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Hasta siempre, Titín

Raúl Martos Martínez Lunes, 20 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:
Federico García, Titín.Federico García, Titín.

Federico García, Títín, falleció el 11 de diciembre en el hospital de Valdemoro, dejando una huella imborrable en Pinto, el lugar donde su legado sigue vivo entre acordes, risas y recuerdos inolvidables.

El pasado 11 de diciembre fallecía en el hospital de Valdemoro una de esas personas sin las que no se puede entender Pinto. Familia y amigos lloraban la muerte de Federico García, Titín, (Madrid, 1968), al que un cáncer de esófago se lo llevó de manera fulminante y sin prácticamente tiempo de reacción. La parroquia de San Francisco Javier acogió el último acto de despedida de Titín, que ya descansa en el cementerio de Pinto.

 

La historia que leerán a continuación es la de una estrella de rock. La de una persona de entrada tímida, pero divertida como pocas y de un carácter infinitamente generoso que brindaba a su alrededor momentos inolvidables. Y tan humilde que, probablemente, no fuese consciente del enorme cariño que le procesábamos todos aquellos que le conocíamos. Porque lo cierto es que Titín, que a sus 56 años seguía admirando con los ojos de un niño a cantantes y deportistas, había conseguido convertirse a su manera en uno de ellos. 

 

El niño guapo de Madrid

 

Titín era el tercero de cuatro hermanos. Sus padres, Emilia y Federico, le brindaron una infancia feliz en el madrileño barrio de Aluche junto a sus hermanos Reyes, Yolanda y Emilio. “Era muy llorón, siempre estaba con el ‘papá’ en la boca”, recuerda Reyes, con quien mantuvo una especial relación. Ya desde pequeño apuntaba las maneras que le acompañaron toda su vida: las de un chico familiar que se daba a los demás, al que le encantaba la música, comer y cocinar -sus arroces eran legendarios- y que, por supuesto, era muy fiestero. “Era el más bueno de todos”, apunta Reyes. Y por si fuera poco, el jodío era además bien guapo.

 

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La familia veraneaba en el municipio valenciano de Oliva. La vida quiso que pasaran décadas hasta que conociera a Maite Balaguer, su Maite. Por entonces él ya se había independizado en un pisito de Carabanchel y había conseguido un puesto en la oficina de empleo del Ayuntamiento de Madrid. Ella, olivense de pura cepa, seguía viviendo con sus padres y trabajaba como camarera en un bar de playa en el que casualmente entró Titín. “Desde entonces estuvimos siempre juntos”, cuenta Maite.

 

Ambos decidieron poner a prueba eso de que las relaciones a distancia no funcionan. “Nos dolía el cuerpo cada vez que nos separábamos”. Tras tres años de idas y venidas entre Valencia y Madrid, la pareja se casó en septiembre de 1999 por todo lo alto en lo que fue una fiesta de las que solamente ellos sabían montar. Una luna de miel en Nueva York y nueve meses después nació su mayor orgullo, su hijo Fede. “Siempre estuvo volcado en su familia: se encargaba del niño, venía a verme en cuanto tenía tiempo y nos hacía unos platos de autor maravillosos”.

 

Los tres vinieron a vivir a Pinto en el año 2002 siguiendo la estela de Reyes, la primera de la familia en llegar. Con la ayuda de Maite, que con su carisma arrollador le ayudaba a superar ese primer rubor inicial, la familia ha dejado una enorme huella que Pinto quiso agradecer en el abarrotado funeral de Titín. “No se lo hubiera esperado para nada, pero estoy segura de que le ha encantado”, reflexiona Maite.

 

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La música

 

Titín fue siempre un tío con estrella. Melómano de nacimiento y músico autodidacta, lo suyo fue llegar y besar el santo. Coincidiendo con la apertura de los míticos locales de ensayo Carabox, el pinteño formó parte como batería de la fugaz trayectoria de Los Moscardones (1988-1990) junto con Pablo Cobollo (guitarra), Javier Barroso (bajo) y David G. Bonacho (teclado). En su último año de vida, la banda consiguió actuar en el programa Cajón Desastre de Televisión Española justo antes de reconvertirse en Soul Bisontes (1991-2005).

 

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El grupo, ahora con Alberto Sobórnez como bajo, formó esta nueva banda que llegó a lanzar dos discos, ‘Vértigo peninsular’ (1994) y ‘La alcantarilla del paraíso’ (1995). Lo suyo era, como los describe la prensa especializada, “el rock psicodélico, el garage, el clásico sonido del farfisa y lo sixtie en general”. En 1993 conseguirían ganar el premio al mejor videoclip independiente del canal musical de Radio Nacional de España por su tema ‘El moscardón’, definido como “una auténtica joya sonora y visual que para aquellas fechas mostraba que estaban muy adelantados a su tiempo y ejemplificaba la carrera infravalorada a la que fue sometida la banda durante su larga vida”.

 

Tras la disolución de Soul Bisontes, Titín dejó la actuación a un lado. Sin embargo, para Pablo Cobollo el pinteño nunca perdió su magia: “Continuó regalándonos sus fabulosos tambores en colaboraciones muy posteriores. En 2014, con ritmo de mambo, una joven amiga estudiante de batería me preguntó una vez si en la canción que colaboró tocaban dos baterías a la vez”.

 

Y el deporte

 

Fue su padre, Federico, el que con 18 años le metió el gusanillo del frontenis. “Tenía el deporte muy interiorizado, hasta en casa hacía pesas o sentadillas”, rememora su hermana Reyes. De hecho, una de las primeras cosas que hizo al llegar a Pinto fue ingresar en el club de frontenis local en el que conoció al que acabaría convirtiéndose en uno de sus mejores amigos, Carni. “Ha dejado una gran huella en el frontón de la Comunidad de Madrid”, cuenta.

 

Como jugador, Titín no presumía de golpes bonitos o ganadores, pero era todo lucha y pundonor. Así consiguió ganar varias ligas con su equipo tanto en Pinto como en San Cristóbal, donde no le pesó el salto de calidad y siguió rindiendo a buen nivel sin renunciar nunca a su faceta más fiestera. Su compromiso y ánimo por mejorar su entorno le llevaron a ocupar durante tres años la presidencia del Club de Frontenis de Pinto y a fundar dos escuelas junto con su amigo Carni. “Como entrenador tenía paciencia y ayudaba mucho a los niños”.

 

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Haciendo uso de esa paciencia y del mismo modo que hizo su padre con él, Titín trató de contagiar esa pasión a su propio hijo. El esfuerzo de ambos tuvo recompensa y en 2016, con 16 años, Fede se proclamó campeón de España de frontenis en categoría cadete y recibió el Premio ZIGZAG a la Mejor Promesa del Deporte de Pinto. Era la primera medalla en edad escolar en la historia de la selección madrileña y la mayor alegría para un Titín al que el orgullo se le salía del pecho por aquellos días.

 

Los dos siguieron jugando juntos durante varios años y ganaron diversos títulos. En los últimos meses, además, se encontraron de nuevo deportivamente gracias al pádel. “Fue el último regalo que me dejó”, dice Fede, que ahora recuerda a su padre en cada golpe de pala.

 

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Un vacío difícil de llenar

 

El año 2024 estaba siendo especialmente duro para Titín y los suyos. Su madre, Emilia, falleció en julio, y apenas unos meses después sufrió un revés laboral que le tenía preocupado. “Me aferro a lo que dice mi padre, que a Titín se lo ha llevado su madre para que no sufra”, confiesa Reyes. Todos coinciden en lo mal que lo habría pasado si se hubiese prolongado su dura situación porque, como acertadamente señaló su hermana Yolanda en el funeral, “él vino a esta vida a disfrutar”. Pero su repentina marcha ha dejado un vacío inmenso entre los suyos. Para Carni, su compañero de frontenis y de una y mil batallas, “es como si me hubieran arrebatado una parte de mí”.

 

Por suerte, el legado de Titín es todavía más grande. “Cada día nos decía que nos quería con locura, era demasiado perfecto”, rememora Maite, que a pesar del dolor se queda con que “nos ha dejado llenos de amor y de anécdotas muy divertidas”. Su hijo Fede también prefiere centrarse en lo positivo: “Me enseñó los mejores valores que un padre puede trasladar a su hijo y también fue ese amigo con el que te tomas una copa. He tenido la suerte de que siempre lo he tenido presente, así que guardo la satisfacción de que aproveché el tiempo con él”.

 

Y así fue la increíble vida de un estupendo batería, entregado deportista, abnegado padre, apasionado marido, afectuoso hijo y hermano e inmejorable amigo. Protagonizó, como decía, la historia de una estrella de rock: la de un hombre genial condenado a irse antes de tiempo, pero que siempre vivió como quiso y por todo lo alto. El lugar de las estrellas está en el cielo y desde diciembre hay una que brilla como ninguna otra. Gracias y hasta siempre, Titín.

 

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