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Dos hermanas y sus bebés consiguen escapar de la guerra de Ucrania y llegar a Ciempozuelos

Graciela Díaz Cuervo Ver comentarios 1 Martes, 29 de Marzo de 2022 Tiempo de lectura:

Elena y Kateryna han logrado abandonar el país y comparten piso junto a la familia ciempozueleña del marido de Kateryna. Sus dos bebés, Lucas y Konstantin, las acompañan en esta nueva vida.

La vida de Kateryna se paralizó, cuando a las cinco de la mañana del 24 de febrero, escuchó los primeros bombardeos mientras preparaba algo de comer para el pequeño Lucas. Pese a que al principio ni ella ni su marido Wuilmer le dieron importancia —debido a su cercanía con Rusia, los conflictos en la zona de Járkov eran habituales—, la alarma llegó con las primeras llamadas informándoles de la invasión. No se lo pensaron. La pareja cogió su documentación, algo de ropa y pañales —Lucas todavía se alimenta de leche materna— y huyeron desde el centro de la ciudad hasta la casa de una amiga ubicada en las afueras. 


“Todo era un caos. Se metieron en el metro y por el camino compraron algo de comida para llevar a su nueva residencia, donde permanecieron varios días”, explica Liliana, prima de Wuilmer y residente en Ciempozuelos desde hace 13 años. “Nosotros, desde aquí, les pedíamos que salieran del país cuanto antes”. 


Kateryna se negaba a abandonar su tierra; allí continúan viviendo todavía hoy sus padres y su hermana. Pero al ver cómo empeoraba la situación día a día, privada completamente de libertad y teniendo que pasar cada vez más horas en el búnker de la residencia junto a su bebé de pocos meses, la joven terminó convencida de que lo mejor era abandonar el país. “Era un sitio helado. Al principio las alarmas duraban poco, pero hubo un día que tuvieron que estar encerrados seis horas seguidas en el sótano”, comenta su prima, a quien ahora sorprende ver al bebé, acostumbrado al frío, solo con un bodi por casa. 

 

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Doce días de huida 


Conseguir el dinero para desplazarse hasta la frontera no fue tarea fácil. Katerina y Wuilmer tenían que reunir más de 1.000 euros para poder pagar a los conductores de los tres vehículos que les sacarían de Ucrania —410 euros por el trayecto Járkov-Kremenchuk, 236 euros desde allí hasta Kirovogrado y 427 euros para llegar hasta Unguri, en Moldavia—. Con el envío dinero cortado, desde Ciempozuelos Liliana y su familia no podían hacerles llegar una transferencia. Finalmente, Wuilmer, nacido en Ecuador —motivo por el que ha podido salir del país, ya que el presidente Zelensky ha decretado la ley marcial prohibiendo la salida a hombres ucranianos entre 18 y 60 años— recurrió a unos paisanos a los que conoció a su llegada a Ucrania en 2012. Ellos le prestaron el dinero que necesitaban y, así, iniciaron la huida de Járkov. 


El viaje de más de 700 kilómetros duró dos días. El toque de queda obligó a uno de los conductores que les transportaba a hacer un alto en el camino y conseguirles un cuarto en el que poder pasar la noche hasta reanudar el trayecto. Allí pudieron darse la primera ducha desde que se vieron obligados a abandonar su casa. 


Una vez en Moldavia, recibieron atención por parte de los voluntarios de la frontera, que les ofrecieron gratuitamente traslado hasta Iași. En la ciudad les acogió una pareja con una hija de doce años, que les permitió alojarse en su vivienda hasta el domingo 6 de marzo. “Entonces ya les pudimos hacer llegar el dinero”, explica Liliana, que solo tuvo que esperar un par de días más para abrazar a su primo. 


Tras sopesar varias opciones, Kateryna y Wuilmer decidieron tomar un avión que llegó al aeropuerto de Barajas el lunes 7 de marzo. Atrás dejaban doce días de inestabilidad, continuo movimiento y miedo. A Kateryna el viaje en avión le salió gratis —la aerolínea ofrecía vuelos sin costes a los ciudadanos ucranianos—, por lo que la familia solo tuvo que pagar el billete de Wuilmer y el del bebé, que todavía no tenía pasaporte. 

 

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Un papeleo que no termina


La pareja llegó a Ciempozuelos “reventada”. “Imagínate, casi dos semanas de viaje con un niño de solo tres meses en brazos”, cuenta Liliana. Desde entonces, están instalados en la casa de la madre de Liliana.

 

Kateryna y Wuilmer ya han empezado a regularizar su situación en España. “En el aeropuerto les avisaron de que tenían tres meses para tenerlo todo en regla”, aclara la prima, que los acompañó al centro de Servicios Sociales de Ciempozuelos a preguntar cuáles eran los pasos a seguir. “Allí fue donde nos tramitaron la nacionalidad a nosotras, pero cuando acudimos aún desconocían qué había que hacer en esta situación”. 


La casualidad hizo que, al salir del registro, la joven pareja ucraniana se topara con la concentración silenciosa organizada por el Ayuntamiento de Ciempozuelos a favor de Ucrania. “Allí nos acercamos a la alcaldesa. Desde entonces Raquel nos ha estado ayudado en todo lo que ha podido”.


Jimeno consiguió que un pediatra viera al pequeño Lucas de urgencia, que seguía con heridas generadas ante la imposibilidad de sus padres de cambiarle bien el pañal durante la huida. “Desde el Ayuntamiento les hemos ayudado en la gestión y la tramitación de todos los papeles, les hemos prestado pañales, ropa, comida… Nos espera un camino largo porque nos imaginamos que podrán llegar más familias”, explica Jimeno, que asegura que hay muchos vecinos de Ciempozuelos que quieren acoger, pero que ahora mismo no hay abierta ninguna vía para facilitar el proceso.

 

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Aunque el papeleo parece no acabar nunca, Kateryna y Wuilmer por fin respiran tranquilos. Su pequeño ya tiene cita para una revisión médica y ellos con el centro de refugiados para regularizar su situación en España. Además, Kateryna ya está mirando cursos para aprender español. 


Lo que queda ahora es superar el trauma, algo que parece más complicado. “Mi primo tiene pesadillas por las noches y Kateryna se esconde cuando escucha el sonido de los aviones”, explica Liliana. Siguiendo sus pasos, la hermana de Kateryna, Elena, consiguió hace pocos días salir de Ucrania con su hijo de casi dos años,  Konstantine. Su marido se ha quedado allí para luchar por su país. 


El relato de Kateryna y Wuilmer es uno más entre los de cientos de miles de ciudadanos que han dejado atrás una Ucrania en guerra, en un éxodo que va camino de convertirse en el mayor de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. 

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