quedaba en mi interior cierta esperanza de ser capaz de transformarlo.

 

Aunque no es lo mismo, trabajando en orfanatos tengo similares estados de exaltación y decaimiento. Hay momentos en los que al contemplar el trabajo que desarrollan mis compañeros con los niños me parece estar escuchando música celestial. Son instantes mágicos en los que todo transcurre armoniosamente, los niños parecen pletóricos con la actividad que estamos realizando, y reina el entendimiento, el deleite, la amistad y la felicidad. En cambio, hay ocasiones en las que me pregunto qué demonios hago en un orfanato a miles de kilómetros de mi casa. Generalmente esos periodos de pesimismo coinciden con algún episodio de declive físico producido por un simple resfriado o por cualquier otra mínima contingencia que altera mi precario equilibrio.

 

En Matruchhaya hay un número elevado de niños y niñas con discapacidad intelectual: Etka, Punam, Kajol, Pratik, Avinash, Aniket, Gueeta, Sumitra, Pradna y probablemente algún otro menor que en este momento olvide, están diagnosticados como "retrasados mentales", y por ello están escolarizados en un par de centros de educación especial que las monjas de esta congregación tienen en Ahmedabad. Ambas escuelas proporcionan residencia interna para sus alumnos, lo que significa que todos ellos vienen a Matruchhaya únicamente en los periodos vacacionales.

 

No sé qué problema o enfermedad ha provocado el retraso mental de Pradna, pero lo cierto es que a sus siete años de edad todavía no tiene lenguaje. De su boca salen sonidos, llanto a veces, pero nunca la he oído articular ninguna palabra, aunque parece que entiende lo que le dicen, y es capaz de comunicarse de un modo muy primario con los sonidos que emite. Vijay me dice que Pradna tiene un retraso mental del 75%. No me gusta el término "retrasado mental", ni esos porcentajes con los que pretenden medir el intelecto de cada persona. En el caso de esta niña creo que ese porcentaje ha pasado por alto su enorme inteligencia emocional, que si hubiera que medirla con cifras, estimo que podría duplicar o triplicar el término medio.

 

Con ella he tenido siempre una relación especial. Creo que nos entendemos bastante bien. No necesitamos ningún lenguaje convencional. Nos basta con la mirada y los gestos, pero además creo que ella tiene la extraña capacidad de leer en mi rostro mi estado de ánimo. Hace unos días, cuando todavía estaba cavilando sobre aquella conversación entre Sara y el pasajero anónimo, Pradna se acercó a mi silla de ruedas, me agarró de la camisa y tiro de mí para que agachara la cabeza. Entonces me dio un formidable beso y me ofreció su mejilla para que yo se lo devolviera. Me dedicó una preciosa sonrisa y se fue con el resto de los niños a continuar con los ensayos de los bailes.

 

Pradna suele pasar algunos ratos a mi lado. Le gusta cogerme la mano, a veces empuja mi silla por el salón con mucho cuidado para que pueda disfrutar de otras perspectivas, y en ocasiones se sienta sobre mis piernas, pero lo de darme un beso lo ha hecho en contadas ocasiones y siempre coincidiendo con momentos en los que mi ánimo estaba decaído. En su lenguaje afectivo sin palabras el último beso que me dio podría traducirse a nuestro limitado lenguaje estereotipado como:

 

–No seas bobo. No des importancia a las necias palabras de un pasajero que no te conoce. ¿Qué sabe él de capacidades o discapacidades? Dame un beso y expulsa de tu mente esos pensamientos negativos.

 

Me dejé llevar sumisamente por la sugerencia de mi querida Pradna. Le di el beso que me pedía y al instante se disolvió esa nube de tristeza que ensombrecía mi ánimo.

 

Nadiad, a 15 de noviembre de 2012.

Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.138

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.