Rafael Nadal

Nadal vuelve a ser noticia mundial por la inmensidad de sus hazañas deportivas al haber conseguido el pasado domingo en Melbourne otro de sus míticos, emocionantes y agónicos triunfos, al tiempo que ha encandilado a medio mundo por su elegancia moral.
Con el Open de Australia, Nadal suma 21 Grand Slam y pasa a liderar en solitario, por el momento, la historia de los grandes trofeos del tenis mundial masculino. Lo cierto es que cada día –y parece imposible que así sea– este personaje agranda un poco más su leyenda. Ningún éxito futuro –y seguramente habrá más– lo hará mejor de lo que es.
Su enorme calidad tenística, su inagotable capacidad de sufrimiento y su imponente fuerza de voluntad hacen de este portento un deportista irrepetible. Pero lo que convierte a Rafael Nadal Parera en un referente universal es que, estando en la élite, donde abundan personalidades y actitudes endiosadas, engreídas o insustanciales, sea un ejemplo de valores, elegancia moral y compromiso, que trascienden el deporte.
“Lo que deseo es ser recordado como una buena persona, más que como un buen tenista”, ha dicho Nadal. Pero sin duda, si Nadal es admirado es por juntar en su persona estas dos cualidades en grado de excelencia: ser el mejor tenista de la historia y, además, ser muy buena persona. Si la primera condición no se cumpliese, Nadal no sería recordado porque al fin y al cabo el mundo está lleno de buenas personas anónimas. Lo diferencial de Nadal es que, siendo uno de los deportistas más sobresalientes del mundo, sea al mismo tiempo una excelente persona y un ejemplo moral. Gracias, Rafael.
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