
La pinteña lleva tres años residiendo en Estados Unidos como doctoranda del Cold Spring Harbor Laboratory. Estudia los factores que afectan al riesgo de que una mujer llegue a padecer cáncer de mama.
Lucía Téllez (Pinto, 1998) ya pensaba en dedicar su vida a la investigación cuando en 2016 tomó la decisión de matricularse en el Grado de Bioquímica en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), después de haberse colocado entre los mejores alumnos que en ese entonces se presentaron a la selectividad en la Universidad Politécnica de Madrid.
Sacó un 13,553 sobre 14 en las pruebas de acceso y no tuvo dificultad alguna para entrar a la carrera de sus sueños. En ella logró despejar las pequeñas dudas que tenía respecto a su futuro cuando con 18 años afirmó, en su entrevista con ZIGZAG por su excelente nota en los exámenes, que ya iría viendo conforme avanzaba sus estudios si verdaderamente quería acabar trabajando en un laboratorio.
Desde ese ilusionante momento, que ahora experimentan los estudiantes pinteños nacidos en 2006, como la brillante Carla Revueltas, nota más alta de Pinto en la EvAU 2024, han pasado ya ocho largos años en los que Lucía no ha parado: en junio de 2020, en plena pandemia del coronavirus, obtuvo el título de la carrera, un año más tarde, en 2021, se graduó con honores del Máster en Bioinformática de la Universidad de Edimburgo y este mes de agosto ha cumplido tres años viviendo en Estados Unidos como doctoranda del Cold Spring Harbor Laboratory.
El doctorado que se encuentra desarrollando en el laboratorio Dos Santos, dentro del centro de investigación ubicado en Long Island, se centra en el estudio de los factores que afectan al riesgo, tanto para bien como para mal, de que una mujer llegue a padecer cáncer de mama. “Analizo cuestiones como la etnia, las terapias hormonales, o cómo influye haber sufrido distintos tipos de infecciones”, señala la joven desde su piso compartido en Nueva York, donde reside con otras tres personas, dos de ellas compañeras de laboratorio.
Su interés por el estudio de esta enfermedad no es nuevo. Sí lo es el tipo escogido, pues Lucía enfocó su Trabajo Fin de Grado (TFG) en el análisis del melanoma y su Trabajo Fin de Máster (TFM) en el cáncer de colon. “Quise estudiar Bioquímica para poder contribuir en la medida de lo posible a mejorar la calidad de vida de las personas y tuve claro desde el principio a qué quería dedicar mis horas en el laboratorio”, explica la investigadora, vinculando esta determinación a las historias que desde pequeña ha venido escuchando de gente cercana a ella, o a su familia, que había fallecido a causa de la enfermedad. “Aunque nunca los conocí, dos de mis tíos murieron de jóvenes por leucemia. Sus historias y las que se oyen habitualmente, porque al final todos conocemos a algún enfermo de cáncer, son las que me motivaron a tomar este camino”.
La Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) estima, en su último informe publicado, que el número de cánceres diagnosticados en España en el año 2024 alcanzará los 286.664 casos, según los cálculos de la Red Española de Registros de Cáncer (REDECAN), cifra que supone un ligero incremento respecto a 2023. Los más frecuentemente diagnosticados serán los de colon y recto (44.294 nuevos casos), mama (36.395) y pulmón (32.768).
De beca en beca
La pinteña llegó a la ciudad que nunca duerme en el verano de 2021 tras conocer que había recibido una de las becas Fulbright para continuar sus estudios durante dos años en Estados Unidos. “Mandé la solicitud antes de empezar el máster, sin muchas esperanzas. Mi hermana fue la que me animó a pedirla, porque a ella se la habían dado hace diez años”, rememora, viendo necesario hacer un alto en su relato para hablar de Elisa, la mayor de los Téllez, cuya carrera como investigadora la ha llevado a establecer su residencia en Washington D.C. “Es lingüista y justo le acaban de dar el pasaporte americano. El único que sigue en Pinto es mi hermano, que me saca diez años y es profesor de Inglés”.
En la convocatoria 2021/2022 de este programa de ampliación de estudios patrocinado por el Gobierno de España y el de Estados Unidos, sólo fueron escogidos 21 de los 311 solicitantes. Como integrante de este privilegiado grupo, Lucía recibió una ayuda para costearse todos los gastos derivados del primer viaje, de la instalación en el país, del pago de la matrícula —se establece un máximo de 40.000 dólares anuales— y de la contratación del seguro médico, así como una retribución mensual de entre 2.830 y 4.300 dólares durante los dos primeros años del doctorado.
Finalizada esta primera etapa de la mano de Fulbright, la investigadora de Pinto obtuvo en 2023 una de las 100 becas de posgrado que cada año otorga la Fundación La Caixa para estudiar en el extranjero. “Dan 100 en cada convocatoria y nos presentamos más de 1.000 personas. Me la han concedido para mis dos últimos años de doctorado”, apunta la joven, sintiéndose una afortunada por haber recibido el beneplácito de no uno, sino de dos reputados programas de ayudas al estudio para el desarrollo de su proyecto.
A esa suerte que siente que la lleva acompañando desde que tomó la decisión de dedicarse a la investigación hizo referencia en su discurso del pasado 5 de junio en el CaixaForum, día en el que se celebró la 42ª edición de la ceremonia de entrega de estas becas. “No puedo creer que haya tenido la fortuna de conocer a un grupo de estudiantes tan increíble, ambicioso y decidido”, declaró Lucía en la gala presidida por el rey Felipe VI, junto al que no dudó en fotografiarse con su padre y su hermano para inmortalizar el momento.
¿Y cómo consiguió la pinteña el favor de los evaluadores de Fulbright y la Caixa? Con su intachable expediente académico, la atrayente explicación de su propuesta en la memoria presentada y las cartas de recomendación de profesores e investigadores con los que había trabajado previamente. “Ambos procesos terminan con una entrevista de selección. En la Fulbright valoran más tu perfil personal, que vayas a poder adaptarte al sitio al que vas, porque está más enfocada en el intercambio cultural entre países”, detalla la pinteña de nacimiento, que a día de hoy vive de la beca del banco español, del sueldo que le da el laboratorio en el que trabaja y del extra de dinero que saca dando tours por las instalaciones de su centro de investigación, una de las instituciones científicas más antiguas de Estados Unidos. “Mi padre es guía turístico en Madrid y, desde pequeña, me ha transmitido su entusiasmo por acercar la historia de los lugares a la gente”.
Aunque considera que ya se ha acostumbrado a la vida en Nueva York, la gran manzana ha sido sin lugar a dudas el lugar con el que más le ha costado familiarizarse por lo diferente que es respecto a España. “La forma de socializar de las personas es muy distinta. Les gusta más estar solos, y aunque socializan, lo hacen tirando de calendario. Yo venía de Pinto, de ver a mis amigos todos los días, casi sin planes, de una vida en común que aquí no se estila”.
Investigar en el extranjero
Lucía escogió la Autónoma con la mirada puesta en salir fuera de España. Los convenios del centro universitario con asociaciones de científicos en el extranjero, así como la posibilidad de irse de Erasmus, la atrajeron desde el primer momento y, a partir de tercero de carrera, empezó a aprovecharlos al máximo para ampliar su currículo. Primero se fue durante todo un curso a estudiar en la Universidad Nacional de Singapur y, después, se pasó el verano haciendo prácticas en el Rega Institute for Medical Research de Leuven (Bélgica).
Allí conoció a Rodrigo Bacigalupe, un investigador español que la animó a formarse en bioinformática. “Es una de estas personas que te inspiran. Él había hecho el máster en Edimburgo y me convenció de que, si quería dedicarme a estudiar el cáncer a gran escala, necesitaba dominar la aplicación de las tecnologías computacionales al análisis de datos biológicos”, aclara la pinteña, quien terminó mudándose a la capital escocesa para seguir este camino, cuando aún no existía vacuna para el coronavirus. “Me lo pensé, pero al final allí había menos restricciones y yo iba a estudiar algo que sólo precisaba de un ordenador y una buena conexión a Internet”.
Desde Estados Unidos, cuando ya han pasado cuatro años de ese momento, la joven se ve capaz de echar la mirada atrás con orgullo y de afirmar que, si ella tomó la decisión de continuar su formación en el extranjero, fue por el apoyo de su familia, por el interés de conocer diferentes culturas y por las mayores oportunidades que sin duda existen para la investigación. “En mi centro tengo una gran libertad para elegir los experimentos que quiera, aunque sean más costosos por su mayor riesgo. En España se mira más el presupuesto”, afirma, segura, a pesar de las restricciones económicas, de que su periplo terminará llevándola de vuelta a su país de origen. “Tengo ganas de regresar porque se vive muy a gusto”.
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