Todo vale

Una de las viejas aspiraciones teóricas del comunismo, la igualdad, se ha encargado de llevarla a la práctica el capitalismo, aunque en su afán consumista se ha comido una letra: “igual da”.

No hace falta más que echar un vistazo para comprobar el igualitarismo imperante. Igual da una obra maestra que una chapuza; igual da una opinión autorizada que un exhabrupto; igual da un genio que un cantamañanas. Todo vale. En el mismo saco entra lo sublime y lo la trivial, lo trascendente y lo frívolo; lo profundo y lo superficial. Y lo peor no es tan solo que “todo vale”, sino que “todo vale lo mismo”.

Héroes y villanos, policías y ladrones, genios y mediocres comparten ya la misma condición en los medios de comunicación social. Todo pasa con tal fugacidad que en realidad no hace falta distinguir… y donde no hay distinción hay confusión.

Cualquier record Guinnes alcanza más eco en nuestra sociedad que un descubrimiento científico; cualquier moda cinematográfica eclipsa totalmente a la verdadera creación artística. Poco importa que usted haya dedicado toda su vida a investigar una determinada cuestión, en seguida saldrá un ‘experto’ sin la menor idea del asunto que alcanzará cuando menos el mismo eco que usted en la opinión pública… o incluso más si dice algo polémico o zafio y sube la audiencia. Los ‘ejemplos’ los pueden encontrar ustedes todos los días en los putrefactos platós televisivos y su revoltijo de vísceras morales de la llamada prensa rosa (que en realidad deberíamos llamar morada o negra).

No sé si todo esto es una consecuencia inevitable o un efecto secundario de la sociedad de la información, pero lo cierto es que lo trivial sigue cotizando al alza en el mercado de la comunicación.