
Los vecinos han dado un último adiós al emblemático edificio, que ha sido demolido, en las redes sociales.
Los vecinos de Valdemoro se han despedido de uno de sus edificios más emblemáticos, el inmueble del número 10 de la calle Alarcón. El que antaño albergara lujosas estancias de marqueses, humildes aposentos de religiosas, míticas salas de cines y populares banquetes de bodas ha pasado ya a ser memoria de Valdemoro.
El edificio comenzó siendo la casa-palacio de los marqueses de Garaviria, una de las familias más ricas del país en 1854. El palacio valdemoreño pasó de marqués en marqués antes de que las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl se establecieran en él para fundar la benéfica casa de San Diego, en el último cuarto del siglo XIX. Allí estuvieron hasta el estallido de la Guerra Civil, que, debido a los bombardeos, dejó la casa completamente destruida.
Años después, la finca se dividió, dando lugar a los cines Alarcón, uno de los principales referentes fílmicos del Valdemoro de los sesenta y los setenta y, en 1986, a los míticos salones Lord Carrington, territorio de bodas, comuniones y cotillones durante años.
Películas y fiestas
Rosell, padre del popular presentador de televisión Miguel de los Santos, fue el encargado de instalar en el edificio valdemoreño el cine Alarcón en 1957. La obra tuvo un coste aproximado de 1.500.000 pesetas, según recoge el libro ‘Edificios que son historia’ (2007), y los cines de Valdemoro contaban con 712 localidades y los mejores adelantos de la época, como la instalación de un complejo sistema de calefacción.
“El mejor cine de los alrededores. Grandes recuerdos con el bocadillo de casa en la sesión de las cuatro de la tarde”, comenta un vecino recordando las salas. “Buenísimos ratos pasamos en él con los descansos a mitad de película para tomarte un refresco y las patatas”, apunta otro valdemoreño.
En 1986 los cines cedieron el testigo a unos salones de banquete, los Lord Carrington, cerrados hace años, en los que se han celebrado las bodas, bautizos y comuniones varias generaciones de valdemoreños. Los mismos vecinos que se acomodaron sobre las butacas para disfrutar de una buena película, ocuparon años después las sillas alrededor de las mesas de sus extraordinarios banquetes. “Allí trabajé desde que abrió hasta que cerró. La última boda fue la de mi hija”, recordaba una antigua trabajadora de los salones, en el último adiós que le han dado los vecinos de Valdemoro al emblemático edificio en las redes sociales.
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