Valdemoro, ciudad fantasma
El sociólogo Joseph Overton lo explicó bien: nos vamos acostumbrando a lo inaceptable hasta que lo asumimos como normal.
Tras el colapso de su muro, algunos esperaban ver el espectro de la marquesa de Villa Antonia, chancleta en mano, persiguiendo a los responsables del deterioro de su histórica casa. Pero lo cierto es que, entre los escombros, aún no se ha detectado ninguna presencia sobrenatural. Tal vez algún día Iker Jiménez venga a grabar psicofonías y encuentre a más de un alma en pena por Valdemoro.
Lo que no falta son escenarios dignos de fantasmas, ruinas y silencios incómodos. Nuestra ciudad parece un decorado perfecto para que los espíritus —de muertos y de vivos— se manifiesten.
Ahí están las fuentes ornamentales, que dejaron de funcionar con la excusa del COVID; Algún “espabilao” aprovechó la coyuntura para robar las cañerías y ahora sólo queda el esqueleto metálico, recordando un pasado que muchos añoran. Entre ellas, la llamada “fuente de chorritos” del parque de las Víctimas del Terrorismo: no era una piscina, pero refrescaba a los pequeños en verano. Hoy está seca, pero hay quien asegura que en las noches de bochorno se escuchan risas infantiles que se apagan en cuanto alguien se acerca.
Si de rodar una Scary Movie se tratara (disculpen el barbarismo), el escenario ideal sería el viejo polideportivo Río Manzanares. Entre sus paredes, los fantasmas no reclaman venganza, sino el cumplimiento de los programas electorales que prometían su rehabilitación. Y lo del rocódromo, los campos de fútbol o el restaurante de la piscina municipal (donde antaño se celebraban ominosas paelladas) daría para varios relatos de Edgar Allan Poe...
Ya no es sólo cuestión de miedo: es que su abandono amenaza con que algún vecino acabe engrosando antes de tiempo el ejército de zombies que, como la Santa Compaña gallega, deambularán pronto en las noches de luna nueva a las puertas de la casa consistorial.
¿Exageración literaria? Basta recordar episodios como el “descuartizador de Valdemoro” o, más recientemente, el hallazgo de un esqueleto en un viejo cuarto de contadores. Hechos que parecen reforzar la declaración oficiosa de nuestro municipio como “ciudad fantasma”.
El sociólogo Joseph Overton lo explicó bien: nos vamos acostumbrando a lo inaceptable hasta que lo asumimos como normal. Esa “ventana de Overton” se ha abierto en Valdemoro, y cada nuevo abandono nos parece menos escandaloso que el anterior.
Sin embargo, todavía hay chispazos de vida. La reapertura de la cafetería del centro de mayores ha supuesto un pequeño hito, casi un milagro cotidiano, que demuestra que hasta de la ruina se puede salir. La pregunta es inevitable: ¿es solo un espejismo o, de verdad, podemos recuperar Valdemoro?
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