Paquita arregla sus plantas en la residencia Aprende a Vivir de Ciempozuelos.En la residencia Aprende a Vivir, los mayores han encontrado no sólo un lugar confortable donde pasar sus días, también un hogar donde se les cuida y se les quiere.
Paquita cuida de su jardín mientras varios de sus compañeros aprovechan los últimos coletazos del verano, solos o acompañados de sus familiares, en el patio. “¿A que es precioso? En mi casa tenía más de cien plantas, pero aquí les da mucho más la luz”, cuenta Paquita mientras rellena una pequeña maceta con un cactus recién traído por una de las trabajadoras del centro-. Con la pandemia, el “jaleo” de las residencias ha disminuido, pero no la vida y la alegría que impregnan estos hogares.
Los nuevos directores de la residencia Aprende a Vivir de Ciempozuelos lo tienen claro, lo suyo no es un centro de ancianos, es la casa de sus mayores. “No sé por qué antes se tenía el concepto de que cuando tenías cierta edad tu vida llegaba a su ocaso. La vejez es una etapa más de la vida, tenemos que aprender a vivirla con alegría”, comenta Nathalie Fernández, responsable de la supervisión de los centros del grupo Aprende a Vivir.
“Cuando llegan aquí nuestros mayores saben que este será su último hogar y eso es lo que les hacemos sentir, que esta es su casa”, añade María José Luego Garrido, directora de la residencia. La huella del hogar puede verse en cada uno de los pasillos y las habitaciones de los mayores, que han decorado sus cuartos con sus objetos personales: fotografías, cuadros, flores y cientos de recuerdos impregnan las salas del edificio.
En la residencia, los mayores de Aprende a Vivir han encontrado no sólo un lugar confortable donde pasar sus días, también un hogar donde se les cuida y se les quiere.
Libertad y cuidados
El día a día de la residencia es como cada uno de los residentes quiere que sea. Paquita ha hecho de su rutina el atender las plantas del complejo, mientras que Mariano sale por las mañanas para ayudar con pequeñas gestiones a sus cuidadoras. “Nos gusta que, si pueden, entren y salgan. Delegar pequeñas responsabilidades en ellos les hace sentirse útiles y les encanta, porque ven que has depositado confianza en ellos”, revela María José.
“Al ser esta una residencia pequeña y muy integrada dentro de Ciempozuelos, tratamos de que los mayores no pierdan la relación con su entorno, su barrio y sus amistades. Los mayores tienen enseguida el Ayuntamiento, la iglesia o la peluquería. Aquí contamos con todos los servicios, pero preferimos que si pueden vayan a la esquina a cortarse el pelo, con su peluquero de toda la vida”, cuenta Ricardo Rodríguez, delegado regional del grupo Aprende a Vivir en Madrid.
Aquí impera la autonomía. Al que le va la marcha, se divierte con el bingo, los espectáculos, la música o los videos fórums. Los más tranquilos pueden alejarse del bullicio entre los árboles del patio o en la galería acristalada durante los meses más fríos. Todos, sin embargo, deben pasar por las terapias imprescindibles para ellos: gimnasia, fisioterapia, rehabilitación, estimulación y mantenimiento de la memoria…
“Dentro de nuestra metodología de trabajo es importante saber separar a los mayores por sus habilidades. Nuestros residentes más válidos ayudan mucho a los dependientes, pero tienen una necesidad mayor de interacción social y de actividad que personas con deteriores cognitivos o mayor necesidad de asistencia. A cada uno hay que tratarle de una forma personalizada”, explica Nathalie.
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Sentirse queridos
La residencia “Aprende a Vivir” va más allá de alojar y alimentar a los mayores. La mayor parte de la plantilla de la residencia son vecinos de Ciempozuelos o de municipios cercanos, una de las consecuencias de la característica principal de este centro: conseguir que sus mayores se sientan queridos, arropados y protegidos.
“Sabemos al que le gusta por la mañana el poleo menta, al que no quiere el café con leche y al que no le puedes poner las gafas hasta después de comer”, revela María José. “Aquí todos conocemos a nuestros residentes por su nombre. Además, entre el personal tenemos una relación y una comunicación fantástica, lo que nos ayuda a detectar enseguida si algún mayor se ha levantado triste o más bajo de moral para que, entre todos, podamos resolver el problema enseguida”.
Como en cualquier comunidad, entre los mayores de la residencia Aprende a Vivir surgen amistades y se crean vínculos. “Tienen sus grupitos y sus preferencias, como todos. Hay quienes después de comer se van a jugar a las cartas con su pandilla de amigos o a los que les gusta comentar los programas de televisión con un compañero. Nosotros lo tenemos muy en cuenta y siempre intentamos ponerles tanto en las habitaciones como en el salón o en el comedor con las personas con las que se sienten más a gusto”.
Curiosamente, aunque la residencia cuente con habitaciones individuales, los propios mayores demandan muchas veces un compañero de dormitorio. “Más allá de lo que la gente pueda pensar, las habitaciones dobles incentivan muchísimo la interacción social entre ellos”, revela Nathalie.
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Equilibrio
Una residencia equilibrada debe aglutinar servicio, atención y calor humano. “Buscamos la excelencia día a día en cada una de las necesidades de nuestros residentes. Desde la persona que les atiende en la recepción, pasando por las cocinas, hasta profesionales sanitarios y trabajadores sociales que se encargan de toda el área asistencial”, apunta Ricardo.
La base de la salud de los mayores está en su alimentación, principal complicación entre los ancianos que viven solos. “Nuestra cocina es casera. Cuidamos de que estén bien equilibrados, pero con comidas apetitosas y sabrosas, que sabemos que les gustan”.
Las personas que trabajan en la Residencia de Mayores “Aprende a Vivir” son los principales responsables del bienestar de los residentes. Son ellos quienes se esfuerzan constantemente por lograr que la estancia de sus mayores sea lo más humana y familiar posible. ¿El truco? Un trabajo bien hecho y una gran dosis de cariño, ternura y calidez.
Calidad con calidez
Con más de 20 años de experiencia, todas las residencias del grupo Aprende a Vivir tienen menos de 100 plazas. “Nuestra metodología de trabajo lo exige: atención centrada en las personas. Nuestros abuelos no son un número más”, explica Nathalie.
Para el grupo también es muy importante ser un motor económico del municipio y apoyar a su comercio local. “Todo nuestro personal es de Ciempozuelos y alrededores y compramos el pan en la panadería de al lado y las alcayatas en la ferretería de enfrente. Así se consigue crear un entorno amable donde no sólo están nuestros trabajadores, sino también todos los demás vecinos de Ciempozuelos”.
Antes de entrar a la residencia, que dirigen desde el pasado mes de junio, a Nathalie y Ricardo les sorprendió la valoración que tenían las familias con el personal de centro, con más de 50 profesionales. “Para nosotros era sumamente importante que los trabajadores estuvieran formados y tuvieran vocación. La importancia de que los abuelos estén bien radica también en la estabilidad de nuestros empleados”.
María José, que recibió hace un año junto al resto de sus compañeros, la Medalla de Oro de Ciempozuelos -el máximo reconocimiento que puede dar un Ayuntamiento- por su labor durante los peores meses de la pandemia, reconoce que todo lo que ha traído el grupo Aprende a Vivir ha sido “para mejor”.
“He pasado por tres empresas y nunca me he sentido tan apoyada como ahora. Nathalie, Ricardo…están aquí, con nosotros, físicamente y emocionalmente y se desviven por ayudarnos y apoyarnos”, confiesa María José.

















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