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Adiós a un negocio histórico de Pinto: El Colás cierra por jubilación

Graciela Díaz Cuervo Sábado, 15 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura:
Nicolás Pérez en su mostrador.Nicolás Pérez en su mostrador.

Los hermanos Nicolás y Julia han tomado la decisión de clausurar su negocio familiar tras 70 años de historia. Están dedicando estos días a liquidar todos los productos que les quedan.

- “¿Tienes pan del día?”

 

- “Claro”.

 

Esta interacción tiene sus días contados en El Colás. El histórico negocio familiar situado en el número 26 de la calle Real cerrará sus puertas antes de que finalice el mes de febrero tras endulzar la vida a los vecinos de Pinto durante más de 70 años. Los hermanos Nicolás y Julia, de 74 y 77 años, están aprovechando estas semanas para despedirse de su clientela más fiel, tratando de irse sin hacer mucho ruido. “En estos días han venido todos los periodistas del mundo, los políticos… Se ha generado un clamor popular con esto del cierre que no esperábamos y para el que no estábamos preparados”, explica Nicolás Pérez desde el lugar en el mostrador que empezó a ocupar cuando tan sólo era un crío. “Mi andador fue un cesto de pan”. 

 

El día, un jueves de diario, es uno más en su calendario. Atiende a los vecinos que se van acercando a la panadería como si no estuviese a punto de despedirse del negocio que ha marcado su rutina. “Quiero croissants. No sabía si estaba cerrado porque me dijo mi hija que lo había leído en redes sociales”, le comenta una de las clientas que se pasa por el local a comprar, aprovechando el momento para comprobar si los rumores son ciertos. “Estamos gastando las materias primas que nos quedan. Hemos calculado que llegaremos hasta mediados o finales de febrero”, le contesta Nicolás, mientras le empaqueta uno de los dulces que más ha preparado en los últimos años. 

 

En la vitrina de La Española aún se pueden ver sus clásicos pepitos de azúcar, las ensaimadas, las palmeras de chocolate, las milhojas con merengue y las tartas capuchinas que han atraído hasta Pinto, a lo largo de los años, a los visitantes y vecinos de toda la zona sur de la Comunidad de Madrid. “Vienen aquí porque no las encuentran en ninguna otra parte. Son famosas en el mundo entero”, presume orgulloso el panadero y pastelero, que el pasado mes de agosto dejó de abastecer a las cafeterías de sus dulces como primer paso hacia la jubilación. 

 

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Nicolás y Julia se retiran con la pena de no haber encontrado a nadie que pueda seguir adelante con el negocio. No tienen hijos y no han dado con ninguna persona de confianza que haya querido continuar dando el callo en un oficio “tan esclavo” que te obliga a levantarte como tarde a las seis de la mañana y a trabajar festivos y fines de semana. “Cuando los jóvenes a los que contratábamos llevaban algo de tiempo y ya les habíamos formado y teníamos confianza, terminaban renunciando porque preferían buscar un trabajo con mejores condiciones”, aclara, puntualizando que uno de los aspectos por el que se ha diferenciado El Colás es por su amplio horario. “Siempre hemos abierto de 7.30 a 22.30 horas, terminando la jornada con la preparación de todas las masas que tienen que fermentar para la mañana siguiente. Dicen que los chinos nos han copiado el modelo de negocio”. 

 

Residir en la vivienda situada encima de su tienda es lo que ha permitido a los veteranos hermanos seguir trabajando de cara al público más años de lo habitual, así como cumplir con su exigente horario. Como bien pone en palabras Nicolás, es casi imposible que alguien pueda abrir un local a las siete de la mañana y cerrar de noche si no tiene su puesto de trabajo debajo de casa. “Mi maestro, José Pozueta, venía todos los días de Madrid con un 600. Tenía que salir de su casa a las cinco de la mañana y, a fin de evitar eso, mi padre le buscó un piso aquí en Pinto para que se mudase con su mujer”, relata, realizando una pequeña pausa en su discurso para atender a un cliente que ha venido a por trenzas. “Lo siento. Ya no quedan”. 

 

Desde 1952

 

Nicolás tenía un año cuando su padre, Nicolás Pérez Torrejón (1905-1990), abrió la panadería en el número 21 de la calle Real de Pinto en 1952. El negocio cobró vida allí hasta que, a mediados de los 60, se trasladó a su emplazamiento actual. “Mi padre compró el solar y ordenó construir el local y nuestra casa. De momento no pensamos ni alquilar ni vender el bajo al estar nosotros viviendo encima”, señala el panadero. 

 

Al principio, la familia se dedicó estrictamente a la venta de pan y de docenas de huevos, que les suministraban las granjas del pueblo. El paso de panificadora a panadería y pastelería lo dieron ya en su local actual, cuando empezaron también a vender otros productos como bombones o chocolatinas. “Nunca hemos tenido un ultramarino porque sólo vendemos productos de alimentación, aunque es cierto que nos salimos un poco de lo habitual al contar con licores y con embutidos envasados. Antes vendíamos más este tipo de productos, pero ahora la gente va directamente a las grandes cadenas de supermercados”.

 

Nicolás y Juli crecieron detrás de ese mostrador, al tiempo que lo hacía la población de Pinto, por lo que su adiós es también una despedida a la infancia de muchos de los vecinos que hoy tienen entre 50 y 60 años, para los que pasarse por La Española era algo habitual cuando eran niños. “No pensábamos que la gente nos apreciase tanto. Nos habremos hecho querer, supongo”, apunta el dueño de una tienda emblemática que, gracias a su trato directo y su bollería amasada con amor y con las mejores materias primas, ha conseguido protagonizar algunos de los mejores recuerdos de los vecinos de la localidad. 

 

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