Niños de frontera
El día que volvimos al colegio y abrimos las aulas, no imaginamos que esto de las mascarillas y el gel se harían tan rutinarios, que pudiéramos volver a la esencia. A fundirnos con los cuentos, las lenguas y sus características, las piruetas de las matemáticas y esos mundos por descubrir dentro de nuestro cuerpo, en el entorno social y natural. Y otras muchas disciplinas, como la educación física o la música y las artes plásticas. ¡Cuánto lo echábamos de menos!
Sin embargo los grupos burbuja han creado fronteras. También echamos de menos a esos compañeros que antes estaban en nuestra clase, a esos amigos con los que no podemos jugar en el patio. Los niños y niñas se gritan en las fronteras, se llaman, se mandan besos al aire, y se desean juntos jugando al pilla-pilla, a un torito en alto, al balón prisionero… o simplemente sentarse en el banco de la amistad. Ese que no ha tocado en la parcela de su aula. El patio está parcelado como los rediles de las ovejas y los cerdos en una granja. Ellos se miran, y se adaptan a esta realidad fragmentada, por el bien común. Son tan valientes, son tan sabios… Con tan solo tres años han comprendido perfectamente que no se pueden mezclar con sus compañeros por el bien de su familia, de su comunidad.
Ellos son los que se merecen un aplauso. Potente, poderoso. Niños y niñas esconden su sonrisa detrás de mascarillas de colores, de superhéroes pequeños.
Sus hermanos y primos adolescentes dejan brotan la ira que les impulsa a protestar, a gritar, a revelarse contra esta injusticia. ¡Nos han robado el verano! Ahora nos roban las fiestas de navidad. No me entusiasma su comercialismo y banalidad. Sin embargo, hay algo poderoso en estas fiestas en que las ciudades se engalanan. La gente se abriga y se encofra en gorros y bufandas para salir a ver a sus familiares y amigos; aunque no sean partícipes de la religión que la abandera y organiza.
Si las circunstancias siguen como hasta ahora, los niños y niñas de frontera no podrán gritar a sus abuelos, a sus tíos o a sus primos desde el límite de su comunidad. Están demasiado lejos. ¡El covid nos roba esto también! Entiendo que los adolescentes protesten y se revelen organizando fiestas ilegales. No terminan de aceptar la realidad de esta guerra vírica. No quieren formar parte de la resistencia que apoya a los soldados desde dentro, en los balcones, detrás de los cristales. En estas vacaciones nuestros pequeños nos darán una lección de valentía y llamarán a sus abuelos por videoconferencia, que ya sabemos. También los adultos, ¿cómo no?, que en estas fechas dejamos brotar la inocencia de cuando niños. Y volvemos a creer en las hadas y en la magia de los cuentos.
Y desearemos que llegue la esperada vacuna y el verano. Ese en el que se derriben las fronteras y podamos abrazar a nuestros compañeros de aula y a nuestros familiares lejanos.
Espero que los impacientes sepan esperar al deshielo. Aún queda batalla.
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