Celebración del Día Internacional de la Mujer en la AMP.La asociación nació en el verano de 1988, con la unión de varias familias para lograr que sus hijos recibiesen tratamiento en el municipio. Hoy atiende a cerca de 200 personas en el Centro Municipal Oliva Rodríguez.
Verano de 1988. Varias familias de Pinto que comparten el pesar de tener que trasladarse semanalmente a Madrid para que sus hijos acudan a terapia o reciban un determinado tratamiento deciden unir fuerzas en busca de una alternativa. Redactan unos estatutos, establecen una cuota y alquilan un pequeño local en el entorno de la plaza Raso Rodela. Así nace la Asociación de Minusválidos de Pinto —hoy denominada AMP-Somos Diferencia— que, 35 años después de haber dado esos primeros pasos, sigue teniendo como objetivo principal mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad del municipio.
Ninguno de los responsables que hoy se sienta a hablar de los orígenes del colectivo en un cuarto de su actual sede, bautizada con el nombre de la socia fundadora Oliva Rodríguez, vivió en primera persona el germen de la semilla. “Cuando llegué, ya habían dejado Raso Rodela y se habían trasladado aquí. Un espacio fue lo primero que pidieron en sus conversaciones iniciales con el Ayuntamiento”, explica Raquel Yuste (Madrid, 1961), vicepresidenta y tesorera de una asociación a la que entró como voluntaria en 1997. “Contaron primero con la planta baja del edificio, que por aquel entonces albergaba la Escuela de Adultos y la Escuela de Idiomas, para después disfrutar íntegramente de las instalaciones”.
El aumento de la demanda de sus servicios en las tres décadas que han pasado desde la mudanza al número 15 de la calle Egido de la Fuente no se ha trasladado en un incremento del espacio que les permita contar con más plazas y ayudar a más familias. “Se nos queda pequeño”, señala Yuste, cuyas palabras son apoyadas por el asentir de cabeza de la directora del Área de Infancia y Juventud, Sandra Fernández (Palencia, 1983), y del presidente, José Luis Escandell (Las Palmas, 1965).
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El personal de la AMP —entre 38 y 40 trabajadores— atiende en la actualidad a cerca de 200 personas con discapacidad desde su sede en Pinto. La suma se distribuye en 114 plazas de atención temprana para niños de 0 a 6 años, 45 plazas para mayores de edad en el Centro Ocupacional de Formación, Oportunidades e Inserción Laboral (COFOIL) y en unas 20 plazas en un servicio especializado en diferentes tratamientos para pacientes de 6 a 18 años que no cubre la Comunidad de Madrid. “Nos encantaría atender a más familias, pero tenemos una clara limitación de espacio”, asegura Escandell, deseoso de plantear esta problemática a la nueva concejala de Familia, María Jesús Castro.
Su intención es que la recién llegada tenga en cuenta la necesidad de crecimiento de la asociación a la hora de preparar el nuevo convenio bianual para los años 2024 y 2025, que el Ayuntamiento y la entidad social firman para acordar el importe que se destinará a financiar sus servicios. “Otro punto importante es que aún no hemos recibido —la entrevista se realizó el pasado 13 de julio— los 80.000 euros que nos corresponden en 2023 y que necesitamos como agua de mayo”, continúa el presidente, consciente de que el dinero municipal llega, pero “siempre lo hace tarde”.
Depender de la financiación pública
La AMP se financia principalmente a través de dinero público, siendo los fondos que recibe la Comunidad de Madrid su principal fuente de ingresos. “Luego vendría la aportación del Ayuntamiento, las donaciones de empresas y particulares y, en último lugar, la cuota mensual de 7 euros que pagan nuestros socios”, detalla Escandell, manifestando su voluntad de que el trabajo de la asociación no dependa exclusivamente de las administraciones públicas.
Con el impulso de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) en el mundo empresarial, cada vez son más las compañías que se deciden a colaborar con iniciativas como las que pone en marcha la asociación pinteña, conscientes de la creciente importancia que este tipo de gestos voluntarios tienen en su imagen. “Intentamos que las donaciones vayan a más, pero lo cierto es que la aportación pública sigue suponiendo el 90% de nuestros ingresos”, reconoce el presidente.
Su temor a la dependencia exclusiva de la financiación pública es compartido por la tesorera de la asociación, que anhela que ayuntamientos y administraciones regionales sean más efectivos a la hora de realizar toda la burocracia necesaria para entregar en tiempo el dinero acordado. La voluntad política de aportar al colectivo puede estar, pero los miles de pasos que hay que dar antes de que el importe llegue a la cuenta genera unos retrasos que, aunque comprensibles para la junta directiva de la AMP, se deberían atajar de alguna manera.
Cuidar a las familias, una tarea fundamental
La organización de la AMP ofrece una pista sobre su forma de entender la atención a las personas con discapacidad. El colectivo dispone de tres áreas de actuación que abarcan las distintas etapas formativas en la vida de una persona (Infancia, Juventud y Vida Adulta), abogando por un seguimiento continuado de su evolución, y de una última, de carácter transversal, dedicada al cuidado y asesoramiento de las familias desde el momento en el que pisan por primera vez el Centro Municipal Oliva Rodríguez.
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Al llegar al edificio, y antes de recibir cualquier tipo de tratamiento, los padres o tutores de los menores se reúnen con los profesionales que trabajan para el colectivo y mantienen una entrevista en la que se les pregunta por sus preocupaciones y por los puntos fuertes de su dinámica familiar. Sandra Fernández, directora de las áreas de Infancia y Juventud, considera fundamental este contacto previo para marcar los objetivos del tratamiento, adjudicado antes de la llegada del niño a las instalaciones pinteñas por el Centro Regional de Coordinación y Valoración Infantil (CRECOVI). “A lo mejor una madre me dice que uno de sus principales quebraderos de cabeza es que su hijo no puede subir las escaleras para bajar por el tobogán en el parque. Pues será eso lo que intentaremos trabajar en el entorno natural”, explica.
Todas las cuestiones relativas a estos menores, hasta los 18 años, se engloban en los dos departamentos dirigidos por Fernández, que cuentan con las disciplinas de fisioterapia, logopedia, psicoterapia, psicomotricidad, estimulación y terapia ocupacional y se dividen en la atención temprana de niños de 0 a 6 años y en el tratamiento de los mayores de 6 años. Pese a que la parte pública finaliza con el acceso a Educación Primaria, la AMP dispone de una veintena de plazas privadas para hacer un seguimiento a aquellos pacientes que quieran recibir tratamiento tras empezar el colegio, respondiendo a la demanda de las familias que no quieren que su hijo cambie de entorno.
“La Comunidad de Madrid no oferta plazas públicas a partir de esa edad porque entiende que los colegios dan ese servicio. La cuestión es que no se llega. Es imposible para los docentes realizar un trabajo individualizado con estos menores en las aulas”, sostiene Fernández. “Desde que los niños empiezan la educación obligatoria hasta los 18 años hay un vacío. Las familias se tienen que buscar la vida recurriendo a servicios privados, donde su hijo pueda ser atendido porque a los seis años no se acaba todo. Hay que seguir observando al menor para que no sufra una involución”, añade Escandell.
Ya superado el umbral de la mayoría de edad, la asociación centra sus esfuerzos en la orientación y formación laboral de sus usuarios dentro del área de Vida Adulta, que también comprende las 11 plazas en viviendas tuteladas de las que dispone la AMP para enviar a personas con discapacidad y evitar que terminen en residencias alejadas de su entorno.
Hacia la integración definitiva
35 años después de la fundación de la AMP, la integración de las personas con discapacidad sigue siendo una tarea pendiente. Las mejoras legislativas que garantizan su derecho a la igualdad de oportunidades y que imponen cuotas a las empresas con más de 50 personas en plantilla no han facilitado su entrada al mercado laboral. O, al menos, así lo viven en el COFOIL de la asociación de Pinto: “De los usuarios de nuestro programa, sólo hay cuatro que están trabajando. Y no es a jornada completa, sino por dos o tres horas al día”, explica Yuste.
El presidente de la asociación culpa al desconocimiento y al temor sobre cómo tratar a las personas con discapacidad de la lentitud con la que avanza la sociedad en la plena inclusión del colectivo. “Hay personas que se podrían dedicar a certificar que un texto es de lectura fácil, o al ensamblaje o desmontaje de piezas”, asegura Escandell, mencionando una tarea que varios de estos jóvenes desarrollan habitualmente en una de las aulas de la sede.
Lejos de esperar a que les lleguen las oportunidades, los usuarios adultos de la AMP emplean su tiempo en colaborar en causas desinteresadas como la iniciativa de la Fundación Alberto Contador que busca dar una segunda vida a las bicicletas viejas para que los más necesitados puedan disfrutarlas. A lo largo de la última década, han participado en el proceso de reparación, en su recepción y envío e incluso han llegado a formar parte del equipo encargado de entregarlas en mano a sus nuevos dueños en lugares como el Alto Atlas de Marruecos. “Ellos van siempre por delante, saben que pueden y lo van a demostrar, aunque la sociedad no se lo permita”, concluye la vicepresidenta de una asociación que espera cumplir 35 años más mejorando el día a día de este colectivo desde su sede en Pinto.
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