Los pajarillos, en trance de desaparición
Desde hace un tiempo vengo notando en Pinto una alarmante merma en la población de mirlos, gorriones, golondrinas, murciélagos y otras avecillas de las que me gustan sus cantos y sus trinos y, sobre todo, esos conciertos que forman un conjunto sinfónico que se repite cuando alborea el día.
Pues bien, este amanecer que me brindaban gratuitamente estas aves, entre las cuales podría haber algún ruiseñor, jilgueros e incluso canarios y tropicales escapados de sus jaulas y que se quedan retozando en el amplio y abundante arbolado que Pinto posee y que tantas alabanzas recibe de quienes nos visitan por primera vez, ya no existe.
He logrado descubrir a los autores de este, llamémosle, desaguisado: una pareja de cernícalos. Tengo claro que, como rapaces que son, gozan de impunidad por ser una especie protegida por ley. Son aves depredadoras que necesitan matar para comer y subsistir.
Como pueden colegir, el problema es de difícil solución. En esto estoy de acuerdo con la concejalía de medio ambiente a la que expuse el caso. Ellos a su vez lo comunicaron a la consejería de Medio Ambiente de la Comunidad. Tanto ellos como yo esperamos una respuesta que sabemos va a ser ambigua porque el caso no tiene solución. La única que se me ocurre es que la parejita emigre. Yo les pagaría el viaje. Sobre todo para recuperar a mi parroquia de una veintena de gorriones a los que, en una jardinera, les daba de comer migas de pan, alpiste o arroz, u observar como dos machos se encocoran o ver a una madre dar con su pico la comida a sus crías ¡Qué tierno! Antes que ver nidos destruidos a picotazos, plumas o una golondrina descuartizada, como he visto yo.
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