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El deber de no olvidar

Viernes, 14 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura:

El coronavirus había llegado a España en enero de 2020, pero no fue hasta marzo cuando el país quedó paralizado por el estado de alarma. Calles vacías, hospitales desbordados y miles de víctimas marcaron el inicio de una crisis sin precedentes en la que la incertidumbre, el miedo y la distancia social se convirtieron en la nueva normalidad.

 

Con el tiempo, la vacunación masiva y las medidas sanitarias permitieron recuperar la verdadera normalidad previa a la pandemia. Comenzó a reactivarse la economía —todavía hoy diezmada—, volvieron los encuentros y las mascarillas desaparecieron de la vida cotidiana. Sin embargo, el recuerdo de aquellos meses sigue presente, especialmente para aquellos que perdieron a un ser querido por culpa del virus.

 

Estos cinco años han demostrado que olvidar lo vivido sería un tremendo error. La pandemia nos enseñó la importancia no sólo de apostar por la sanidad pública y la investigación científica, sino de tejer lazos de solidaridad ciudadana y unión. Más cuando un mundo globalizado como el actual multiplica las probabilidades de que una crisis similar pueda volver a existir. 

 

Pero algunos parecen empeñados en no volver la vista atrás. ¿Dónde quedan los aplausos a los profesionales sanitarios y de emergencias? ¿O la arrolladora ola de apoyo que recorrió cada punto de nuestro país? ¿Incluso la unión, si es que existió alguna vez, entre formaciones de distinto signo político? Si además de padecer una pandemia que dejó 769 millones de casos de coronavirus en todo el mundo y casi siete millones de muertes no hemos conseguido extraer ninguna lección de lo sucedido como sociedad, sin duda habremos sufrido una doble derrota.

 

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Y así parece haber sido a la vista de lo ocurrido con la dana que azotó Valencia el pasado 29 de octubre. 225 muertos, tres desaparecidos y un todavía hoy incalculable impacto económico parecen no ser suficientes para que la política española deje a un lado el partidismo e intente dilucidar qué falló para no repetir errores. La jueza encargada del caso, sin embargo, lo tiene claro: “Correspondía a las autoridades autonómicas alertar a la población, acordar las medidas pertinentes en el ámbito de protección civil, garantizar y minimizar las consecuencias de los efectos de unas precipitaciones que desbordaron ríos y barrancos, pusieron al límite las presas, y que produjeron una sucesión trágica de fallecimientos”.

 

Quién nos iba a decir que menos de un lustro después del covid y de la borrasca Filomena existiría un gobierno negligente que sería capaz de poner al frente del Área de Emergencias a una persona tan poco preparada como Salomé Pradas, que ni siquiera sabía que existía la posibilidad de enviar alertas a los móviles de la ciudadanía. Pero qué se puede esperar cuando su propio presidente, el popular Carlos Mazón, decidió aquel día alargar una comida privada mientras su comunidad se acercaba sin remedio al abismo.

 

La respuesta ciudadana fue exactamente la misma que en la pandemia. Una ola de solidaridad recorrió todos los pueblos afectados para colaborar achicando barro, retirando escombros y ofreciendo toda la ayuda posible a los afectados. Y después volvió la lógica indignación con toda la clase política. Está claro que el ser humano es capaz de tropezar no dos, si no todas las veces que quiera con la misma piedra.

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