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Agustín Alfaya Rodríguez

Afganistán, año cero

Lunes, 23 de Agosto de 2021 Tiempo de lectura:

Hoy la noticia, la serie de actualidad, es Afganistán. Hasta que su resplandor se apague justo antes de pasar a otro escándalo, a otro tema. Entonces, la gran mayoría de espectadores, de internautas, de televidentes habrán olvidado hasta el nombre de la capital de ese país. Pero Afganistán, lo que está pasando en Afganistán, marca un antes y un después, un punto de inflexión en la confianza para millones de víctimas, sobre todo mujeres, en la superioridad moral de los valores que desde la ‘liberté’, ‘egalité’ y ’fraternité’ (1790) y, sobre todo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), encarnó y defendió lo que entendemos por Occidente.

 

Afganistán, lo que está sucediendo en Afganistán, es la definitiva derrota moral de Occidente, que tras veinte años y varios miles de millones de dólares invertidos no ha sido capaz de construir una democracia que merezca tal nombre ni un sistema que se acerque de alguna manera a los derechos humanos.

 

Lo más terrible es que los fanáticos fundamentalistas suníes, que entienden el terrorismo como una forma de ofensiva teocrática, practican el paradigma más inaceptable de todos los posibles: la efectiva esclavitud de las mujeres. Estados Unidos y sus aliados han dejado en manos de los talibanes la suerte de 16 millones de mujeres y niñas, sobre una población total de 38 millones de personas. Y esto constituye un crimen de lesa humanidad, un espantoso feminicidio que creíamos que nunca permitirían los poderosos países que representan (o representaban) el ‘Eje del Bien’. Sobre todo, después de invadir un país y asumir su responsabilidad con las ciudadanas afganas, con los ciudadanos afganos.

 

No ha sido así. Y tras la huida atropellada de los últimos reductos de Occidente en Afganistán, pronto asistiremos con impotencia a la masacre que se avecina. Para entonces, quizás se apaguen todos los focos, se ahoguen todas las voces, se repriman todos los canales y baje el telón del espectáculo mediático. Y en pleno siglo XXI volverá a convivir el enorme progreso técnico y material alcanzado en Occidente con el estancamiento —a veces retroceso— del progreso moral, del abandono de responsabilidades morales, seña de identidad del capitalismo, del comunismo y de las democracias políticamente correctas.

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