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La nueva anormalidad: caer de golpe en la pobreza

Esther A. Muñoz Lunes, 13 de Julio de 2020 Tiempo de lectura:
Cola para acceder al comedor del centro social San Juan de Dios.Cola para acceder al comedor del centro social San Juan de Dios.

Junto a los fallecidos y la presión del personal sanitario, hay una tercera pata en la tragedia de la crisis del coronavirus: la pobreza. La pandemia, desde sus inicios, ha ahondado en la brecha social agravando la situación de las personas que ya estaban pasando penurias. “Es más, yo creo que hay gente que no estaba en esa brecha y ha caído de golpe”, sentencia Juan Francisco Herraiz (Juanfran), técnico voluntario de Cruz Roja Pinto.

 

[Img #26643]En dos meses, la Asamblea de Cruz Roja, que cubre los municipios de Pinto, Valdemoro, Ciempozuelos y San Martín de la Vega, ha realizado 3.300 intervenciones. “Generalmente eso es lo que haríamos en un año”, comenta Juanfran. Como ellos, Cáritas Pinto también ha sufrido una avalancha de necesidad: más de 100 nuevas familias se han acercado a sus puertas pidiendo ayuda.

 

“A partir del mes de abril, todo empezó a desbordarse”, cuenta el presidente de Cáritas Pinto y párroco de la Iglesia Santo Domingo de Silos, Carlos Díaz Azarola. Ante el cierre del local cedido por el Ayuntamiento de Pinto en la calle Terreros por el estado de alarma, las instalaciones de la iglesia en la calle Hospital donde se imparten los cursos de catequesis tuvieron que convertirse en despachos de acogida, almacén y despensa de alimentos.

 

También, casi desde el principio, el comedor social del centro San Juan de Dios de Ciempozuelos experimentó la urgencia de la situación: las personas que acudían a comer se duplicaron en cuestión de semanas. Si hasta el inicio de la crisis el comedor estaba atendiendo una media de 115 personas al día, a partir de mayo tuvieron que atender hasta a 250.

 

“Nuestro comedor ha estado diez años sin cerrar ni un solo día, no iba a hacerlo ahora, cuando la necesidad era tan grande”, responde Begoña Fernández, trabajadora Social del área de Desarrollo Solidario del Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos. El comedor tuvo que remplazar a toda velocidad su modus operandi, dejando de dar la comida en sus instalaciones y preparar menús ‘a domicilio’. “La labor de San Juan de Dios ha sido muy importante y muy cercana y, sobre todo, se ha adaptado a las necesidades muy rápido. El día después de que se cerrara el comedor, ya teníamos preparada la comida para que la gente se la llevara a casa”. 

 

Lo primero: comer

 

Las organizaciones solidarias, lejos de frenar sus labores sociales, han estado restructurando sus recursos humanos y económicos para hacer frente a la situación y no dejar a nadie atrás.

 

Ante este panorama, las ONGs han tenido que aparcar todos sus proyectos —programas de empleo, búsqueda de vivienda, mayores o inmigración— y redirigir toda la intervención a las unidades más básicas: la comida. “Ha sido difícil porque hemos trabajado a contrarreloj para cubrir lo antes que pudiéramos estas necesidades. Si no tienes para comer hoy, no puedes esperar una semana a que te den la ayuda, necesitas comer ya”, dice Juanfran.

 

 

Fuera del radar

 

Aunque la primera ola de ayudas en las tres organizaciones fueron personas vulnerables y en riesgo de exclusión social, el perfil cambió drásticamente a partir de mediados de abril. Todas las ONGs describen a una población hasta ahora fuera del radar de las ayudas, que acude por primera vez a ellos.

 

[Img #26644]“No es el perfil de personas que nosotros solemos atender. Ha venido gente que hacía tres meses no tenía el mínimo pensamiento en acudir a Cruz Roja a pedir alimentos. Fácilmente pueden suponer el 40% de los nuevos casos que hemos tenido que atender durante esta crisis: autónomos, pequeños negocios que a causa de los ERTE y los cierres lo han perdido todo. Son familias del barrio, de Pinto, que tenían sus empresas y la situación les ha superado porque tienen que seguir pagando sus hipotecas, alquileres de local, luz, agua… y lo poco que tenían ahorrado se acabó”.

 

“Hay de todo: matrimonios jóvenes con niños pequeños, mujeres divorciadas que han dejado de recibir la ayuda económica de sus exmaridos o personas de más de 65 años que recibían ayuda de sus hijos que ahora ya no pueden hacer esa aportación”, explica el presidente de Cáritas Pinto.  

 

El drama ha sido de tal magnitud que las dos ONG pinteñas han tenido que socorrer a sus propios voluntarios. “Me emocionó una señora, había sido trabajadora social y colaboraba con Cáritas: ‘Yo dedicaba mi tiempo a gente que estaba como estamos nosotros ahora. Ahora vengo aquí, con humildad, a pedir alimentos’, me dijo”.

 

Aunque el comedor San Juan de Dios recibe a personas de todo el sur de Madrid, la urgencia de alimentos se ha hecho palmaria entre la población local. “La necesidad en Ciempozuelos ha aumentado tanto que el 90% de las familias nuevas son de aquí”, señala Begoña. “Atendemos necesidades reales, nadie hace una cola para ir a recoger un bocadillo y un plato de comida si no es porque de verdad lo necesita. Aquí están viniendo personas que tienen la necesidad de alimentar a sus hijos, el miedo es real”.

 

Relevo solidario

 

Todas las organizaciones han sufrido una revolución generacional de su voluntariado. Los voluntarios ‘sénior’ han tenido que dejar la primera línea por ser la población de mayor riesgo ante la pandemia del coronavirus. En su lugar, han llegado cientos de solicitudes de personas jóvenes dispuestas a colaborar.

 

En Cáritas Pinto han pasado de la veintena a más de 40 voluntarios, sobre todo jóvenes, encargados de preparar los lotes de alimentos y atender a las familias que venían a solicitar ayuda. “Tengan fe o no, vienen a hacer un voluntariado donde poder ayudar a la gente”, explica el sacerdote. Además, durante este tiempo, Cáritas Pinto ha recibido a diario lotes de alimentos e incluso donaciones en metálico de hasta 5.000 euros para comprar comida. “Emito las misas a través de Youtube y si a las once digo que necesitamos pañales, por la tarde ya los tengo en la iglesia”, revela Carlos.

 

“Las crisis sacan lo mejor y lo peor de la gente y en este caso hemos visto lo mejor”, comenta el técnico de Cruz Roja. En su asamblea han recogido 85 solicitudes de vecinos para colaborar en el voluntariado. “Hemos tenido que parar, ese número de voluntarios son los que solemos conseguir en un año”.

 

“El aumento de la solidaridad durante la crisis del COVID-19 ha sido en todos los sentidos. Mucha más gente se ha acercado para ofrecernos donaciones o para dedicar su tiempo. El comedor social de San Juan de Dios funciona gracias a los más de 45 voluntarios que dedican su tiempo de lunes a domingo”, respalda la trabajadora social del centro de Ciempozuelos. Begoña también destaca la encomiable labor que han hecho todos los trabajadores de la institución que han podido suplir muchas de las labores presenciales de los voluntarios cuando el estado de alarma no lo permitía.

 

Simplificar la burocracia

 

Las ONGs están llegando donde la administración no lo hace. “En Cáritas nos hemos centrado en las personas que no han podido recibir ayudas de la administración pública por, por ejemplo, no estar empadronadas. Dar ayudas rápidas, sin necesidad de hacer muchos papeleos”, explica el sacerdote.

 

[Img #26642]Tanto Cáritas como Cruz Roja han estado en constante comunicación con los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Pinto durante toda la crisis. “Pero igual que nosotros nos hemos visto desbordados, ellos también”, señala Juanfran. “Somos auxiliares de los poderes públicos y cuando veíamos que no podían más, teníamos que dar respuesta”.

 

“Todos los mecanismos burocráticos que existen en la administración, cuando hay una situación así, lo que hacen es ralentizar todo mucho”, explica el delegado de Cruz Roja. Incluso ellos mismos han tenido que flexibilizar sus protocolos. “No era el momento de analizar si la persona que me está pidiendo de comer cumple o no los requisitos”.

 

“Durante todo este tiempo desde Cáritas hemos trabajado en tener una mayor coordinación con los servicios sociales municipales para ver por dónde era mejor ayudar a esa persona. La relación con el Ayuntamiento está siendo extraordinaria, juntos hacemos más que cada uno por su cuenta”, advierte su presidente. 

 

Por su parte, los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Pinto se han centrado sobre todo en cubrir la alimentación de personas en riesgo de exclusión social, mayores con el servicio de teleasistencia y a 12 familias beneficiarias de la renta mínima con beca de comedor –el Consistorio descartó desde el principio los menús de Telepizza y Rodilla puestos a disposición por la Comunidad de Madrid para los menores–. Vodafone se hizo cargo del coste de los menús de las personas mayores y vecinos en situación de necesidad –233 menús–, que fueron repartidos por voluntarios de PIMER-Protección Civil y personal del Ayuntamiento de Pinto. Para los menores, el Ayuntamiento preparó transferencias para ayuda alimentaria (entre 175-225 euros) que entregó a las familias. Además, a mediados de mayo el Ayuntamiento creó el Banco de Alimentos Municipal, inmerso en campañas de recogida de productos para las familias más afectadas por la COVID-19.

 

“Hemos tenido que reinventarnos, nada tienen que ver los Servicios Sociales de antes con los de ahora”, explica su concejala, Antonia Soguero, antes de apuntar que “estamos dando la misma cobertura o incluso más porque ahora hay más demanda debido a la pandemia”. El Gobierno del PSOE asegura que hasta el momento se han dado ayudas por valor de 250.000 euros y no contempla ningún subsidio extra por pérdidas de familiares por COVID-19 o cierres de negocio. “Ninguna familia se ha quedado sin ayudas económicas”, asevera la concejala.

 

Desde el Ayuntamiento de Ciempozuelos han trabajado en mantener esta buena coordinación entre sus servicios sociales y el resto de entidades, incluso con municipios vecinos como el de San Martín de la Vega. El Consistorio ha duplicado las ayudas del banco municipal de alimentos –hoy se atienden a más de 160 familias–, han puesto en marcha el servicio de compra para personas de riesgo ante la COVID-19 –solicitado por más de 100 vecinos– y han triplicado la atención a las personas mayores a través de la teleasistencia. “Ha sido un trabajo muy estresante. Desde el principio notamos un importante incremento de personas que necesitaban ayuda pero hemos tenido una coordinación muy buena con el resto de organizaciones y un contacto diario para no duplicar las ayudas y ver por dónde era mejor darla”, explica la concejala de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Ciempozuelos, Rosa Revuelta

 

En San Martín de la Vega, el Ayuntamiento ha trabajado codo con codo con Protección Civil para atender “cualquier tontería”. “Un señor mayor nos llamó para pedirnos si podíamos llevarle una bombona de butano. Cuando no te atreves a bajar a la calle por miedo a los contagios, una bomba puede suponer un mundo: sin ella no te puedes lavar, no puedes cocinar… Las cosas cotidianas pueden afectar de una manera increíble”, explica el concejal de Servicios Sociales, Javier Pizarro. El concejal reconoce la encomiable labor que han realizado los voluntarios de Protección Civil en Ciempozuelos: desde hacer la compra a personas de riesgo hasta recogerles las bolsas de basura para que no tuvieran que salir de casa. “Las primeras semanas fueron muy difíciles pero el buen trabajo de coordinación con los servicios sociales municipales nos ha permitido tener una respuesta lo más inmediata posible”.

 

“La necesidad en San Martín de la Vega se ha pronunciado. El virus no ha afectado a la gente que ya estaba en situación de vulnerabilidad, sino a muchas otras personas que nunca habían necesitado asistencia”, explica Pizarro. El Ayuntamiento ha tenido que aumentar las ayudas de alimentos porque la partida con la que hasta ahora cubrían un trimestre les ha valido para algunas semanas. “Venir a los servicios sociales a pedir comida es como acudir al médico cuando te duele la cabeza, hay que quitarse los prejuicios”, señala el de San Martín.

 

Ayuda psicológica

 

“Hemos tenido que poner en marcha un equipo de apoyo psicológico porque había voluntarios que se derrumbaban al ver algunos casos”. La asamblea de Cruz Roja Pinto también cubre el municipio de Valdemoro donde la COVID-19 ha castigado duramente a la población: sin cifras oficiales –el Ayuntamiento se niega a informar sobre las licencias de fallecimientos y, al contrario que en los municipios de alrededor, el Registro Civil también rehúsa facilitar cifras de muertos– solo en las noticias sobre fallecidos en las seis residencias de la ciudad y el Centro Municipal de Mayores los muertos se cuentan por cientos.

 

Carlos Díaz también visitó el más cruel escenario de guerra. El párroco de Pinto tuvo que dar la extremaunción —el último sacramento de la iglesia católica para despedir a una persona próxima a la muerte— a pacientes del hospital de Valdemoro. Cáritas, como institución religiosa, ha acompañado a muchas familias en la pérdida de seres queridos. “Hemos tenido mucho dolor de personas que no se les ha permitido acompañar en sus últimos momentos a un familiar que ha fallecido por COVID-19, horas al teléfono con gente que no ha podido despedirse de sus padres. A cualquiera, eso le parte el alma”, cuenta Carlos.

 

El inevitable estado de alarma para frenar los contagios desencadenó miedo, desconcierto y mucha soledad entre la población, sobre todo en gente mayor. Por ello tanto las ONG pinteñas, como plataformas como Adopta Un abuelo o el Ayuntamiento de Pinto, se han preocupado de realizar llamadas telefónicas diarias para, simplemente, charlar.

 

“Mucha gente ha sufrido miedo y saturación por informaciones contradictorias, un empache de noticias. Ha habido momentos en los que la gente no necesitaba que les explicaran si servía la mascarilla tal o la otra, sino que les escucharan y les dijeran: no te preocupes, vamos a salir de esto”, opina el representante de Cáritas.

 

La nueva anormalidad

 

El tamaño real y el tiempo de la oleada de pobreza se desconocen todavía, pero todas las ONGs coinciden en la urgencia por atenderla.

 

“No se sabe, pero lo que nos queda de 2020 y 2021 van a ser años complicados, no prevemos una recuperación rápida. La crisis ha golpeado muy fuerte a familias que dependen de pequeñas empresas y todavía se cierne la incertidumbre de un nuevo brote”, augura Juanfran.

 

“Va a ir a peor, nos espera un año largo y unos meses muy duros. Todavía hay familias que están subsistiendo de pequeños ahorros pero cuando los ERTE y las prestaciones por desempleo se acaben, habrá muchas familias que se queden sin ninguna ayuda”, apunta Begoña.

 

Los Servicios Sociales de los ayuntamientos de Pinto, Ciempozuelos y San Martín de la Vega también prevén una lenta salida de la crisis. “Si te soy sincera, yo quisiera creer que esto va a ser a corto plazo, pero me temo que va para largo”, comenta Soguero.  “La crisis del COVID-19 va a pasar factura pero para eso están los servicios sociales. Todo el que necesite algún tipo de ayuda, que nos visite”, advierte la concejala.

 

Mientras, la urgencia no cesa.

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