Las flores del mal
Los que alguna vez en nuestra vida fuimos nacionalistas -en mi caso nacionalista gallego en mis años de juventud tras emocionarme con el poemario “Longa noite de pedra” (Larga noche de piedra) de Celso Emilio Ferreiro y leer los escritos de Brañas, Vilar Ponte, Castelao, Risco, Cabanillas, Otero Pedrayo…- sabemos que todo nacionalismo verdadero conduce a la exigencia, antes o después, de un estado independiente. Así ocurre con los nacionalismos catalán, vasco y gallego que definen a sus territorios como nación basándose en la existencia de unas realidades diferenciales: lengua, cultura, derechos históricos y costumbres propias, si bien estos tres nacionalismos son muy distintos. Mientras el catalán tiene raíces burguesas, liberales y progresistas y el gallego es principalmente cultural, el vasco procede del integrismo carlista.
Por ello, los que alguna vez fuimos nacionalistas, como decía, también sabíamos que el modelo autonómico (‘café para todos’) que instituyó la Constitución Española de 1978 era una chapuza. Lo que no esperábamos -yo, al menos, no lo esperaba- es que el Estado de las Autonomías iba a ser cuestionado treinta años después por los que lo crearon, que no fueron los nacionalistas. Una prueba más de que los partidos de nuestro país, incapaces de llegar a acuerdos en defensa del interés común de los ciudadanos, siempre han dado palos de ciego y cumplen a rajatabla con la definición grotesca y humorística que dio Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
En los últimos meses son numerosas las voces de destacados líderes políticos -entre ellas la de la presidenta regional Esperanza Aguirre- que de una u otra manera manifiestan que el Estado de las Autonomías es un fracaso económico y nacional. “No ha servido para lo que se creó, que era integrar a los partidos nacionalistas”, dicen unos. “Las ansias independentistas de estos partidos, lejos de cesar, se han incrementado”, añaden otros. “Al final nos encontramos con que se ha encarecido y complicado el funcionamiento de las autonomías”, repiten los de más allá.
La presidenta Aguirre incluso ha llegado a afirmar que está dispuesta a devolver al Estado las competencias de sanidad, educación y justicia “si con ello se puede reducir el déficit y así se lo dije al presidente Mariano Rajoy”, comentó. Si bien ningún otro líder autonómico ha respaldado públicamente a la presidenta de la Comunidad de Madrid, es un lugar común en las filas ‘populares’ la necesidad de “adelgazar el Estado” y poner coto “al despilfarro de dinero público que se ha practicado en muchas comunidades”. Esta posición la comparte también UPyD cuya líder, Rosa Díez, llegó a utilizar términos gruesos como “chiringuitos” para referirse a las comunidades autónomas.
Deconstruir el Estado de las Autonomías, como ahora proponen
algunos, es reconocer el fracaso de unos políticos y de unas políticas. Y esto -el
reconocimiento del error- sería loable si no fuera que, como ha ocurrido con la
crisis financiera internacional, los mismos que nos han conducido al fracaso
son aquellos que nos dan -en puridad, nos imponen- las recetas para salir de él. Es decir, en realidad "ellos" nunca se equivocan porque "ellos" son el poder y el poder es el que decide cuándo, cómo y qué cosa se hace en
cada momento.
Pero no nos equivoquemos. Siempre ha sido así. En la antigüedad y hasta hace no mucho tiempo se defendía la esclavitud como un derecho natural de los vencedores, los poderosos o los dueños de las personas cosificadas. La misma iglesia impulsaba cruzadas, “guerras santas” y matanzas de brujas y herejes. Y aún hoy los libros de historia nos presentan como héroes y modelos de gobierno a reyes y generales conquistadores que ordenaban guerras en las que desangraban a la población más humilde. Una anécdota histórica del general Franco ilustra muy significativamente la forma de pensar de estos ‘héroes’. Estaba dicho general -luego generalísimo- estudiando una posición enemiga elevada en la guerra de Marruecos y su conclusión fue atacar esa posición porque “se puede conseguir sólo con unas 30 bajas”. Y así fue. Bueno, "las bajas" alcanzaron finalmente el número de 67, pero ese es un dato menor que no empaña la hazaña histórica de semejante generalísimo.
¡Ay, hoy como ayer cuanta porca miseria!
Agustín Alfaya | Sábado, 01 de Febrero de 2014 a las 10:52:54 horas
Gracias Dados. Comparto tu documentada exposición.
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