Ruido, mucho ruido y pocas nueces
Los peores toros no son los que se lidian en la plaza, sino esos que, aunque algunos desprecian como mansos y sin astas, braman ante una ciudad que no solo no se recupera, sino que empeora a ojos vista.
Tiene razón el proverbio que afirma que “saber escuchar es una manera saludable de contribuir a la felicidad del otro”. Por eso resulta lamentable que a algunos se les haya agotado la pila del sonotone. Es sabido que la sordera de los gobernantes ha sido la partera de las revoluciones más cruentas.
Sin llegar a esos extremos, hoy en día los análisis demoscópicos muestran que el malestar es una de las emociones que más influye a la hora de decidir el voto. Y si muchos están hartos del gobierno central, no es menos cierto que la hipoacusia que parece haberse instalado en los despachos locales está fomentando una indignación que podría dar lugar a alguna sorpresa en las urnas.
Si el humo de un crematorio descontrolado irrita los ojos y las gargantas de los vecinos, la frustración y el temor a las emisiones tóxicas se multiplican exponencialmente cuando se tiene la sensación de que nada se hace para proteger su salud. Y mientras unos se distraen y otros se dedican a hacer un ‘oscarpuente’ en Twitter, la sociedad civil ha tomado las riendas, denunciando ante la fiscalía lo que consideran una instalación peligrosa, molesta e insalubre. Ya veremos si entonces se oye bien, cuando la precinten.
Por mucho que hayamos forzado los golletes animando al Inter de Valdemoro, ni bombos ni vuvuzelas se han escuchado tampoco en nuestros tristes campos deportivos porque, como todos sabemos, no son aptos para competiciones oficiales y tuvimos que ir a Pinto. Desde que el extinto Atlético de Valdemoro jugó la Copa del Rey allá por 1979, no había habido un equipo local en dicha competición. Y cuando nuestros futbolistas han vuelto a poner el nombre de nuestra ciudad entre los mejores, hemos tenido que ir de prestado al campo de nuestros vecinos. Soñar a gritos, aunque nadie escuche, también es una forma de hacer poesía.
Desde las entrañas mismas de una fría maquinaria burocrática hemos podido constatar cómo se ahogan las voces de los valdemoreños en un silencio tan elocuente como ominoso cuando no se ha contestado a docenas de recursos ni a miles de firmas contra una tasa de basuras desproporcionada e injusta. “¿Somos contribuyentes antes que ciudadanos?”, preguntamos. Y al recibir la callada por respuesta, ya sabemos cómo se nos ve desde la balconada.
Por no hablar del silencio que se esconde tras los contenedores de basura que nadie limpia, amontonando porquería durante semanas, esperando que las ratas y otras sabandijas tengan su festín. Silencio también en muchas zonas oscurecidas por el cobre robado del alumbrado, que al amanecer se transforma en ruidosos conciertos de cláxones en calles atascadas y salidas angostas. Se oye, eso sí, un debate sobre poner o no banderas palestinas en los colegios pero no se escucha que les quieran poner calefacción en invierno ni aire acondicionado en verano.
Los peores toros no son los que se lidian en la plaza, sino esos que, aunque algunos desprecian como mansos y sin astas, braman ante una ciudad que no solo no se recupera, sino que empeora a ojos vista. Y, como cantaba Miguel Hernández, “se levantan, truenan y se revuelven” cuando les tientan las costillas, cuando los crujen a impuestos malgastados, los ahogan en humo pestilente, los hacen pasear entre basura o jugar en campos ajenos.
¿Conocen a alguien peor que un sordo que no quiera oír?
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