Fin de trayecto
Sólo hay 20 km. entre Pinto y Madrid, pero la distancia real, geográfica y política, es inmensamente mayor. Llegar a la capital, donde trabajan miles de pinteños -lo que en Londres llaman conmuters o trabajadores que residen en la periferia pero han de viajar a diario en transporte público hasta el centro o city- es un viaje que tiene la virtud de enseñar mejor el concepto de “infinito” que cualquier teoría sobre el espacio-tiempo. 20 km. y 30 años de gobierno municipal PSOE y/o IU es mucho espacio-tiempo; tanto que los responsables municipales han debido caer en un universo paralelo donde giran y giran, tan vacíos de sentido como de viajeros, los autobuses circulares que colorean con su tres líneas las electoralmente asfaltadas calles del municipio. Mientras, los conmuters pinteños incrustan su resignación bajo el codo del vecino en los atestados trenes de la jurásica línea C3, rogando porque una avería, una huelga encubierta o una “causa ajena a Renfe” no les impida alcanzar su siguiente objetivo: Atocha, la pesadilla nuestra de cada día.
Al universo paralelo del gobierno municipal le falta un intercambiador con la realidad, un autobús verde con recorrido directo Pinto-ciudadanos sin paradas intermedias en el barrio de La Tontería, un desdoblamiento inmediato y urgente de las expectativas de los vecinos y un aumento de la frecuencia de paso por las necesidades de los pinteños, obligados a transbordar de una a otra legislatura pero sin ver la luz al final del (segundo) túnel de la risa, que reducirá quince minutos, dicen, el via crucis. Los mismos que, con la venia de los caprichos del tráfico, se tarda en llegar a Madrid en vehículo privado.
Mientras en el Ayuntamiento se diseñan su propio carné por puntos (y no se quitan ni uno), los pinteños de la otra dimensión, o sea, todos los demás, hacen turismo por la vida real y por los nuevos barrios en la línea 421. Más ó menos ésa debe ser la cantidad total de paradas de la línea de autobuses Pinto-Madrid, donde la frecuencia y duración del recorrido es tan relativa como la distancia entre asientos: si no caben las rodillas, no es que el espacio sea escaso, sino que las rodillas son demasiado grandes. Al menos eso debe de pensar la compañía, que hace y deshace a su antojo con la misma impunidad que le proporciona un monopolio similar al de cierta ahorrativa cadena de supermercados. Pero quizá se vislumbre ya la luz al final del túnel, quizá la parada en las urnas de mayo suponga, por fin, el final del trayecto.
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