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Beatriz Lozano, una de las mentes detrás de las pulseras contra la sumisión química que se repartieron en Pinto

Raúl Martos Martínez Ver comentarios 1 Lunes, 22 de Septiembre de 2025 Tiempo de lectura:
Beatriz Lozano, la investigadora de Pinto detrás de las novedosas pulseras contra la sumisión química que se están repartiendo entre los jóvenes, en su laboratorio.Beatriz Lozano, la investigadora de Pinto detrás de las novedosas pulseras contra la sumisión química que se están repartiendo entre los jóvenes, en su laboratorio.

De una pulsera que detecta drogas en tu copa a un fármaco que podría alargar la vida. Así es la historia de la pinteña Beatriz Lozano, una investigadora que se niega a conformarse

Salir de fiesta nunca debería implicar mi­rar con desconfianza cada sorbo, pero muchas veces la realidad es otra: las drogas de sumisión quí­mica se han convertido en un arma silenciosa contra la libertad y la seguridad de muchos jóvenes. Frente a esta violencia, el trabajo de investigadoras como Beatriz Lozano (Pinto, 1992), se convierte en un arma esencial contra la violencia sexual.

 

La química pinteña es cofundadora de Celentis, la empresa que propor­cionó las 2.000 pulseras distribuidas en las últimas fiestas patronales de Pinto para detectar sustancias como el éxtasis en be­bidas. Un sencillo gesto –como mojar la pulsera y comprobar si cambia de color– que puede marcar la diferencia entre una noche de diversión o una pesadilla. “La verdad es que no sabía nada, fue toda una sorpresa cuando me enteré de que las habían reparti­do en mi pueblo”, cuenta Beatriz.

 

Pero la historia de la pinteña va mucho más allá de una pulsera. Sus in­vestigaciones han abierto caminos muy prometedo­res en la biomedicina. Y, sin embargo, lo que debería ser un orgullo colectivo se convierte también en un reflejo vergonzoso: en España, incluso descu­brimientos como estos, nacen bajo un sistema que empuja a quienes investi­gan a sobrevivir más que a innovar.

Pulseras contra la sumisión química de Celentis.

 

Un culo inquieto

 

Dicen que de casta le viene al galgo, pero Beatriz es la excepción que confirma la regla. “Lo mío es puramente vocacional”. Pero a falta de padres investigadores, la pinteña se casó con Juan Francisco Blandez, com­pañero de profesión, con el que acaba de tener su segunda hija. Buena estu­diante del Colegio Santo Domingo de Silos –“un poco empollona, pero no friki”, matiza-, la pinteña realizó el Grado en Química y el posterior Máster en Química Orgánica en la Universidad Complutense.

 

Sin embargo, fue la Universidad Politécnica de Valencia la que le permi­tió dar sus primeros pasos en el mundo laboral. Allí comenzó a trabajar con una figura clave en su trayecto­ria profesional, el químico y catedrático Ramón Martínez Máñez. “Es una persona que te da libertad para ir saltando de proyectos e ir aprendiendo diferentes cosas”. El ambien­te de trabajo ideal para “un culo inquieto” como el suyo al que le gusta “saber mucho de todo”. Siempre, sin embargo, siguiendo un mis­mo objetivo: crear nuevos elementos que tengan una aplicación, ya sea en la so­ciedad o la biomedicina. En definitiva, “que en un futuro se puedan utilizar”.

 

Prometedores avances

 

Ese primer equipo de traba­jo marcó las pautas de sus investigaciones futuras. En concreto, las relacionadas con la creación de sensores químicos y nanotranspor­tadores para la liberación de moléculas específicas. La pinteña lo explica perfecta­mente: “Es como si proteges un colorante con una cáscara de huevo que sólo se rompe al entrar en contacto con algo”. Ese algo era la molécu­la del MDMA, éxtasis, provo­cando que el agua cambiase de color al instante. Fue el fruto de años de la colabora­ción entre los profesionales de la UPV con el Centro de Investigación Biomédica en Red en Bioingeniería, Bio­materiales y Nanomedicina (CIBER-BBN), la University of Southern Denmark (Odense, Dinamarca) y el Institute of Polymer Chemistry (ICP)- Johannes Kepler University (Linz, Austria).

 

Ni el descubrimiento ni la repercusión que tuvo el avance impidieron que Beatriz explorase nuevos campos. “Estaba un poco aburrida porque, a nivel de laboratorio, siempre era sota, caballo y rey. Probar, probar y probar. Todo muy metódico”. Sus compañeros continua­ron la línea de investigación y ella comenzó un nuevo campo sobre el que cen­traría su tesis doctoral, la senescencia celular, que está relacionada con enfer­medades cardiovasculares, diabetes tipo 2, artritis, os­teoporosis, y otras enferme­dades neurodegenerativas como el Alzheimer. “Me pa­rece mucho más interesante, aunque a nivel de aplicación para la sociedad todavía está un poco lejos”.

 

El equipo del que formó parte Beatriz estudió la creación de sensores mole­culares que permitiesen la detección de las llamadas ‘células zombi’. “En este caso, es como si pusiésemos una llave que activa una lucecita cuando está en pre­sencia de una cosa”. La “cosa” aquí es la enzima beta-galactosidasa, más presente en las ‘células zombi’ que en el resto. De momento, sus descubrimientos sólo se han testeado en animales, pero su aplicación permite detectar este tipo de células simplemente con la orina y evitando máquinas y otros procedimientos más estre­santes.

 

Especialmente prome­tedor está resultando un profármaco que, combina­do con otros senolíticos, dobla la esperanza de vida de los animales en los que se ha probado. En este caso, la llave que mencio­nábamos antes permite que la medicina actúe únicamente en las ‘células zombi’ y no en el resto, a las que también eliminaría en caso de activarse y acabaría provocando la muerte del sujeto.

Los científicos Ramón Martínez, Félix Sancenón y Andrea Bernardos, junto a Andrea, completan el grupo de trabajo destrás de las pulseras contra la sumisión química.

 

Choque de realidad 

 

Lo ocurrido con este prome­tedor avance ejemplifica la realidad de la investigación en nuestro país. La falta de financiación y de empresas interesadas en el proyec­to acabó llevando a las entidades a dejar de pagar la patente, con lo que ahora es libre y puede ser utilizada gratuitamente por cualquier empresa. Varias compañías de Estados Unidos han tomado las riendas del proyecto, especialmente la LEV Foundation que realizó el importante experimento en más de 200 ratones en el que descubrió que podía aumentar la vida de los animales enfermos.

 

“Me alegro porque la inves­tigación tenga futuro, pero en realidad me hace sentir muy mal porque no me voy a llevar nada de ello”, lamenta Beatriz. La pinteña recuerda cómo hasta que en 2021 se publicaron los primeros resultados, “nadie me hacía caso, pero yo seguí intentán­dolo de todas las maneras aunque sólo era una mísera estudiante de doctorado”. Sin nuevos proyectos en el ho­rizonte, su marido y ella se vieron obligados a mudarse durante tres años a Reino Unido, a la Universidad de Cambridge, donde hicieron un posdoctorado.

 

“Nos fuimos con unas con­diciones muchísimo peores de las que teníamos aquí”, re­memora. Beatriz resume con resignación el panorama de la investigación en España: “Se nos prostituye un poco”. En su opinión, el problema no es tanto la falta de inyección económica por parte del Estado, sino que “está muy mal repartida y hay demasia­da burocracia”. Su solución pasaría por “más tiempo para investigar en el laboratorio y no perderlo en papeleos”, un mejor reparto de las ayudas económicas y más inversión por parte del sector privado.

 

“Parece que, aquí, el inves­tigador tiene que hacer todo por amor al arte. Me parece muy bien, pero también que­remos vivir”, sentencia.

 

El futuro 

 

Su decisión de arriesgar y mudarse acabó siendo recompensada. Beatriz con­siguió a los seis meses una beca Marie Curie, una de las más importantes que con­cede la Unión Europea para investigación, y su marido ha logrado otra importante beca que le ha permitido volver a Valencia en unas condiciones mucho mejores de las que llegaron. La pinte­ña se encuentra actualmente de baja por maternidad y, sin ningún nuevo proyecto en el horizonte a su vuelta, tampo­co se ha quedado parada en este tiempo.

 

A finales de 2024 nació Celentis, un spin-off em­presarial fruto del acuerdo entre la Universidad Politéc­nica de Valencia, la Univer­sidad de Valencia y TLR+. “Estamos buscando cómo, a través de nuestro conoci­miento, podemos dar servicio a la sociedad y, evidente­mente, también buscar un beneficio económico”, explica Beatriz, cofundadora y per­sonal técnico de la empresa. Sus dos líneas de trabajo son precisamente en las que ha colaborado la pinteña: la creación y distribución de sensores para detectar la presencia de drogas y combatir la senescencia ce­lular. Incluso cuenta con sus propios investigadores para abordar “nuevos problemas que puedan surgir y darles una solución”.

 

En Cambridge, además, la pinteña exploró un nuevo campo: las investigaciones relacionadas con el cáncer de páncreas. “Estamos ha­blando de un cáncer supera­gresivo y que prácticamente no tiene cura”. Un área con mucha inversión y en la que Beatriz intenta arrojar algo de luz con su especialidad, los nanotransportadores. “¿Te acuerdas de lo del huevo que te he contado? –pregun­ta Beatriz, siempre didác­tica– Pues lo que he estado haciendo es que estén hechos de proteínas para que puedan ser utilizadas en humanos”. El objetivo es extremadamen­te ambicioso, pero también esperanzador. “Todo está enfocado a curar el cáncer de páncreas, o al menos intentarlo".

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