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Canasta de Ciempozuelos en Estados Unidos: Ana Conde jugará en Nueva York

Graciela Díaz Cuervo Lunes, 27 de Mayo de 2024 Tiempo de lectura:
Ana en uno de los entrenamientos con su equipo.Ana en uno de los entrenamientos con su equipo.

Tras proclamarse campeona de España con el Estudiantes, la ciempozueleña cruzará el charco a finales de junio para empezar la pretemporada con el equipo de la Universidad de Siena.

Caitlin Clark, Cameron Brink, Angel Reese, Juju Watkins, o Flaujae Johnson han logrado captar la atención del público con sus canastas en las canchas universitarias, convirtiéndose en estrellas antes de llegar siquiera a debutar en la WNBA, la liga de baloncesto femenino profesional de Estados Unidos. Son portada de revista, imagen de marcas como Nike o Gatorade y acumulan millones de seguidores en redes sociales. 

 

Sus triples desde el logo, sus agresivos tapones y su rivalidad en la pista han conseguido atraer a cada vez más espectadores a las canchas y alcanzar unos datos de audiencia impensables hasta la fecha para una competición de estas características. El partido por el campeonato de esta temporada, en el que el imbatible equipo de South Carolina logró imponerse a Clark y a sus compañeras de Iowa, congregó a una media de 18,7 millones de espectadores ante el televisor, convirtiéndose en el encuentro de baloncesto más visto desde 2019, por encima de cualquier otro de la NBA.

 

Ana María Conde (Ciempozuelos, 2006) aterrizará en Nueva York apenas dos meses después de ese histórico enfrentamiento, en pleno auge del baloncesto femenino universitario. A sus 18 años, la jugadora se incorporará a finales de junio a las filas de la Universidad de Siena, después de haber cerrado su temporada con el equipo juvenil del Estudiantes como campeona de la Comunidad de Madrid y de España.

 

Será una de las pocas jugadoras nacionales que cruce el charco con una beca completa para estudiar una carrera gracias a su talento en la pista, siguiendo los pasos de otras que recorrieron este mismo camino antes que ella como Leticia Romero, Maite Cazorla o Helena Pueyo, quien se convirtió el pasado 15 de abril en la duodécima jugadora española en ser seleccionada en el Draft de la WNBA tras una gran última temporada vistiendo la camiseta de Arizona. “Jugar allí va a ser algo increíble. No he podido seguir mucho la liga este año por falta de tiempo, pero sí que he visto todos los partidos que he podido de mi futuro equipo. El ambiente y las instalaciones son algo con lo que en España sólo podemos soñar”, asegura Ana desde uno de los bancos situados a la entrada de la Ciudad Deportiva de Ciempozuelos, cuyo pabellón ha sido testigo de cómo ha mejorado su técnica individual en las últimas tres temporadas de la mano de su padre, el exjugador y entrenador de baloncesto Marcelino Conde. 

 

Aprender a jugar a la vez que a caminar

 

La joven deportista de Ciempozuelos aprendió a encestar casi a la vez que a andar. Digna sucesora de unos padres que se enamoraron en la cancha, botó por primera vez un balón de baloncesto cuando apenas había cumplido tres años. Su progenitor entrenaba por aquel entonces a las categorías inferiores del Fuenlabrada y, para entretenerse cuando lo acompañaba, la pequeña se puso a jugar y se enamoró de un deporte que no ha dejado de lado desde ese momento. “Crecí en el pabellón El Arroyo. Mi padre y el resto de entrenadores del club fueron quienes me exprimieron e hicieron de mí la jugadora que soy hoy. Estoy muy agradecida”, señala, recordando una etapa que no duró muchos años, pues el Estudiantes no tardó en llamar a su puerta.

 

Ana destacó desde el primer momento y fue elegida por la Federación Madrileña de Baloncesto (FBM) para competir con la selección de minibasket femenina y participar en el Programa de Jugadoras Altas, una iniciativa destinada a pulir a niñas con unas cualidades físicas superiores a la media. Allí captó la atención de los técnicos del Estudiantes que trataron de convencer a su familia para que se cambiase de club con tan sólo 11 años. “Mi padre les dijo que iría, pero que lo haría ya en infantil. Quería que siguiese aprendiendo un año más en el Fuenlabrada, donde tenía la oportunidad de jugar con los equipos de las categorías superiores”, rememora la ciempozueleña, que tuvo la suerte de estar acompañada por su referente en este paso adelante en su carrera. “Aprovecharon y también lo ficharon como técnico. Doy gracias a que tanto él como mi madre me ayudaron a tomar una decisión cuya dimensión no era capaz de comprender en ese momento”. 

 

Con sus 1,82 metros de altura, Ana suele “jugar de 4” en la posición interior de ala-pívot. Se describe a sí misma como una jugadora versátil, con capacidad para tirar desde fuera, subir el balón, dar asistencias, postear debajo del aro y, sobre todo, trabajar en la sombra para cumplir con las pequeñas tareas que no suelen gustar a nadie por quedar fuera de las estadísticas. “Me gusta ser la jugadora que reparte, que coge un rebote importante o que pone el bloqueo necesario para que otra finalice y el equipo brille”, afirma, sosteniendo en su mano la medalla de oro del campeonato de España que prueba la importancia de su sacrificado papel en la pista. 

 

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Campeona de España

 

No se llega a ser campeona de España sin un gran esfuerzo. La rutina diaria de Ana en estos últimos meses ha sido todoterreno: madrugar dos mañanas a la semana para trabajar en su técnica individual en el pabellón de Ciempozuelos, viajar en la línea C-3 de Cercanías para llegar a tiempo a sus clases de 2º de Bachillerato en el instituto Ortega y Gasset —centro de referencia para los deportistas de alto nivel—, llevar al día sus estudios con el propósito de no fallar en ningún examen en un curso tan exigente y no faltar a las tres horas de entrenamiento por las tardes con su equipo.

 

“Sólo teníamos el miércoles libre, que era el día que aprovechaba para acudir a una academia que me ayudaba con los estudios. Veía más a mis compañeras que a mi madre, porque llegaba a mi casa a diario pasadas las 11 de la noche”, apunta la joven, que ahora está intentando aprovechar los días previos a su viaje a Estados Unidos para crear recuerdos especiales con sus familiares y recuperar el tiempo perdido con sus amigos del colegio Virgen del Consuelo y del instituto Francisco Umbral, centros a los que asistió antes de irse a la capital. 

 

Todo este sacrificio se vio recompensado el pasado 4 de mayo, cuando el equipo juvenil femenino del Estudiantes levantó el título de campeón de España, tras vencer en la final 67-52 al Valencia Basket de Awa Fam. Cerraron la temporada bañándose en la fuente de los Delfines con una celebración a la altura del que ha sido el segundo oro de su club en esta categoría en toda su historia y de una temporada para el recuerdo en la que también se proclamaron campeonas de liga en la Comunidad de Madrid.

 

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Más allá de la satisfacción de poder decir que esta temporada ha jugado en el mejor equipo juvenil de España, la ciempozueleña se siente afortunada por todo lo que ha conseguido crecer como jugadora y como persona al compartir vestuario con grandes promesas de este deporte como Adriana Díaz, Irene Fernández, Sara Okeke o Ada Toribio. “Lo bueno de jugar en el Estudiantes es que he tenido la oportunidad de estar con gente muy buena. A mí me tocaba defender a Sara en los entrenamientos y necesitaba dar mi máximo para potenciar que ella también diese el suyo y así mejorar las dos”, comenta Ana sobre las integrantes de un equipo al que las derrotas y los logros compartidos han ido convirtiendo en amigas.

 

El billete a Estados Unidos

 

Finalizada la temporada, Ana se encuentra preparando los exámenes de la Evaluación de Acceso a la Universidad (EvAU) con la tranquilidad propia de alguien que decide someterse a las pruebas por mera precaución, pese a saberse ya estudiante universitaria. En un mes, estará en un avión camino a Nueva York, estado que alberga el campus de la Universidad de Siena. Allí estudiará Magisterio con una especialización en Educación Física y vestirá la camiseta de su equipo de baloncesto femenino, que compite en primera división dentro de la Metro Atlantic Athletic Conference (MAAC).

 

Lo hará con una beca completa que cubre el gasto de sus estudios, “un lujazo”, en palabras de la deportista, del que se hizo merecedora al llamar la atención de los reclutadores de las universidades estadounidenses presentes en los campus de verano organizados por Elite Sports Academy en Lloret del Mar. “La agencia me empezó a comentar en cadete de segundo que podía jugar y estudiar allí si me reclutaban. Dije que sí y, jolín, es un halago que te digan que quieren contar contigo en un equipo de primera división”, declara agradecida por la oportunidad la joven, que en estos días ha empezado a conocer a sus futuras compañeras por videollamada, demostrando no tener problema alguno para comunicarse en inglés. 

 

Cuando arranque el nuevo curso, ya instalada en Estados Unidos tras una pretemporada en la que viajará junto a su nuevo equipo a Irlanda, Ana tendrá que pasar por un periodo de adaptación para acostumbrarse a vivir fuera de país, a comunicarse en un idioma distinto a su lengua materna y a las características de un nuevo sistema de juego. Todo ello será duro, pero la ciempozueleña sabe que lo que más le costará será estar lejos de sus amistades de toda la vida, de sus padres y de su hermano de 13 años, a quien augura un gran futuro en el mundo del baloncesto. 

 

A su lado ha disfrutado de una de las experiencias más especiales de esta temporada de infarto: verlo crecer en la pista. El pequeño de los Conde, pieza fundamental del equipo infantil masculino del Estudiantes, se ha unido este año a los entrenamientos matutinos de su hermana en Ciempozuelos para seguir mejorando detalles como su tiro, sus cambios de mano o su movimiento de pies. “Nunca se lo suelo decir a él porque se viene arriba, pero creo que es mucho mejor que yo. Hace de todo, me saca una cabeza y tiene la suerte de que le esté entrenando nuestro padre para que se convierta en un jugador capaz de hacer de todo en los partidos: tirar, subir la bola, coger rebotes… Verle jugar es algo súper bonito”. 

 

Con una larga carrera como jugadora en la cancha por delante, Ana tiene ya claro que cuando esta termine y el físico no dé para más, seguirá vinculada al baloncesto como entrenadora, continuando una vez más el ejemplo sentado por unos progenitores que no han hecho más que hacerle el camino fácil.  

 

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