Será una Escuela distinta
Las clases on line pueden ser un sustituto en estas circunstancias de pandemia. Sin embargo, tal y como muchos de nosotros concebimos la escuela, me resulta inverosímil sustituir lo que hacemos en el aula con nuestr@s alumn@s por una pantalla.
Hace un año, cuando la mayoría desconocía el virus que nos tiene a la defensiva, charlaba tranquilamente con un amigo durante la sobremesa de una barbacoa. Él, experto en redes de telecomunicación, afirmaba que el futuro de la enseñanza eran las pantallas. Y yo, maestra con más de veinte años de experiencia, le rebatía con un rotundo no.
Mi amigo tenía razón en que muchas clases magistrales se pueden dar on line. De hecho hay universidades que ya lo hacen así desde hace años. Solo que con la pandemia y el confinamiento ha dejado de ser excepcional. ¿Quién no ha consultado alguno de los múltiples tutoriales en la web? Ésta es la fórmula que han aplicado muchos centros de secundaria y primaria. Esas clases en las que vemos al profesor/a, o su explicación con su voz de fondo, pueden ser un sustituto en estas circunstancias. Sin embargo, tal y como muchos de nosotros concebimos la escuela, me resulta inverosímil sustituir lo que hacemos en el aula con nuestr@s alumn@s por una pantalla.
Tendemos a una educación para nada académica y sentenciosa. Todo lo contrario. Ya no sirve de mucho que un profesor/a llegue a un aula y suelte sus conocimientos sobre la materia que imparte. La dinámica ha cambiado durante estos años. Se invita a la reflexión, la colaboración, la investigación, y por supuesto, a que cada miembro del grupo comparta lo que quiera o pueda añadir.
Llevo años distribuyendo las mesas de mi tutoría en forma de U, donde la mía está entre ellas. Es más grande, porque yo soy más grande, le digo a mis alumn@s. Si hacemos grupos, mi mesa se queda apartada, porque pululeo como una abeja de proyecto en proyecto, escuchando, observando o resolviendo dudas; otras veces, encauzando una línea de solución en caso de conflicto.
L@s alumn@s no solo escuchan mi explicación, también interactúan con sus compañer@s, algunos de los cuales son sus amig@s. Y aquí es donde esta realidad cibernética se queda muy coja. Claro que soy consciente de que ahora los adolescentes se relacionan a través de aplicaciones de móvil o de videojuegos interconectados. Sin embargo, seguimos necesitando el contacto corporal. Lo más tiránico de todos estos meses, y los que seguirán, es no poder abrazarse. No poder besarse. En este país el afecto también se mide en el trato piel con piel, en caricias recibidas no solo dentro de la unidad familiar, sino con tu gran familia, y con los amigos.
Ahí es donde la escuela tiene su otra gran función: la socialización, tanto de niños como de familias y barrios enteros de los municipios. Mi amigo insistía en que no era necesario ir al cole, al insti o la uni para relacionarse. Evidentemente no es el único sitio donde conocer gente de tu edad con gustos e intereses parecidos. Aun así, intuyo que hay muchas más posibilidades que en los parques, bibliotecas o lugares de ocio.
Espero y deseo que las circunstancias sanitarias mejoren porque, aunque la escuela no será la misma, tengo muchas ganas de volver al aula con mis alumn@s. Si las medidas que proponen resultan eficaces, las condiciones serán seguras tanto para el personal educativo (profesores y personal no docente), como para l@s alumn@s y sus familias. Reducir el número de alumnos por aula es esencial, para ello es evidente que necesitamos más profesorado. La presidenta ha anunciado que contratará a más de 10.000. Ahora habrá que saber dónde habilitarán esas aulas. Y también tendrán que contratar más horas al servicio de limpieza, para minimizar el riesgo de contagio. En cuanto al material digital, será imprescindible dotar a aquellos centros y familias para poder acceder a los recursos en la red.
El aula es un ecosistema que se nutre de cada alumno, de cada alumna y de cada profesor o profesora que entra en ella. Para contar cuentos, para escuchar anécdotas, para pintar, para dibujar sonrisas, para abrazar con la mirada. Para jugar con las palabras. Para leer y calcular. Para resolver enigmas. Para descubrir otros mundos, otros países, otras lenguas. Para cantar y bailar al sol de un ritmo vital, necesario.
El alma de la escuela está dentro de esas paredes y no se puede comparar con una reunión digital en una pantalla.


















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