Zen en el Zentro comerZial
Durante estos meses, antes y después de Navidad, ir al centro comercial puede poner a prueba todo lo que hemos ido practicando durante el año en clases de yoga, taichí, mindfulness… o cualquier disciplina centradora.
Nuestra paciencia se agota rápidamente absorbida como por arte de magia. Es probable que te afecten los gritos y empujones de la multitud, que te desespere hacer cola en los probadores y después en las cajas. Sin duda ya estamos muy cansados cuando nos sentamos famélicos en un restaurante, o en un puesto de comida rápida, donde cuentas los minutos porque no es tan veloz como lo venden. Te sientas en la única mesa libre. Si hay una familia con niños, puede que griten y luego correteen a tu alrededor sin demasiada supervisión de sus padres. Lo que puede generar bastante desazón. La comida, a veces está comestible, otras simplemente te alimenta. Entonces, con el buche lleno, sientes una felicidad efímera porque en el fondo sabes que no deberías haber comido tantos carbohidratos y grasa.
Borja Villaseca dice que las situaciones nos perturban. Y que podemos empezar a dominarnos en un atasco, intentando no sacar al troglodita que llevamos dentro. Invita en sus charlas a que mantengas la calma en tu coche, hasta en un embotellamiento un par de kilómetros antes de la autopista que se ve bastante atascada. Sin embargo, me gusta más el reto que propone Paulo Coelho en un cuento que leí hace tiempo.
Narra la anécdota de un maestro Zen que paseaba con sus discípulos por una gran ciudad. Se encontraron con unos grandes almacenes, de esos que exhiben sus productos en escaparates luminosos. De sobra conocemos estos edificios de varias plantas en los que venden todo tipo de artilugios. Sus puertas te abducen para salir después con bolsas llenas, sin saber muy bien qué has comprado y para qué. Solo aquellos que dominan éste arte son capaces de comprar lo que necesitan, si está al predio que juzguen oportuno, y salir eficazmente con su objetivo cumplido.
Pues allí entraron el maestro Zen y sus discípulos. Los jóvenes se sentían atormentados con tanta ropa, muebles y abundante comida. Convencidos de sus directrices de serenidad y desapego, esperaron en la puerta. Después de un par de horas, angustiados por haber abandonado a su maestro entre aquellos pasillos laberínticos, le vieron salir de allí tranquilamente. Les miraba con una sonrisa serena, y les dijo: - “Me ha sorprendido ver la cantidad de cosas que no necesito.”
Durante estos días recuerdo aquel relato e intento llegar a ese grado de sabiduría. En ocasiones logro dominar mi cerebro reptiliano, que comería turrón, bocadillos de calamares o churros; y cargaría con adornos y abrigos de piel.
Sin duda mantengo mejor la calma paseando por la sierra o la playa, que me apetece hasta en invierno. Se hace difícil encontrar ese silencio interior en un centro comercial, y menos en estas fechas. Cualquier producto parece irresistible. Estamos enloquecidos por las feroces campañas publicitarias que nos bombardean en medios de comunicación y redes.
Yo aún no he conseguido esa paz de la que hablaba Paulo Coelho en su cuento.
Mientras tanto, me divierte observar las caras de las personas, y adivinar si están desquiciados por la tensión del momento, o en cambio, se muestran serenos como un auténtico maestro Zen.
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