Cromañones de Valdemoro
Resulta incomprensible que sigamos utilizando el sufrimiento de las víctimas como munición política.
Hablar de violencia de género o de violencia machista, o de violencia intrafamiliar, según quién lo mencione nunca es sencillo. No lo es porque hablamos de un fenómeno trágico, pero también porque, como tantas cuestiones que afectan a la convivencia, se ha convertido en un campo de batalla política.
Valdemoro no ha escapado a esta dinámica. En nuestro municipio, las políticas contra la violencia de género han terminado siendo un arma arrojadiza más en el Pleno Municipal. Según datos de la Delegación del Gobierno, el 75% de los municipios madrileños no se han adherido al Sistema Viogen, una cifra que invita a preguntarse si este modelo es realmente eficaz para implicar a los ayuntamientos o si, por el contrario, no tiene en cuenta las limitaciones de medios y competencias que muchos consistorios alegan, incluido el de Valdemoro.
A ello se suma la polémica de los llamados “puntos violeta”, iniciativa que nació con buena intención pero que ha quedado marcada por acusaciones de corruptelas y tráfico de influencias en las empresas encargadas de su implantación. Este contexto ha servido a la oposición para acusar al equipo de Gobierno de falta de sensibilidad, mientras PP y Vox subrayan los efectos no deseados de la ley del “Solo sí es sí” o los fallos de las pulseras de seguimiento.
Sería injusto, sin embargo, negar la actividad del Ayuntamiento de Valdemoro en la lucha contra el maltrato. Cada pleno comienza con una declaración de repulsa ante los asesinatos machistas y se organizan múltiples iniciativas de concienciación en fechas como el 8 de marzo o el Día Mundial contra la Violencia Machista. Incluso medidas pioneras, como el reparto de detectores de drogas en bebidas durante las fiestas municipales, han tenido una gran acogida.
Pero la realidad es tozuda: los delitos contra la libertad sexual han aumentado un 133% en los últimos años y más de 200 mujeres en Valdemoro figuran como casos activos de violencia de género. En estas circunstancias, resulta incomprensible que sigamos utilizando el sufrimiento de las víctimas como munición política.
Quizá haya llegado el momento de dejar de comportarnos como cromañones y de abandonar los palos y las piedras. Toca mirar a las víctimas, no al adversario. Erradicar la violencia de género exige compromiso, no ruido.

















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