En mayúsculas, "NO LO ACEPTO"

La noticia de la reciente maternidad de Ana Obregon, nos ha agitado un poco a todos, en este caso y sin entrar en argumentos a favor o en contra de la maternidad subrugada o el vientre de alquiler según quien lo narre. Y siendo muy consciente que este tema es posible que abra líneas de reflexión sobre este modelo de maternidad/paternidad en un futuro no muy lejano, quiero centrarme en la perspectiva psicológica que este acontecimiento tiene.

La decisión de ser madre incluso cuando no es posible, en este caso, resulta ante todo un grito en mayúsculas de la no aceptación de la perdida de un hijo. Es absolutamente comprensible que el dolor de una madre ante la muerte de su hijo es inconmensurable.

Un duelo implica aceptar que hemos perdido algo, a veces tan valioso como un hijo. El duelo sólo es posible superarlo logrando alcanzar el estado de aceptación de una nueva vida sin aquello que hemos perdido. Aceptación significa asimilar las cosas tal y como son en el presente. Es un acto de voluntad. La perdida nunca deja de doler, simplemente decidimos que la realidad que vivimos aunque no sea la que más nos gusta, es el espacio en el que debemos aprender a habitar de manera positiva y renovada.

Muchas personas, confunden la resignación con la aceptación. Pero son estados de ánimo absolutamente distintos. La resignación nos provoca indefensión frente a lo ocurrido, nos distancia de la vida con los demás y nos lleva a limitarnos a sobrevivir en una realidad que no nos gusta. Frente a la aceptación que es un proceso voluntario de trabajo con el propio dolor y que nos lleva al inicio de una nueva vida ilusionante y conectada. Que no trata de sustituir lo que teníamos con otro elemento idéntico, sino con una nueva vida que puede traernos realidades similares o no a las que perdimos.

La teoria de Kübler-Ross define que el proceso de duelo tiene 5 etapas, aunque no siempre es tan lineal y pueden producirse vueltas y retrocesos en las cinco etapas del proceso. Enfrentarse a una perdida comienza con la negación de la misma o un estado shock, una vez superado sentimos rabia o enfado por lo sucedido, es realmente una muy mala pasada de la vida y tenemos derecho a enfadarnos. Después intentamos negociar con la vida para encontrar alguna manera de que nada cambie.

Cuando entendemos que esto no es posible comenzamos a sentirnos tristes, es justo en este momento en el que lloramos la perdida. En este punto se abren dos opciones: La aceptación de la situación, que comienza en la aceptación de la tristeza. O la resignación que es una tristeza a bajo volumen que nos acompañará largo tiempo y que seguramente nos llevará a intentar negociarle a la vida como volver a vivir lo vivido o pretender que nada cambie. Desde mi experiencia, creo que la clave para superar el duelo, está en aceptar el dolor que nos causa la perdida. Aceptar el dolor es saber que durante un tiempo nos duele y mucho, que el dolor es muy limitante y no hay analgésico más que el tiempo. Duele porque amamos, porque tenemos ilusiones y porque estamos apegados a personas y cosas. Pero, nosotros no somos lo que amamos. Nuestra vida estará llena de encuentros y perdidas que nos permitirán entender que nada permanece excepto nuestro propio ser y que incluso eso, está sujeto a modificaciones y que a lo largo de nuestra vida seremos la misma persona pero con diferentes versiones de nosotros mismos.

Sustituir lo que perdimos no suele ser una buena manera de salir de una perdida. Porque el proceso no concluyó y forzaremos a aquel o aquello que es el sustituto a ser lo que no es. El dolor hay que respirarlo y dejar que vaya pasando, no todo tiene una pastilla que lo cura. Aunque en nuestro tiempo las soluciones parece deban ser inmediatas.