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El legado oculto de las mujeres creyentes: así es la ambiciosa investigación europea que lidera la pinteña Natalia Núñez

Graciela Díaz Cuervo Jueves, 12 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:
Natalia en su estancia en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nueva de Lisboa.Natalia en su estancia en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nueva de Lisboa.

“Investigar sobre las mujeres es difícil de por sí, pero en un organismo con una mayor influencia masculina como es la Iglesia lo es aún más”, reconoce la de Pinto, que lleva meses encerrada en los archivos de instituciones como El Vaticano tratando de rescatar su importante papel en la historia.

Desde que el pasado 14 de febrero se comunicase el ingreso hospitalario del papa Francisco, todas las miradas han estado puestas en Roma. El pontífice recibió el alta médica a finales de marzo y apareció ante los fieles el Domingo de Ramos y el de Pascua, antes de fallecer el lunes 21 de abril. Con su muerte se abrió una nueva etapa para la Santa Sede, que en mayo afrontó el Cónclave del que salió su sucesor: León XIV, el más joven en asumir el puesto desde Juan Pablo II.

 

Natalia Núñez Bargueño (Pinto, 1978) espera que su elección no implique un paso atrás. “Es un candidato sobre el que sabía muy poco. Me parece interesante que haya elegido el nombre del papa que condenó el ‘americanismo’ y que escogiera el español, y no el inglés, en su primera alocución, en la que aludió a Chiclayo, la ciudad peruana en la que fue nombrado obispo por Francisco”, comenta la investigadora postdoctoral y vicepresidenta de la Asociación Española de Historia Religiosa Contemporánea, expectante por ver cómo aborda el nuevo pontífice cuestiones como el rol del colectivo LGTBQ+ y de las mujeres en la Iglesia.

 

La historiadora pinteña, afincada en Bruselas en la actualidad, sigue de cerca los primeros pasos de Robert Francis Prevost mientras avanza en un ambicioso proyecto financiado por la Unión Europea para la recuperación del legado de las mujeres católicas y seglares en el surgimiento y consolidación de organismos internacionales como la ONU o la UNESCO: ‘TheoFem:  Lay Women as International Experts and Theologians avant-la-lettre. Legacies and Entangled Histories (1945-1962)’. Sobre él y sobre su carrera como investigadora nos habla en esta entrevista, en la que también hay hueco para viajar a su infancia y adolescencia en Pinto y analizar la complicada relación entre el feminismo y la religión católica. 

 

Dejaste Pinto hace más de 25 años, ¿qué se te viene a la mente cuando piensas en esa etapa? 

 

Tengo muchos recuerdos sobre todo de las Teatinas y del Instituto Vicente Aleixandre, donde conocí a mis mejores amigos y tuve la suerte de dar con grandes profesores que inspiraron mi carrera y a los que nunca me canso de agradecer por todo lo que me enseñaron. 

 

Fuera de las aulas siempre me dejaba caer por la Pascuala o el Flip, punto de encuentro para todos los que nos gustaba la música alternativa. Hoy en día, muchos nos seguimos viendo en el Malauva, que es para mí un segundo hogar después de tantos años fuera de España, al que trato de acudir cuando visito Pinto. Vengo siempre que puedo, como mínimo tres veces al año, coincidiendo con las vacaciones escolares de mi hijo.

 

Te fuiste a estudiar fuera con una beca Erasmus, ¿tenías ya en mente quedarte en Londres? 

 

Me fui con la idea de quedarme allí. Mi padre me inculcó desde pequeña el amor por el inglés, que no hizo más que crecer con el intercambio que hice a los 14 años y la experiencia en Cambridge como niñera a los 16, sin poder imaginar en ese entonces que regresaría en 2019 a dar una conferencia en la Universidad. Ambas experiencias me sirvieron para desarrollar una gran pasión por su cultura, que me impulsó a estudiar la carrera de filología inglesa y a terminarla en la Universidad Royal Holloway. 

 

Después llegaron el máster y el doctorado en literatura española en Nueva York y, en 2013, comenzaste a trabajar en una tesis sobre los Congresos Eucarísticos Internacionales. ¿De dónde nace el interés por la historia de la religión católica? 

 

Haciendo mi primera tesis di con la novela ‘Fiestas’, de Juan Goytisolo, donde el intelectual español retrata de forma muy crítica el Congreso Eucarístico Internacional que tuvo lugar en Barcelona en 1952, que también aparece en el documental ‘La casita blanca’. El interés que este evento de masas despertó en las manifestaciones culturales me llevó a interesarme por su perspectiva histórica y decidí hacer otra tesis sobre el tema con dos propósitos: integrarme en la investigación europea al volver de Estados Unidos y crecer como historiadora. 

 

¿Cuáles fueron tus principales hallazgos? 

 

Para redactar la tesis, doble al ser una cotutela entre la Sorbona y Alcalá de Henares, me pase meses buceando en los archivos diocesanos de Madrid, París y El Vaticano, además de realizar una lectura crítica de los documentos oficiales publicados por los congresos. Ese ejercicio me permitió ver que el catolicismo es un ente más plural de lo que se piensa, que ha mantenido y mantiene una relación ambivalente con el mundo contemporáneo entre la oposición y la adaptación y que en la España de los años 50 vivió un movimiento de autocrítica sobre la manera en la que se vivía la fe, que dio pie en los 60 a una crítica al régimen por la falta de derechos humanos. 

 

Todo esto aparece reflejado en el libro monográfico ‘Fe, modernidad y política. Los Congresos Eucarísticos Internacionales. Madrid, 1911 - Barcelona, 1952’ (2024), que logré publicar cinco años después de finalizar la tesis  —firmará ejemplares este sábado, de 11.00 a 12.00 horas, en la caseta 215 de la Feria del Libro— gracias a mi contribución a los proyectos de investigación ‘Modernidad y religión en la España del siglo XX’ y ‘Franquismo, nación y género’. 

 

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No son pocos los artículos publicados e investigaciones en las que has participado desde que la terminaste. ¿Cómo organiza su día una investigadora? 

 

Los investigadores no paramos de trabajar. No tenemos una jornada laboral al uso, sino que leemos y escribimos en todos los sitios y a todas horas: en los viajes en bus, en los hoteles... Las conferencias que hacemos y los libros que publicamos son sólo la punta del iceberg.

 

Yo ahora mismo estoy centrada en el proyecto ‘TheoFem’ y llevo meses encerrada en los archivos, que es lo que más me gusta de este trabajo. Abrir documentos antiguos, dialogar con el pasado, el silencio y desconexión total de estos espacios y saber que eres la primera persona o una de las primeras que ha visto un texto son sensaciones incomparables. Tengo 500 notas de mi estancia en Roma, donde no te permiten hacer fotografías, y lo bueno es que todo lo que he visto lo incorporo luego a mis clases. La investigación renueva las lecciones que damos. 

 

Imagino que encontrar lo que buscas es como hallar una aguja en un pajar. 

 

Investigar sobre las mujeres es difícil de por sí, pero en un organismo con una mayor influencia masculina como es la Iglesia lo es aún más. Muchas mujeres de la época eran muy prudentes y humildes y, por precaución, no querían que se documentase la labor que llevaban a cabo. 

 

La mayoría de las creyentes en las que centró mi estudio pertenecían a la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas y lo malo es que, aunque existe un archivo de la organización, no tengo acceso a la información porque no está clasificada. Los archivos vaticanos son una fuente riquísima de información — Francisco abrió en 2020 los documentos del pontificado de Pío XII (1939-1958)— y el de Pilar Bellosillo en la Universidad Pontificia de Salamanca es fantástico. También he consultado los de Acción Católica porque hubo muchas mujeres que formaron parte del movimiento. 

 

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¿Y de dónde nace el deseo de saber más sobre ellas? 

 

Varias mujeres fueron llamadas al Concilio Vaticano II, donde se ha demostrado que participaron en las reuniones paralelas sin tener siquiera formación teológica. Esto me llevó a preguntarme dónde habían adquirido el saber necesario y me condujo a su papel en los organismos internacionales, que es el que ahora investigo. 

 

Quiero visibilizar su rol de pioneras en un momento en el que las mujeres tenían muchas limitaciones y el Vaticano todavía no había organizado su labor en la ONU y sus agencias, así como terminar con los estereotipos que aún a día de hoy pesan sobre nosotros respecto a las creyentes. Van a estar presentes en reuniones tan importantes como las de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, órgano fundado en 1946.

 

El proyecto ‘TheoFem’ cuenta con una Acción Marie Sklodowska-Curie de la Unión Europea. ¿Qué requisitos hay que cumplir para recibir esta ayuda?

 

La UE pide que el investigador tenga un buen currículum y que los proyectos sean innovadores, ambiciosos y se puedan realizar en dos años. Deben facilitar la movilidad de personas y de conocimiento, con estancias en distintos sitios, y cuidar las actividades de comunicación más allá del mundo universitario. Yo, por ejemplo, estoy organizando talleres en escuelas de Roma, Bruselas y Madrid, una exposición itinerante que se inaugurará el 8 de marzo de 2026 y varias mesas de debate. 

 

Al margen de la investigación, ¿de qué te encargas como vicepresidenta de la Asociación Española de Historia Religiosa Contemporánea? 

 

Como vicepresidenta apoyo en todo al presidente y me encargo de visibilizar y representar a la asociación en el extranjero. El colectivo surgió por iniciativa del profesor Feliciano Montero (1948-1918) con la intención de consolidar en nuestro país estudios científicos sobre la religión desde una perspectiva no-confesional, es decir, lo más neutra posible y cuenta en la actualidad con un nutrido grupo de investigadores en catolicismo, budismo, judaísmo y temática musulmana. 

 

Dada tu trayectoria académica y tu cargo en la asociación, ¿cómo valoras la nueva etapa que afronta la Iglesia tras la muerte de Francisco?

 

Es una temática que nos interesa mucho a todos los historiadores porque Francisco nos hizo repensar o conectar con la religión de otra manera. Creo que es un pontífice, no el único, que ha marcado la Iglesia en el siglo XXI de una manera muy particular por la capacidad que ha tenido de influenciar a creyentes y no creyentes a través del diálogo y la apuesta por la transparencia en temas tan espinosos como los abusos. 

 

Con la temática de la mujer, su discurso ha sido más ambiguo y limitado. Ha hecho avances como poner a Raffaella Petrini y Simona Brambillaun en puestos de liderazgo dentro del Vaticano, pero también ha mantenido la idealización de la mujer como madre. Es necesario ir más allá. 

 

Poniendo el foco en la mujer, ¿qué medidas consideras que debe tomar la Iglesia? 

 

Hay un movimiento llamado ‘Revuelta de las mujeres en la Iglesia’ que puede darnos pistas respecto a lo que debe hacer la Iglesia en este aspecto. Su lema es “hasta que la igualdad se haga costumbre” y piden que las mujeres sean reconocidas como sujetos de pleno derecho y se atienda a la diversidad de familias, identidades y orientación sexual. 

 

Lo que ha impedido que se avance y se dé más peso a las mujeres son dos cuestiones principalmente: una lectura masculina de la tradición y el miedo que tiene el catolicismo a parecerse al protestantismo, donde se permite el sacerdocio femenino. La Iglesia debe apostar por el debate y el diálogo en este asunto y acabar con prácticas sexistas.

 

¿Debe la Iglesia adaptarse a los nuevos tiempos para no morir?

 

Es una cuestión con la que la Iglesia y los creyentes llevan lidiando desde, al menos, la Revolución Francesa. Para el catolicismo, la respuesta es difícil porque es una religión que da un valor primordial a los dogmas, a la tradición, pero que a la vez está sostenida por un impulso de evangelización que la invita a renovarse constantemente. Esta encrucijada es precisamente lo que convierte a la religión y su relación con la modernidad en un tema de estudio fascinante. Me gusta entender esta tensión.

 

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