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Morir "porque toca"

Viernes, 22 de Octubre de 2021 Tiempo de lectura:

Esther Villar García habla de su abuelo y del trato recibido en sus últimos días en la residencia Dolores Soria de Pinto y en el Hospital de Getafe.

Tantas cosas hacemos en esta vida porque toca hacerlas que hasta hemos creado frases para las ocasiones.

 

Si estás casadero/a: “Te quedarás para vestir Santos”; que te casaste y no has tenido descendencia: “Se te pasa el arroz”; y así con todo hasta el punto de que hasta morirse tiene su frasecita: “Es ley de vida”.

 

Y tanto las hemos escuchado y repetido, que las hemos adoptado y normalizado sin pensar siquiera que lo que valía hace 50 años no tiene ningún sentido hoy en día... ¿Quién se dedica a ayudar con el atuendo de las figuras sagradas en caso de quedarse “single”? 

 

Y todo esto viene a que, dependiendo del siglo en el que nazcas, hay una esperanza de vida que debes respetar, porque si no ya te lo irán recordando y dándote amables empujoncitos para que no superes la media.

 

Y así ha sido con mi abuelo. Él, siempre muy testarudo, decidió que aunque la esperanza de vida esté en estos tiempos de pandemia en 82,4 años, quería superarla y quedarse por aquí 16 años más. ¡Ya ves tú qué descabellado! ¡No querer respetar la “ley de vida” famosa!

 

Pero, afortunadamente, tenemos algunas residencias a nuestra disposición que se encargan de hacer entrar en razón a los abuelos/as para que no hagan estas locuras.

 

Mi abuelo estaba viviendo en la Residencia Municipal Dolores Soria desde hace 4 años, así que cuando entró ya iba rompiendo récords y eso no debió de gustar mucho. Después llegó la pérdida de mi abuela y la dichosa COVID19, pero él firme y en sus trece. Había que hacer algo con ese hombre... así que fueron muy oportunas sus infecciones de orina tratadas con demora y algún que otro achaque que hacía vislumbrar que mi abuelo no iba a ser eterno.

 

Este verano sus piernas comenzaron a hincharse y a ponerse duras, pero claro en la residencia, cumpliendo fielmente su labor, nos indicaron en repetidas ocasiones que eso se debía a que había cogido algunos kilos (muy mal repartidos por lo visto). “obesidad grado 1”, nos informaron. Incluso aquel dolor en el pecho era algo “normal para su edad”.

 

Poco a poco lo lograron: mi abuelo ingresó con una neumonía por sus pulmones encharcados, un fallo renal y el corazón a medio fuelle. ¡Qué se podía haber hecho, si era ley de vida!

 

En el Hospital de Getafe nos dijeron que estaba muy enfermo, a pesar de que en la residencia estaba estupendamente según palabras de la doctora “su papi está sano como una manzana”. Su “obesidad de piernas” remitió de repente con diuréticos en vena.

 

Y así estuvo cinco días ingresado, con sus altos y sus bajos, exprimiendo sus fuerzas y esperando a la llegada de todos sus hijos/as para completar la ronda de despedidas. Cinco días sin que cualquier responsable de la residencia tuviera un minuto para interesarse por su evolución.

 

El lunes 18 de octubre de madrugada, mi abuelo decidió que ya había cumplido con los de este mundo y se fue dormido tranquilamente para reunirse con mi abuela allá arriba.

 

Desde el hospital llamaron a la residencia para avisar y, unas horas después llamaron a la familia al ver que nadie se personaba a velarlo y encargarse de él. Normal, a esas horas bastante que cogieron el teléfono, ¡a quién se le ocurre fallecer tan tarde!

 

Cuando, ya de buena mañana, llamamos a la residencia para comunicarles el deceso, nos dieron el pésame aprovechando que nos tenían al teléfono y nos comunicaron que ellos habían tenido el privilegio de ser los primeros en enterarse a altas horas de la madrugada.

 

En fin, mi abuelo ya no está y en la Residencia Municipal Dolores Soria han cumplido su labor con la sociedad y con esa ley, que no sé dónde estará escrita, de que “ya era lo que tocaba”.

 

Mil gracias a sus sanitarios por quitarle hierro a sus dolencias, mil gracias a los responsables por no hacer llamadas inoportunas interesándose por su salud y una infinidad de agradecimientos también por no osar a despertarnos cuando recibieron la noticia del deceso.

 

Eso sí: mi abuelo no falleció porque tocaba, falleció porque así lo quiso y me siento orgullosa de él.

 

Esther Villar García

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